El Atlántico tenía una especie de brillo que lo hacía más bello. Sus olas rompían en algunos acantilados soberbios, con rocas de enormes proporciones. Las playas eran como polvo de oro en medio de una gema azul. La vegetación era simplemente magnífica. Cada movimiento del mar resultaba espectacular. De hecho, el color del agua parecía de un azul intenso que combinaba perfectamente con el celeste del cielo y con las nubes aterciopeladas.
En la noche, un manto de seda oscura se extendía, y de él se desprendían brillos, como lentejuelas, siendo el firmamento tan bello y tan magnífico, que resulta difícil explicar qué impresión da cuando se le ve desnudo y miles de colores hacen un anfiteatro perfecto.
Un barco enorme llevaba pasajeros con destino a Bélgica. Entre los pasajeros, una dama de modales finos, perfil modesto, pero ojos avellanados penetrantes, iba ocupada repasando una pieza de piano que se estaba memorizando, a la vez que veía el mar, como si alternara su amor entre la música y los bellos paisajes como lo es un mar tan bello. Esto sucedía allá por 1856.
Pero, movida con toda seguridad, por las ganas de socializar, vio que una tripulante iba apartada del resto. Con ello, la oportunidad de hacer una amiga se acentuó en sus ideas y sin prisa, a paso lento, caminó hasta donde estaba la muchacha.
El bajel sacaba espuma en el mar y se movía de un lado a otro, debido a la superficie que no era estática. Frances dio el último paso y llegó a donde estaba la muchacha sentada, que a penas y levantó un poco la vista de su libro y volvió a leer.
—Es un día precioso—lo dijo con el fin de poder derretir el hielo que cubría a las dos.
No recibió respuesta más que el viento juguetón, que le meció unos rizos negros sobre sus ojos, mientras tanto, a Ellen se le deslizó su libro y cayó. Frances no perdió de vista ello y lo levantó. Ellen le agradeció y tras ver en el rostro de la pasajera cierta disposición a la amabilidad, entonces dejó su libro para otro momento.
— ¿Desea tomar asiento a mi lado? —preguntó Ellen con un tono muy suave.
—En este momento no hay otra cosa que haya añorado como esto—respondió Frances.
Cuando se levantó la falda, entonces tomó asiento y aunque su sombrero estaba atado a la barbilla, eso no impidió que se lo echara hacía atrás
— ¿Cuál es su nombre?
—Ellen. Por lo que veo, usted debe tener un nombre encantador, puesto que su aspecto lo denota.
—Es tan común el mío. Con sólo mencionarlo, recordará a otras personas. Pues bien, me llamo Frances.
Las dos se vieron embebidas por la conversación, que era, por sus rostros y la luz que estos adquirían, algo sumamente agradable.
— ¿Tiene alguna actividad que la absorba?
—Como usted vio, si es que lo hizo, me encontraba estudiando una pieza que debo ejecutar en piano, aunque no he encontrado un momento de paz, hasta hace rato, que me permitiera concentrarme. Pero la conversación no girará en torno mío, por lo que también tengo curiosidad de qué actividad la absorbe todo el tiempo.
—Ayudo a los pobres y les comparto un poco de mí fe.
— ¿Eso quiere decir que ayuda en un ministerio religioso, a pesar de que no es tan común para una mujer?
— Así es, pero le ruego mantenga este secreto.
En aquellos días, sólo existían misioneros, mas no misioneras y la palabra con que podría definirse la actividad de Ellen sería esa, porque su ayuda no era poca, ya que se entregaba a tal actividad con todo el corazón.
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Historias con frenesí
RandomDesde la fantasía, hasta un relato con tintes realistas, esta compilación es algo más allá. Asesinos encubiertos, amores imposibles, diversos países, misterios sin resolver, objetos antiguos que son el centro de una historia, fe inquebrantable, edi...