Un caso diferente

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                                                                     2014

Mi trabajo en el consultorio del psicólogo no era gran cosa, puesto que era pasante de la misma carrera a la que se dedicó mi tío, donde trabajo. Desde muy temprana edad, tal profesión, aunque decían era poco remunerada, llamaba mi atención y la verdad sea dicha, me interesaba ayudar a toda persona que sufriera de diversos trastornos o problemas. Pero, nunca en mi vida, había visto un caso como el siguiente.

Era absurdo pensar que el psicólogo puede resolver todo, puesto que no es Dios, aunque su ayuda no es despreciable. Muy pronto, ayer que era un grandioso día, con un cielo azul y unas nubes blancas como las perlas, llegó una señora, que tenía alrededor de cuarenta y cinco años, tomando a una niña de la mano. La niña se veía tranquila y entonces la señora preguntó:

-¿Se encuentra el psicólogo?

-Permítame un momento-fue mi breve respuesta, pues mis pasos me guiaron hasta el recinto de mi tío y al ver que estaba desocupado, toqué su puerta.

-Tío, hay una dama que espera ser atendida.

-Hazla pasar-tal respuesta salió de un escritorio grande y de una silla enorme, donde mi tío estaba.

-Por favor pasen-fue la indicación que di.

La mujer, como otras personas, no dio gran explicación, sólo me dijo que iba por un problema que presentaba su hija. La niña, mientras tanto, estaba jugando con el celular de su madre, como más tarde me enteré (del parentesco). Al ver eso, fue el presentimiento de que su vida no iba bien, aunque ¿ahora qué niño no prefiere jugar con un celular, que hasta suele ser un modelo más avanzado que el de un adulto? Es irónico, pero sucede que hasta un niño sabe manejar mejor tal herramienta que un estudiante como yo. Cómo añoro esos días en que iba a la preparatoria y aún no había rastro de esa tecnología.

Cuando la madre y la niña tomaron asiento, entonces el psicólogo les habló en un tono amable y que inducía a contarle todo cuanto te inquietaba.

-Dígame, ¿Cuál es el problema?

Previne la situación y por ello me fui a la habitación de al lado, separada por una puerta de vidrio. El marco de esta era negro y de aluminio. En ese lugar tomé asiento y de mis cosas saqué un cuaderno y tras pasar varias hojas, di con una en blanco y extraje un bolígrafo negro, para anotar el caso, puesto que desde hace algunos días, debía practicar escuchando y proponiendo una solución en común a mi tío. No es que él no supiera, pero ponía a prueba mi capacidad de análisis.

Suponía que era un trastorno o un problema en la escuela, como miedo a sus compañeros que la molestaban, pero me equivoqué. Me puse en posición de oyente y he aquí, esto fue todo lo que dijo la madre.

-Verá es algo muy delicado.

-Puede decirlo, incluso no mantengo relaciones con otros psicólogos y como hasta ahora, he cumplido la promesa de guardar en secreto los casos.

-Estoy muy desesperada-suspiró la señora-porque mi hija sufre algo que es poco común. Sé que es raro en un niño, pero le aseguro que mis palabras no fueron invención ni los hechos tienen fundamentos ilógicos.

Mi tío se acomodó en su silla y extrayendo una pluma del escritorio, se puso la mano bajo el mentón, sosteniendo la pluma, en posición reflexiva.

-Es que, no sé desde cuando, pero mi hija tiene conductas anormales a su edad.

Sabía que mi tío se impacientaba ante tantas largas, pero en este caso no dijo nada, quizá porque veía preocupación y angustia en los ojos de la señora. Mientras tanto la niña parecía sorda, porque toda su atención la mantenía en un celular.

Historias con frenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora