La madurez cambia el grito, la violencia por el silencio y el prudente comportamiento, quita de los ojos la envida y deja de justificar los malos actos con pretextos de bondad, reconoce sus fallos sin sentir rencor por si misma o culpar a otros por ellos, deja el puesto de víctima, porque la víctima siempre está afectada y nunca acepta que también afecta a otros, cambia el autoritarismo por la justicia y la democracia, deja el egoísmo y aprende a pensar por otros y abandona el mal hábito de dar críticas disfrazadas de buenas correcciones