🌻CAPITULO SEIS🌻

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Anastasia se lanzó escaleras abajo y Christian corrió hacia ella.

–¡Se ha ido! ¡Teddy ha desaparecido!

–Lo sé, Rudy tampoco está en el establo, pero he encontrado huellas en la nieve –Christian tomó su chaquetón–. Voy a buscarlos. ¿Quieres quedarte aquí, por si acaso volviera?

–No, puede que me necesite. Voy contigo –Ana corrió al armario para buscar su abrigo mientras él buscaba una linterna. La nieve haría posible que les siguieran la pista, pero era de noche y hacía mucho frío. ¿Durante cuánto tiempo podría sobrevivir un niño con esa temperatura?

–Ven por aquí –Christian la llevó hacia el establo–. He visto las huellas ahí detrás.—Anastasia miró las marcas de las zapatillas de Teddy y las patas de Rudy.

Mientras seguía a Christian iba rezando en silencio. Se paraban de vez en cuando para llamar al niño, pero la única respuesta era el silbido del viento. De repente, Christian se detuvo, murmurando una palabrota. –¿Qué ocurre?

–Coyotes –murmuró él, señalando el suelo–. Deben ser un par de ellos. Huirían de un adulto, pero...

No tenía que terminar la frase. Teddy era lo bastante pequeño como para que un par de coyotes hambrientos lo considerasen una presa y un cachorro inexperto como Rudy no podría hacer nada. Se le doblaron las piernas de pánico, pero hizo un esfuerzo para ser fuerte.

–Tú caminas más rápido que yo... ve delante, yo te seguiré. Christian acarició su mejilla.

–No te preocupes, lo encontraremos.

–Date prisa, por favor.

Anastasia lo vio alejarse, con el corazón en la garganta. Si algo le ocurría a Teddy...

–¡Teddy! –gritó Christian, aguzando el oído por si había respuesta. Las huellas se habían vuelto erráticas, como si Teddy estuviera cansado o desconcertado. Al menos Rudy iba con él, pero las huellas de los coyotes estaban cada vez más cerca, como si las astutas bestias estuvieran buscando valor para atacar.

¿Y si llegaba demasiado tarde? ¿Y si había perdido a Teddy? No lo quería ni pensar...

Christian siguió adelante más decidido que antes. Tenía que encontrarlo como fuera. Christian no podía imaginar la vida sin ellos.

–¡Teddy! –lo llamó, en la oscuridad, medio cegado por la nieve–. ¡Teddy!

Entonces le pareció oír algo. ¿Un grito? No, era un ladrido. Era Rudy.

–¡Teddy, respóndeme! –volvió a gritar. Rezaba para escuchar la voz del niño, pero solo volvió a escuchar el ladrido y, rezando, corrió en esa dirección. Vio unas sombras en la nieve y, un segundo después, a Rudy. Con la cabeza gacha y el lomo levantado, estaba guardando algo tras él, alerta, seguramente porque había olido a los coyotes.

–Tranquilo, chico, soy yo –dijo Christian.

Enseguida vio a Teddy tumbado bajo un arbusto, medio escondido entre sus ramas. El niño estaba inmóvil. Muerto de miedo, corrió hacia él y tomó al niño en brazos. Estaba helado, pero respiraba.

–¿Teddy? ¡Teddy, despierta!

El niño abrió los ojos.

–Estoy... cansado –murmuró.

Quitándose el chaquetón, Christian se lo puso por encima. –Vamos a casa, hijo.—Anastasia corría hacia ellos, angustiada.

–Cariño...

EN EL LUGAR DE SU HERMANO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora