Capítulo 9: sin retorno

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Promise me some dignity
if I were to stand and die here,
'Cause my heart is somewhere else,
It's a pain I've never felt.

Siria, junio 2011

—¿Qué te dijo el doctor? —pregunté mientras mis dedos, medio y pulgar, frotaban con cansancio mi tabique nasal. Estaba en el escritorio terminando de arreglar unos papeles que parecían interminables.

El coche de Amal se encontraba al costado, con mi mano izquierda lo movía ligeramente para que ella continuara su sueño, pues ya se había estremecido bruscamente en algunas ocasiones. Sin poder ver a Carlota la escuché balbucear antes de comenzar a hablar, hacía eso para ordenar las palabras cada vez que platicábamos en español.

—La terapia... debe durar otros... —Sentí su silencio al pensar. ¡Oh no! Esto iba a ser malo—: cuatro meses.

Con rapidez volteé hacia la derecha, dónde se encontraba la cocina. Carlota amasaba un pan para la cena. Nos dividía una pequeña estantería de cristal, por lo cual debíamos elevar nuestro tono de voz al hablarnos.

—¿Cuatro meses, dices? —Aunque más que una elevación de voz, sonaba como un reclamo a gritos— No, mira, debe estar mal el doctor. Vamos a llamarlo y decirle que nuestra hija está en perfecto estado y que podemos continuar con esto hasta agosto.

Dejé de escuchar la masa golpear contra el mesón. Carlota me miró fijamente. Me sentía un verdadero hombre amargado y solo tenía 20 años.

—No, Aristóteles. La recuperación de Amal ha sido milagrosa, tú lo sabes. No voy a arriesgarme a que mi hija sufra alguno de los efectos colaterales de todo esto.

Golpeé con brusquedad el escritorio, escuché un pequeño lloriqueo de Amal. Su presencia era lo único que me volvía a la realidad. Me sentía una bestia y constantemente tenía miedo de no ser un buen padre para ella.

La miré y mi puño se extendió, volví a frotar aquel punto de mi nariz. Escuché a Carlota continuar hablando:

—¿Qué pasa si nunca aprende a caminar o si su corazón falla otra vez? —cuestionó.

—Carlota, sabes que tenemos que estar allá en agosto. No hay negociaciones.

Me miró ofendida. Ella no entendía nada de lo que ocurría. Desde abril todo había cambiado. Ese día comprendí que debíamos alejarnos lo más que podíamos. Estar aquí no era sano... Ni justo.

—Aris, somos grandes. Si tienes que irte yo lo aceptaré. —Negué frenéticamente—: mira, me has enseñado muchas cosas, tengo con qué defenderme si algo ocurre. Solo necesito que compres comida para los meses que estés afuera, no saldremos te lo prometo...

—¡Maldita sea, Carlota! ¡No entiendes! —Grité.

Amal dió un salto en su coche y comenzó a repetir el monosílabo «pa». Carlota suspiró y continuó amasando, ahora con mayor intensidad. Tomé a Amal en mis brazos cuando comenzó a llorar sin control, la acurruqué en mi suéter a pesar de que ella ya era lo suficientemente grande, parecía sentirse feliz cerca de mí, aunque su posición no fuese la más cómoda. Después de todo, para ella era su papá, me reconocía de dicha manera y ¡Joder! Que tan mal hombre era yo.

Disenchanted | Aristemo  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora