cuatro

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Estaba sentando en la banca de madera que estaba frente al parque. Desde ahí podía ver claramente a Ander columpiarse vivamente en los columpios.

No podía decir que felizmente, él no sonreía a menudo, pero está allí, colgando sus piernas desde el oxidado columpio.

Y Lilian, él sostenía la bolsa con sus palomitas.

Él tomaba una cada que mecía su cuerpo y su mano quedaba lo suficientemente cerca de la bolsa sobre las manos de Lilian.

Lilian estaba sosteniendo la bolsita de palomitas de maíz de Ander.

—¿Te gustan tanto?

—¿El qué?

Preguntó volteando hacía atrás cada que dejaba a Lilian detrás.

Un columpio tras otro.

— Esto.
Lilian alzó la bolsa.

— Creo que es evidente.

Lilian se mantuvo en silencio, nuevamente.

Su pierna comenzaba a inquietarse en su lugar, lamió sus labios. Últimamente se sentía un poco ansioso por cosas tan simples como hablar o pensar en qué decir.

Sacar temas de conversaciones, aunque para él nunca fue muy importante decir algo y ser correspondido.

Últimamente decía algo solo para espererar ser correspondido.

— ¿Puedo tomar una?

Ander lo volteó a ver, ni siquiera contestó. Lilian giró los ojos y bajó la mirada. Cuando la levantó Lilian había dejado de columpiarse.

Y lo estaba observando.

— Claro que puedes tomar una, Lilian.— Hizo una pauta, siguió columpiándose.— Lo mereces, haz estado cargando mi bolsa por mí.

Lilian se quedó callado, no sabía si tomarla o no ahora que le había cedido el permiso. Estaban hablando de palomitas, sin embargo algo le hacía sentir la presión, no sabía de que otra forma llamarle.

Estaba, ¿nervioso?

— Puedes tomar más de una.

Le escuchó decir nuevamente. Alzó la mirada y él le estaba sonriendo, automáticamente los labios de Lilian le sonrieron de vuelta. Una sonrisa muy discreta.

— Puedes incluso...venir a columpiarte conmigo.

Lilian negó con lentitud y Ander giró sus ojos.

— Me siento muy solo aquí.
Lo miró hacer un puchero del tamaño del cielo.

— Literalmente estoy a tu lado.

— Pero estás en la banca.

— No hay diferencia de la banca al columpio.

— Estás de lado izquierdo, llevo rato prestándote atención hacia el lado izquierdo, me voy quedar torcido. Oh dios mío, como duelen mis ojos.

Siguió con el puchero.

— Pues deja de mirarme.

— No te estoy mirando, estoy cuidándote. Pueden robarte.

Ander elevó las cejas y señaló con la mirada el columpio de al lado.

Insistente.

Lilian se levantó y caminó hasta Ander, le entregó bruscamente su bolsa de palomitas en el pecho y él la sostuvo con gracia. Finalmente se sentó a su lado.

Lo había convencido.

Lilian se aferró ambos lados del columpio y casi pudo enterrar sus pies en el suelo de forma estática. Harry arrugó la nariz.

Un millón de razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora