Hadas

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Desde que tengo uso de razón, me gustan las hadas. Me atrae la idea de seres pequeñísimos que viven entre la naturaleza; que son atraídas por el aura buena de las personas y son castigadoras de aquellos que no son capaces de obrar bien o de respetar la coexistencia con el mundo que nos arropa.

Me he encontrado infinidad de veces desviándome al pasillo de los libros infantiles en las bibliotecas o las librerías, buscando entre los estantes libros de criaturas mitológicas o aquellos que se especializan en relatos fantásticos de hadas. Y, cuando caigo en cuenta de ésto, me río. No es precisamente mi culpa el no poder soltar esa parte de mi infancia. Es como si un murmullo dulce y armonioso me guiara siempre al tema. Una voz infantil, familiar, que pareciera quererme atrapar para siempre en un mundo de ensueño en donde la inocencia de la fantasía se transforma en un refugio de la vida adulta tan atareada que ahora me toca llevar a cuestas.

Mamá sonríe con dulzura cuando me ve perdida en las decoraciones de hadas. Dice que me veo más feliz, más radiante, más niña... más yo. No se explica cómo es que, teniendo millones de temas de interés, sigue instalada en mi interior la fascinación por esos pequeños seres.

Cuando dice esas cosas, también río, porque ella es igual a mí: le gustan. Ama las hadas. La he sorprendido dibujándolas o pintándolas sobre tela.

Un mito de estas hermosas criaturas, dice que son el alma de los bebés que mueren demasiado pronto o no han sido bautizados. Creo que esa es la conexión que mamá y yo tenemos con ellas: mi mamá vio el nacimiento de un hada. Yo, en cambio, tengo un hada personal que me visita en sueños desde que nací.

Si mamá supiera que mi hermana prefirió ser un hada a quedarse a nuestro lado, su pérdida no la pondría triste y comprendería nuestra fijación por esas criaturas. Pero ella no quiere que mamá lo sepa. Así como no quiere que sepa que también la visita por las noches y le besa la frente y las mejillas mientras tararea las mismas canciones que le cantaba mientras estaba en la incubadora, antes de partir.

Creo que somos afortunadas de tener un hada personal que nos arrulla, nos consuela en los momentos más difíciles y nos conecta de manera especial con la inocencia y la naturaleza que nos rodea.

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