Prólogo

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El aire era puro y el olor a hierba inundaba mis fosas nasales. El prado en el que me encontraba era vasto y lleno de flores de todo tipo, a su alrededor, había árboles altos e imponentes que no dejaban ver más allá.

Mientras mi rojizo cabello ondeaba al viento, me agaché para recoger unas cuantas de esas florecillas tan hermosas y así hacer un ramo para mi madre. Amaba la naturaleza. Siempre había sido mi santuario secreto, un lugar donde poder refugiarme y donde poder estar cuando me encontraba sola.

De golpe, una voz grave y áspera susurró mi nombre:

«Perséfone»

De inmediato sentí un escalofrío. No tenía ni idea de dónde venía esa voz, que segundos después me volvió a llamar:

«Perséfone»

Memorias de una diosa enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora