13

36 3 0
                                    

1 3 // HASTA LUEGO //



En aquella vieja casa Julia y yo nos pasamos sesenta y ocho días, lo sabía porque yo me tomaba el atrevimiento de marcar con el filo del cuchillo los días que pasaban, todo eso en la puerta de madera de la habitación en la que ambas dormíamos, si les soy sincera, con Julia no sentía más que una satisfacción sexual, en estos días que habían pasado pude darme cuenta que antes estaba confundida, era raro esa palabra para mí, pero estaba enamorada demasiado de Leticia, todas las noches tenía pesadillas con ella, siempre la veía en el parto de nuestro hijo, y después convertida en caminante, eso me daba miedo y me hacía cada vez más fuerte por ella, gracias a Julia aprendí a defenderme con cuchillos, y me enseñó a apuntar bien a la cabeza, ya en pocas semanas aprendí a disparar y los pocos caminantes que había en el lugar me ayudaron a ello, logrando consigo que Villacoral haya cada vez menos de ellos, además teníamos aquel pueblo para nosotras solas, no había un alma sobreviviente por ningún lado.

Por otro lado, mi aspecto ha cambiado demasiado diría yo, mi cabello cada vez es más rojo, e incluso le ha pasado a Leticia de seguro, mis ojos cada vez son más rojos, dándole a mi cabello una combinación genial, me miraba en el espejo y ya no era yo.

El virus me tenía algo confundida, me habían mordido y aún no me pasaba nada, de hecho creo que mi salud ha mejorado consigo, me siento más fuerte y cualquier sonido lo escucho a distancia, a veces me siento tan pero tan bien que camino todo el pueblo de madrugada mientras Julia duerme en la cama.

Estos días que estuve fuera de mi familia y mis amigos me he dado cuenta que sin ellos no soy nadie, me siento vacía a pesar de sentirme más fuerte y he notado como los calambres en la zona que me mordió aquel caminante en aquella mansión, de vez en cuando surgen bajo mi piel blanca, viendo algo negro, como si fuese un gusano viviendo dentro de mi.

— ¿ En que tanto piensas? — la voz de mi compañero me hizo girar a verla, tiene todo su cabello castaño alborotado, se lo cortó hasta los hombros y le queda mejor así, aunque ella es bella como quiera.

Le sonreí.

— En la vida... — se sentó a mi lado con una taza de café caliente. — ¿ Has pensado si hay más sobrevivientes como nosotros?

Le dió un sorbo a su café y luego soltó un largo suspiro.

— Mi hermana y yo éramos gemelas — eso me dejó pasmada, no lo sabía, la miré con los ojos bien abiertos, y ellas solo sonrió débil, sin pizca de diversión. — Ella llegó a casa con el virus, estaba en Tierra preciosa cuando todo eso sucedió — bajó su cabeza nostálgica, sabía lo que sentía, yo en estos momentos también pensé en mi hermanito, apenas tenía catorce años, se me nubló la vista por las lágrimas que querían salir.

— Lo siento — pronuncie esas dos palabras con todo el dolor que sentía por dentro, se los estaba diciendo a ambos, a mi pequeño hermano y a la chica que estaba dolida cerca de mi.

— Su vida eran los animales — eso me hizo pensar en ello, ¿ Los animales también se habían infectado? Dejé la curiosidad dentro de mi y me acerqué a abrazarla, a pesar de que en estos días me había vuelto más fuerte, eso no impedía que el dolor por dentro me derrotara, pero no lloré con ella, dejé aquel dolor en mi interior y solo golpee suave su espalda mientras ella sollozaba en mi pecho.

Estuvimos así como una hora, cuando nos recuperamos solo nos miramos y comenzamos a reír como idiotas, pero lo entendí, era una última sonrisa que le brindabamos a aquellos seres que perdimos en esta pandemia, se lo merecían, eso y mucho más, no pude enterrar a mi hermano, pero si algún día lo encuentro le daré un entierro justo, no se merece vivir toda la vida como un muerto viviente, no él, un niño tan especial como fue.

I N F E C T A D O S //Lgbt//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora