Octavo día consecutivo que nos veíamos, mis vacaciones de invierno se habían revolucionado con la aparición de esta chica. Valentina me esperaba en el parque más cercano a nuestras casas y luego hacíamos algo como caminar, tomar un café, o solo ir a mi departamento a escuchar música. Intercalábamos a diario el CD, era un ir y venir, nuestro amuleto, lo único material que nos unía.
Tras una larga caminata nos enteramos de que la banda había anunciado un nuevo concierto en la ciudad, estábamos felices porque sería nuestro primer recital juntos. Cargados de emociones y ansiedad, fuimos hasta la ticketera, debíamos comprar las entradas lo antes posible, no podíamos permitir que se agotaran las primeras.
—No tengo dinero acá, tengo que ir a mi casa a buscar —dijo desesperada.
—Tranquila, yo tengo, queda más cerca mi departamento, luego tú me das el dinero.
—¿Seguro? ¿Y si hacemos al revés?
—¡Basta, Valeria, no estés contradiciéndome en un momento crucial como este! —resoplé, tomando su mano para correr hacia mi hogar.
Un fuerte trueno hizo presencia y las primeras gotas no tardaron en caer. Vivir en plena ciudad, sin los suficientes árboles a los costados de la vereda, era un grave problema en un momento así. Por más rápido que corrimos, nos vimos empapados en cuestión de segundos.
Entramos a mi departamento sin dejar de reír, éramos un desastre. Valentina tenía los ojos negros debido a su maquillaje, su cabello se apegaba a su campera impermeable, y sus mejillas y nariz permanecían rojas por tanto correr. Comenzó a respirar con algo de dificultad, me pidió el teléfono para llamar a sus padres y avisar que estaba bien bajo el resguardo de la lluvia.
Mientras ella hablaba, yo encendía la calefacción y hervía el agua para tomar algo caliente. Me cercioré de tener chocolate para taza, y me alegré al saber que sí, que efectivamente aún quedaba. De repente, ella apareció en la cocina, y al verlo sobre la mesada, sus ojos brillaron.
—¡Chocolate! —dijo perspicaz.
—Sí, pero es para que tomes algo caliente, no para que te lo comas, Valentina.
—Eres estricto, Brad. —bromeó.
—¿Ahora serás tú la que me cambie el nombre? —reímos—. Pensé que era bonito.
—Sigue siendo un nombre bonito. Brad proviene de lugares despejados, significa serenidad o algo así —Se quedó pensativa, como era costumbre, y luego viró los ojos.
—¿Y qué significa Valentina?
—Significa persona valiente —respondió con satisfacción—. Creo que mi nombre va justo conmigo.
—¿Ah sí? ¿Usted es una persona audaz y con agallas, señorita Valeria? —Indagué pasando su taza de chocolate.
—Exacto, señor Dietrich, he vivido muchas aventuras —asintió—. Y espero que la vida me dé el suficiente tiempo para continuarlas.
Nos sentamos en la sala, cerca del calefactor, dejando que nuestras prendas se secaran un poco. Por suerte solo eran las camperas impermeables y quizás algo de humedad en los pantalones, pero estábamos bien abrigados.
Sin pensarlo mucho más, le traje una toalla y no dudó en atársela en la cabeza como si hubiese salido del baño. No desperdiciaría tiempo en secarlo con detenimiento dejando enfriar su tan preciado chocolate.
—Pareces salida de una película de terror —dije irónico.
—¿Lo crees? Más bien pienso que estoy salida de una película de amor, donde el chico me deja por otra, y estoy tomando un chocolate caliente cuando acabo de salir de la ducha después de llorar —Carcajeó.
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Desde la primera vez que la vi
KurzgeschichtenCuando nuestras manos chocaron para tomar el mismo CD supe que era especial. Desde la primera vez que vi a Valentina mi pensamiento nunca volvió a ser el mismo. -Historia corta- Registrada con los derechos de autor en mi país. No copias ni adaptaci...