Fidelidad

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Las hadas del jardín se han ido. Abandonaron su hogar en el árbol que adornaba el centro de la casa, ese mismo donde los niños solían amarrar los columpios y las hamacas.

Los gorriones y petirrojos que gustaban de dormitar en las ramas y las tejas del techo también se han marchado. Incluso los terriblemente escandalosos periquillos que parecían tener chismes para todo el día se alejaron.

Los gatos perezosos ya no se tiran en el suelo lleno de hojas ni los perros se acercan a sus casillas de cartón.

Los nietos crecieron y se fueron, igual que sus hijos. Los fieles animales y las hadas guardianas fueron los únicos que se quedaron a llenar de vida la casa. Y fueron los únicos que, fieles, no solamente siguieron la procesión fúnebre de la abuela hasta el panteón del pueblo, sino que hicieron de él su nuevo hogar. Sus miradas aseguran que ella los sigue cuidando desde el otro lado.

El panteón nunca había estado tan lleno de vida.

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