Capitulo 4

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Dea

Tenía pánico. Mi cuerpo temblaba por si solo y no podía pararlo, no estaba ese clic que hacía cuando quería terminar con mis ataques de pánico.
Primero Tristen, luego Munera. Los dos habían visto lo que era, el miedo que tenía.
O me marchaba de ese lugar lo más pronto posible o iba a morir allí y lo sabía.
No me podía dar la satisfacción de quedarme mucho más tiempo cuando Grey me estaría buscando. Él no tardaría en encontrarme y tenía que irme antes que me volviese a ver.
También, tenía que marcharme antes que cualquier otra persona me viese perdiendo los papeles.
-¿Por qué, Dea? ¿Por qué te ocurre esto? - preguntó Munera.
No estaba y estaba segura de por qué ocurría aquello. La confusión teñía mi mente y lagunas aparecían sin dejar nada claro de lo que pasaba.
-No... Lo sé - contesté balbuceando y mirando al suelo.
-Por eso te fuiste - fue más una afirmación que pregunta - huías de algo.
-No se va a desprender de mi por mucho que me fuese a otro continente - farfullé.
-¿Y si buscas ayuda? Un especialista podría ayudarte y no tener que huir.
-No - un pequeño gruñido salió de mi garganta.
Había recibido unas cuantas ayudas profesionales y no habían servido de absolutamente nada. Estaba sola en ello. Luchaba sola y huía sola.
Munera era una gran persona, me había ayudado para conseguir los medios para seguir mi camino, se estaba jugando todo su matrimonio sólo por mi. Y aquello era un gran gesto de alguien que no conocía demasiado bien. También, cabe decir que tener ese tipo de ayudas era alguno nuevo para mi.
-No puedes huir siempre de algo que te va a estar persiguiendo hasta que no lo soluciones - comentó ella poniendo una de sus manos en mi hombro.
Estábamos las dos sentadas en el sofá mirando a la nada.

-¡Para! - grité de nuevo.
Me revolvía en las sábanas lo más rápido posible como si aquello pudiese parar los golpes que recibía.
-¿Todavía no has aprendido? - preguntó en voz alta en mi oído.
Pinchazos, latigazos en cada parte de mi cuerpo, sangre que se arrastraba por mi cuerpo desnudo.
Lágrimas que escocían en mis mejillas.
Quería que aquello terminase, no quería esa vida. ¿Por qué yo?
-Sí - grité para que parase.
Aprendí, que el setenta por ciento de las veces, él paraba cuando yo le daba la razón. Algunas no funcionaban hasta que él se cansase, otras, terminaba todo tan rápido. Aquella, no era una de esas veces. Estaba pasando el tiempo lento, los gritos que salían desde mi garganta y los de él me perforaban los tímpanos.
Nadie me ayudaba, nadie venía a rescatarme. Estaba sola ante ese monstruo una noche y otra también.
-¿Qué has aprendido? - dejó de golpear.
Poco a poco mi cuerpo se fue encendiendo, el dolor iba en ascenso, mi respiración era pesada y me dolía el pecho como si me fuese a morir de un paro cardiaco.
Aquella vez, como todas, no recordaba que es lo que yo hacía para que se pusiese de esa manera.
El miedo me dejaba en blanco y ni siquiera recordaba a veces mi nombre.
Quería volar, quería salir de allí y no podía ni siquiera moverme. Perdí la voz, mi corazón y no tenía el valor para salir de allí corriendo, por que estaba jodidamente asustada. Asustada de él.
Quería vencerle, quería ser más fuerte que él pero no lo era. Me debilitaba, me estaba matando poco a poco que dolía tanto como recordarlo.

-Munera... - la miré como esta tocaba su anillo y su mirada perdida.
-Quédate todo lo que necesites, Dea, pero no puedes estar toda la vida huyendo - su voz era suave.
-Me pegaba - cerré los ojos mientras mi mente recorría el pasado - siempre decía que yo era el problema... - me cortó.
-Dea...
-Me decía que la manera de arreglarlo era a golpes. - suspiré - nunca fui capaz de marcharme, tenía miedo sólo por si él me seguía.
-¿Alguna vez te siguió? - preguntó ella.
-Trabajaba en una cafetería a las afueras y él aparecía por la puerta y no se marchaba hasta que no terminase mi turno.
-Necesitas ayuda...
-Todos la necesitamos, pero a veces la ayuda no es la solución.
-¿Denunciaste?
-Lo quise hacer todos los malditos días, pero no tenía valor. Él era mi cabeza, mis piernas, mis ojos. Yo tan sólo soy un jodido títere en su mundo.
-Bien - ella suspiró - vamos a hacer una cosa.
Abrí los ojos poco a poco y la volví a mirar. Ya no tenía una mirada perdida si no una mirada que brillaba con algo malvado.
-Oh - me mordí el labio inferior.
-Somos jóvenes, no tenemos que estar toda la maldita tarde aquí sentadas y desperdiciando nuestra vida - sonrió.
-No no, Munera, sea lo que sea... - me cortó.
-Levanta ese culo bonito, vamos a buscar un buen vestido y esta noche va a ser nuestra.

Irresistiblemente diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora