Mohana
—Santa Madre...—. Fue lo último que escuché al estampar mi puño en la nariz de esa maldita perra, se lo merecía. Sangre brotaba de sus perfectas facciones, me excitaba hacer daño, producir dolor era lo mío. Mi sonrisa se incrementó al ver el gran trabajo que había hecho, lo deseaba desde que la conocí y de eso ya hacía tiempo.
—Suéltala niña—.Un ardor ensordecedor abrazaba mi espalda, dolía y mucho.
Aclaro, amaba provocar dolor pero no que me lo provocaran a mí.
La hermana Teresa era la que se lucía en eso, desde que tengo memoria ella siempre me hizo la vida imposible, desde estirarme la oreja por hablar en clase hasta meterme en el cuarto de castigo por un día entero sin comida ni agua, si así mismo.
Aunque eso jamás me detuvo, porque lo llevaba en la sangre, era algo que me unía a ya saben... los que me abandonaron; eso y una fina cadena que ahora estaba en propiedad de la perra con la nariz rota.
El dolor en mi espalda no cesaba, pero hacía falta mucho más para parar mi locura.
Mis dedos aún seguían envueltos duramente en el lacio y rubio cabello de Molly, mientras los brazos de la hermana Teresa o como yo le llamaba "la rata" estaban envueltos en mi cintura mientras tiraban con fuerza de mí.El pánico en la cara de Molly me producía mucha satisfacción, ella conocía de lo que era capaz.
—La próxima no la cuentas, perra—.Mis labios soltaron esa placentera amenaza. Me incorporé mientras la rata me soltaba, todos los ojos en el comedor estaban sobre nosotras.—Ahora devuélvemela—.Mi mano estaba entumecida y ensangrentada sobre todo en los nudillos, se la estiré para recibir lo que inmediatamente la niña vulnerable sacó de su bolsillo y me la tendió.
—Al cuarto de castigo, ahora—.Siseó la rata dirigiéndose solamente a mí. No, otra vez no, odiaba esas cuatro paredes blancas, angostas y frías. Prácticamente me la pasaba casi todos los días en ese lugar, pero nunca me acostumbré.
La soledad se filtraban en mi mente y me torturaba cada vez que estaba en ese sitio.La mano de la rata enrollada en mi brazo me sacó de mi ensañamiento.
—Vamos niña—.Una sonrisa burlona apareció en sus labios, estaba disfrutando, lo sabía.
Me arrastró fuera del comedor hacia los largos pasillos del orfanato, todo era frío en este lugar, Santa Cruz era frío todo el año. Caminamos hasta el final, donde una puerta negra entre todo lo gris de las paredes nos esperaba, me esperaba mejor dicho.
La rata sacó del bolsillo de su hábito un manojo de llaves de los cuales una abría mi prisión.
La hermana Teresa no hablaba mucho, pero no hacía falta, con su mal genio y el odio que me tenía, es suficiente.
Lo más gracioso es que fue ella quien me recogió el día en que me abandonaron en la entrada del orfanato.Al abrir la puerta empujó de mí hacia dentro bruscamente.
—Tus zapatos, ahora—. Dijo señalando mis viejos y mugriento tenis, ella pretendía matarme de frío.—Te mereces esto y más, pero de eso yo me encargo—.¿Cómo a alguien podría darle placer ver a otro morirse de frío?. Pues ella y yo no éramos tan distintas después de todo.
Desenrollé las trenzas de mis zapatos y me los quité para luego entregárselos.
Me cerró la puerta en las narices, ahora sabía lo que me esperaba.
Mis pies comenzaban a sentir el frío del suelo, solo tenía puesto un suéter negro no tan abrigado.
Una vez por año caridad nos donaba ropa usada, y si eras suertuda encontrabas algo bueno y que te quedara.
Pero en esta habitación nada servía, solo tenía un tragaluz pero el frío que hacía era atroz, calaba hasta los huesos si no tenías con que calentarte.
Pero mi cuerpo más o menos se adaptaba después de años de visitarlo.Con mis dedos ya endurecidos, me dirigí hacia la pequeña cama pegada a la pared. Me recosté en ella, era como dormir en madera o sobre piedras, puntadas de dolor recorrían mi espalda y los nudillos me latían con fuerza, no estaba ni un poquito arrepentida, el dolor lo valía.
La noche se acercaba y el sueño aún no se hacía presente, recordé por lo que había empezado todo esto.
Entre mis dedos tome la fina cadena que me unía a ellos. Eso era lo único que me dejaron cuando me abandonaron en la puerta del orfanato a mitad de una noche lluviosa, bueno eso y una carta que nunca leí, pero en la cual decía que mi nombre era Mohana, viví en esta institución por diecisiete años, y se puede decir que perdí la Ilusión.Cuando era niña pasaba todos los días soñando en como sería cuando me adoptaran, que se sentía ser amada, tener una familia, pero los años pasaron y eso se fue perdiendo, haciendo mi corazón frío y libre de toda clase de sentimiento, y vaya que ya no tenía ninguno.
A los 7 años encontré una paloma herida en el jardín trasero, y fue eso lo que despertó aquello que hasta ese momento había permanecido dormido.
Tomé a la paloma y la llevé detrás de un árbol, recogí mi rojizo cabello en una coleta y me puse manos a la obra; empecé arrancándole las plumas de las alas una por una, luego con mi mano tomé la cabeza y la estiré hasta que estuvo separada del cuerpo mientras que lo demás es historia.Hacía eso cada vez que podía, y cada vez que una víctima se cruzaba en mi camino, como el gato de la hermana Teresa.
Me han llamado psicópata, loca y muchas otras tontadas, pero me gusta que lo hagan, porque cada vez que esas palabras son pronunciadas algo en mi estómago aletea, lo sé soy rara...
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Piel De Invierno(+18)
Novela JuvenilA los 7 años encontré una paloma herida en el jardín trasero, y fue eso lo que despertó aquello que hasta ese momento había permanecido dormido. Tomé a la paloma y la llevé detrás de un árbol, recogí mi rojizo cabello en una coleta y me puse manos a...