A los 7 años encontré una paloma herida en el jardín trasero, y fue eso lo que despertó aquello que hasta ese momento había permanecido dormido.
Tomé a la paloma y la llevé detrás de un árbol, recogí mi rojizo cabello en una coleta y me puse manos a...
Era ya entrada la noche cuando la rata decidió sacarme de ese agujero y doy gracias que lo haya hecho ya que mi estomago rugía.
El comedor estaba en la parte delantera del orfanato por lo que se podía ver la calle que dividía la institución de un tenebroso descampado, pero a esta hora es imposible distinguir algo más allá de un foco que apenas alumbra ubicado a un costado de la calle, todo lo demás era una densa oscuridad.
Cada vez que pasaba esto de ir al agujero y una vez fuera yo sabía dónde acudir por comida.
Crucé la chillona puerta del comedor y me adentre hacia la izquierda detrás de los exhibidores de comida que no servían para nada, jamás nos daban nada que sea digno de exhibirse. Tomé de uno de los refrigeradores donde guardaban las monjas su comida un delicioso sándwich y una coca que me darían la bienvenida después de un día entero con nada más que aire.
Con mi plato casi vacío y el refresco a medio acabar se escuchó ruedas arrastrarse por el pavimento siendo frenadas por un silbido que venía de afuera. Aún no sé la razón pero eso llamó mi atención, me puse de pies y caminé hasta la ventana doble que da hacia la calle y el descampado, me paré en seco por la escena que se estaba desarrollando frente a mis ojos.
Un hombre alto de casi dos metros empuñaba un arma mientras le apuntaba al otro. Ese tipo está bien jodido, fue lo que pensé segundos antes de que el arma fuera disparada y aquel jodido hombre penetrado por el proyectil.
Sudor frío corría por mi espalda por el terror, pero muy dentro de mí el placer se encontraba latente.
Desde niña la sangre, su textura y color llamaron mi atención, de la manera en que era drenada de una simple herida por completo, me causaba satisfacción.
Luego de dispararle, el primer hombre se acercó al segundo que comenzaba a arrastrarse lejos de él, tomó algo filoso en su mano y en un parpadeo le partió el cuello. La sangre saltaba del cuello medio cortado mientras el cuerpo se desplomaba completamente en el frío suelo.
El primer hombre se incorporó clavando sus ojos negros en mí, eran tan penetrantes y malignos que dolía. Al ver lo que provocó en mi, una sonrisa torcida se formó en sus labios y eso fue todo lo que se necesitaba para que el pánico me invadiera.
¿Quién era él?
¿Porqué hacía eso?
¿ Y si venía por mí después de haber presenciado su sangrienta masacre?
Hace unos momentos estaba parada frente a la ventana presenciando un asesinato y ahora, ahora estaba corriendo asustada por los oscuros pasillos que llevaban a mi habitación, tropensando conmigo misma entré en ella y le puse seguro a la puerta. Mi garganta estaba seca y mi cuerpo ardía por la adrenalina del momento.
Traté de respirar hondo para calmarme pero de nada servía, mi corazón me golpeaba el pecho a mil por hora.
¿Y si me mataba cuando estaba dormida?
En mi mente aún estaba presente la imagen de esos ojos oscuros y tan llenos de maldad. La forma tan fria en que había degollado como a un animal a esa persona me dijo que no fue la primera vez.
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Estuve casi toda la noche sin conciliar el sueño y con el temor de que esos ojos negros fueran lo último que volviera a ver.
Ya era de mañana cuando la campana que daba aviso al comienzo de clases sonó. Exaltada me levanté de la cama, tomé del armario el uniforme de siempre y me lo coloqué como pude.
Corrí por los anchos pasillos, crucé el sombrío patio, subí escaleras tras escaleras hasta llegar al salón de clases. Sólo había uno para treinta y cinco huérfanos, pero a pesar de la cantidad yo no era invisible.
—Señorita Andros, se digna usted a aparecer—. Si, tampoco era la favorita de ella.—Tarde como siempre, si piensa...—. Un golpe en la puerta interrumpió a la profesora de Biologia.
Y daba gracias a eso.
Adriana Giulliano un tanto molesta por la interrupción abrió la puerta.
—¿Si?—.Ese tono irritado lo usaba con todos.
—Señorita Andros, a la dirección—. A punto de llegar a mi asiento, tuve que volver. Los ojos de todo el salón estaban en mi, Molly sonreía con maldad a pesar del gran moretón en su mentón y de la nariz rota ,ambas sabíamos a que se debía mi llamado.
En la puerta del salón la hermana María me hizo una señal para que la siguiera.
Ella y la directora eran unas de las que mejor me caían. Seguí a María hasta llegar a la dirección que estaba en el último piso de la zona este.
Con un golpe en la puerta nos dieron permiso para entrar. En medio de la habitación estaba un escritorio ocupado por la hermana Mercedes que era la que cumplía el rol de directora y del otro lado estaba sentado de espaldas a nosotras un hombre vestido con un pulcro traje azul, ambos se pusieron de pie una vez que estuvimos dentro.
—Señorita Andros, le presento al Señor Dominic Belicov.
Acomodó su caro saco antes de extender su mano hacia mí.
Tenía un semblante duro, labios finos y estirados en una mueca. Mi estómago se endureció con el contacto de su mano y la mirada escrutadora de sus ojos, eran negros y penetrantes como los de...
—Tiene usted unos ojos muy bonitos, y podría decirse muy fuera de lo común—.Lo único que pude hacer es asentir como respuesta a su halago.
—Toma asiento Mohana—.Me indicó la hermana María antes de cerrar la puerta.
—La razón por la que solicitamos su precedencia es...—.Sabía cuál era y esta era mi oportunidad para defenderme.
—Sé que me he metido en muchos problemas últimamente, pero fueron por una buena razón.
—No vamos a exponer sus acciones, por el momento. La razón de su llamado es que este buen hombre...—. Se refirió al de mirada dura como " buen hombre", para mi era todo lo contrario.—Ha decidido a pesar de tu edad darte una oportunidad.
—¿A qué se refiere con darme una oportunidad?—.Pregunté.
—El Señor Belicov, ha decidido que sería bueno que formaras parte de su familia. Sí, el Señor aquí presente quiere adoptarte.