Pasó un mes, dos, un año, tres años... y aún me acordaba de Adonis. Su profunda mirada, adorable hoyuelo, sus comentarios... O dioses, le quería. Quería a un chico que solo conocía de un día. No sabía si me estaba volviendo loca, pero si la locura comportaba estar con él, no me importaba.
El primer año fue el peor, no podía dejar de pensar en él y en aquella maravillosa cena. Me comprendía tan bien... todos me veían, pero nunca antes había conocido a alguien que me mirara. Él era el único que en una sola noche, supo ver que detrás de todas las sonrisas había una chica rota y desolada. Desde que me separaron de mi madre y me encerraron bajo tierra, me sentía sola y triste, ni siquiera recordaba que se sentía al ser feliz. Tenía la cabeza hecha un lío. Ya no estaba segura de nada, pero algo sí tenía claro, algún día sería feliz, lo sabía.
Hades se comportaba muy bien conmigo desde lo del... incidente. Me había dicho que me quería y que quería formar una familia conmigo. Aunque me alegraba, en el fondo seguía añorando a Adonis.
Durante los siguientes diez años, no subí a la civilización humana. Mi madre se encargaba de que hubiera primavera, aunque no era, ni de lejos, igual que la mía.
Al décimo año, conseguí por fin que Hades recuperara la confianza en mí. Me estaba preparando para ir a Atenas después de diez largos años sin salir del Inframundo. Estaba muy nerviosa e impaciente por salir de aquel horno.
Cerbero me llevó a la ciudad y, nada más llegar, fui a la cafetería donde conocí a Adonis. No había cambiado mucho desde la última vez. Las mesas estaban llenas de gente charlando y riendo y la mesa donde me había sentado la última vez estaba vacía.
Entré y busqué con la mirada al chico. Cuando por fin lo vi, me quedé impactada. No había pensado que, al haber pasado diez años, estaría más mayor. No había cambiado mucho, solo que ahora lucía más... hombre. Un grupo de chicas sentadas en una mesa al lado de la barra se lo comían con la mirada. Al instante, mis músculos se tensaron. Fui con paso decidido hacía su dirección y cuando me vio, sus ojos se abrieron como platos. No tenía ni idea de lo que debía decirle, así que decidí que lo mejor era no hablar. Me puse de puntillas y le besé. Fue un beso cálido y dulce, mil veces mejor que en mis sueños. Nuestros labios encajaban a la perfección, como si se hubieran hecho así expresamente. Ahora ya lo tenía claro: no solo le quería, le amaba. Había leído millones de libros sobre el amor a primera vista y aunque nunca lo había creído posible, me había pasado con Adonis.
Cuando nos separamos, automáticamente mis labios anhelaron el calor de los suyos. Sus ojos marrones estaban posados en mí. Era muchísimo más guapo de lo que recordaba. Adonis me cogió del brazo y me llevó a la parte de atrás de la cafetería.
―¿Perséfone? ¿Eres tú de verdad?
―Claro que soy yo ―su mirada era indescifrable―. Te he echado de menos.
―Yo también ―una pequeña sonrisa asomó por la comisura de sus labios―, no has cambiado nada.
Me reí. Por supuesto que no había cambiado, al ser una diosa, crecía muy despacio. Ahora mismo seguía teniendo la apariencia de una chica de dieciséis años mientras él lucía como un chico de veintisiete.
―Creo que tenemos que hablar, te debo muchas explicaciones.
―Claro, adelante ―hizo un gesto para que empezara a hablar.
―¿Ahora?
―¿Cuándo si no?
Suspiré.
―Soy una diosa.
―¿Qué?
―Sé que puede parecer una locura, pero soy una diosa. Mis padres son Zeus y Deméter y yo soy Perséfone, diosa de la primavera. Viví en el mundo de los humanos hasta que Hades me secuestró y me obligó a casarme con él.
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Memorias de una diosa enamorada
Short StoryAunque parezca mentira, los dioses también se enamoran. Mientras que Perséfone permanece en el Inframundo en contra de su voluntad, el amor de su vida está esperándole ahí fuera. El problema es que su marido, Hades, es muy celoso y hará lo que sea p...