~2. Rosa y rojo... ~

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Después de escoger cuidadosamente la playlist, Samantha cogió la correa mientras que Red daba saltos emocionados. Cuando llegaron al parque, le soltó, dejando que el pequeño corgi correteara, peleándose con las hojas de otoño. Se sentó en un banco y cogió el móvil. Eva le había escrito un mensaje.

Samantha se mordió el labio preocupada al leer ese "Deberíamos hablar" Escribió un rápido "Cuando quieras" y cerró la app con rapidez, temiendo la respuesta. Llamó a Red con un silbido y el perro ladró con entusiasmo.
-Va tonto, vámonos- dijo Sam mientras le acariciaba. El perrito cerró los ojos y lamió la mano de la chica- De verdad, lo que te hacen sufrir los hijos- murmuró bromeando. Red ladró de nuevo con alegría y después de atarle la correa salieron del parque.

Mientras esperaba el semáforo, vió la respuesta de Eva "Comemos en mi casa, si quieres" "Va, a la 3.00 estoy allí". El semáforo cambió a verde y una paloma de posó en mitad del paso de cebra. Red dió un fuerte tirón de la correa, soltándose de la distraída Samantha, que no pudo mas que reaccionar tarde. Un Mercedes plateado cruzó la calle, quitando a su pequeño corgi de su campo de visión. Samantha pegó un grito, tirando el móvil al suelo.

Allí estaba su perrito, que se intentaba levantar del suelo mientras se quejaba. Se agachó corriendo mientras que un pequeño charco de sangre lo empezaba a rodear y acarició su cabeza. Mientras él intentaba levantarse inútilmente. Notó una mando en su hombro que le tendía su móvil. Samantha se giró con furia, teniendo ante sus ojos a la conductora del coche.

-¿¡Qué coño has hecho gilipollas!?- gritó con un odio visceral. Y bueno, digamos que descubrir quien era no hizo mas que aumentar su enfado- ¡No te creo! ¡Encima tenías que ser tú gilipollas!- Samantha mentiría si dijera que no le faltó menos de una centésima de segundo para que se levantará y le partiera la nariz. Quien iba a ser si no, no había gente en Londres.

La otra chica morena se quedó paralizada. No estaba acostumbrada a respuestas tan viscerales y menos al ver quien era la dueña. Dió un paso hacia atrás, quitándose las gafas de sol (que no le servían mucho en días nublados)

- ¿¡Qué coño haces!? ¡Llama al puto veterinario al menos ¿no?!- Samantha estaba fuera de sí, ver a Red en un estado tan terminal era un ataque tan profundo a su persona que el autocontrol se había quedado en último plano.  La otra chica reaccionó por fin y le puso una mano en el hombro
- Te llevo a mi veterinario, vamos-
-No me toques- siseó Samantha, clavándole sus ojos azules llenos de rabia.

Se quitó el abrigo y la sudadera azul, y con esta última envolvió al corgi con sumo cuidado, que apenas se quejó.
-Vamos rápido, por favor- le dijo, con más pánico ya que irá. La chica morena asintió y ambas subieron al coche que arrancó en un vuelo.
A veces los reencuentros inesperados son "lo que tenía que pasar*. Otras, simple coincidencia.

~~~

Probablemente sólo fueron 5 minutos, tampoco se tardaba mucho más en llegar a su veterinario. Eso sí, los más largos de su vida, con Samantha en silencio, enjugándose las lágrimas mientras acariciaba al pobre perro. Ella iba dando toquecitos en el volante, con mucho estrés. A ver, no iba a mentir, la culpa la reconcomía por dentro, si hubiera estado pensando en lo que tenía que pensar no hubiera sido un reencuentro tan desfavorable. Pero a esa culpa ahora mismo le ganaba la sorpresa. Y con creces.

Nunca había imaginado que una persona podía cambiar tanto en 3 o 4 años. O bueno, no tan radicalmente. En fin, como cambiaban las tornas, quien se había quedado paralizada esta vez.

La chica miró por el retrovisor viendo a una Samantha mirándola de reojo entre lágrimas. La morena se mordió los labios con nerviosismo pero con un poco de valor, hizo un primer intento de romper esa tensión.
-Cuánto tiempo ¿no?-
- Y todavía faltaba- respondió la chica, mordaz. La conductora tragó saliva, muy concentrada en mirar la carretera, notando cuchillos clavándose en ella (o bueno quizá era la mirada de Samantha, quien sabría).

Y la verdad es que ella ni confirma ni desmiente que no tuvo ovarios de hablarle más.

Cuando llegaron a la puerta del veterinario, fue Samantha la que habló, mientras la otra chica le abría la puerta.
-Veo que necesitabas hacerme más daño, Anaju- La morena volvió a tragar saliva, notando como los ojos azules de Samantha le abrían en canal. Aunque más que un ataque, para Samantha era un momentáneo desahogo. Red era mucho más importante que hacer daño.

~

En la sala de espera, con el pequeño corgi ya en manos de los veterinarios, el silencio era ahogante. No para Samantha,  pero sí para una Anaju a la que le quemaba la culpa.

El móvil de Samantha sonó, avisando de poca batería y ella, empezó a escribir como una posesa. Pero el maldito móvil se apagó antes de enviar el mensaje. Anaju se fijó en que la expresión de Samantha pasó a una mueca de resignación. En un segundo intento de romper el silencio o al menos, reducir la tensión, Anaju salió hacia su coche.

Cuando volvió, 1 minuto después, Samantha (que tenía el defecto o la virtud de ser un libro abierto) se sorprendió increíblemente. "No, no me voy todavía". Sacó del bolsillo de su abrigo un cargador y se lo tendió a Samantha.

Esta lo miró y tras 5 segundos de rechazo, lo cogió y enchufó su móvil al lado del sitio. Anaju lo celebró (internamente, claro) como si su querido Liverpool hubiese marcado el gol del empate. Pero claro, aún faltaba ganar el partido. Y bueno, quizá tuvo un poco de ayuda esta vez.

-Entonces... Tienes mascota- soltó Samantha aleatoriamente. Ya no había chispas de ira ni de rencor en su voz. Anaju no se lo podía creer. "No puedo perder esta oportunidad" así que, sacó el teléfono y entró en su Instagram, con la excusa de enseñarle una foto se su gato. Pero vamos, que si Samantha se quedaba con su nombre de usuario, tampoco se iba a quejar.

-Se llama Rosa- Samantha sonrió, intentando aguantarse la risa al ver la foto de un gato de pelo corto negro en los brazos de Anaju. Sin embargo, no añadió nada más, literalmente nada de lo que pudiera estirar para alargar la conversación.

A ver, tenía sentido se intentó convencer Anaju para no estar decepcionada. Acababa de atropellar a su pobre perro (cosa de la que se sentía muy culpable) pero su orgullo no le permitía disculparse o al menos no directamente. Bueno, quien decía orgullo decía vergüenza.

Y sin motivo claro, una idea millonaria llegó a su cabeza. Se acercó a la veterinaria de la recepción y le dijo una pocas palabras. Esta asintió, dándole unos papeles.

Samantha observó la escena con una ceja arqueada y así siguió cuando Anaju se sentó de nuevo. A ver, si hablaba por curiosidad, no pasaba nada. Aunque la morena suponía que el rencor, dolor u orgullo le ganaban a esta.

Pero Anaju ya había preparado un última bala en la recámara que esperaba no fallar.

All I wanna hear you say {Samaju} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora