5. Dalain Leumadair.

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La delfín mular emergió del agua con la gracilidad acostumbrada seguida de Pécs, su compañero de camada.

Sus antiguos compañeros la habían recibido con los brazos abiertos y con gusto se habían convertido en sus fieles subordinados. Juntos, seguían realizando las mismas labores de cuidado y mantenimiento de estructuras, pero esta vez en planetas más importantes, en el círculo interior. El equipamiento a su disposición había mejorado, y mucho, incluso su traje había recibido actualizaciones y ahora podía moverse más ágilmente con él incluso en tierra.

La aparente calma de la rutina dominaba su día a día, pero no podía olvidar que la guerra se recrudecía en todos los rincones del imperio. Todos los medios que retransmitían desde la capital informaban diariamente de la pérdida de vidas y territorios arrebatados por el agresivo ejército comandado por los líderes splicer. La Emperatriz había dado órdenes de enviar a La Legión a combatir, pero los renegados seguían ganando cada vez más terreno.

Aegis debía ocuparse de mantener la tranquilidad en el resto del universo y hasta eso era más difícil cada día. El miedo atenazaba a nobles y plebeyos y raro era el planeta en el que no se producían revueltas, a menudo por la escasez de recursos, que hubiera que sofocar. Pero, misteriosamente, su equipo de capaces splices sólo recibía peticiones de conservación de canalizaciones en los puntos más alejados. Mish y Valesia, los splices tortuga marina, ya se habían quejado y no había sabido qué contestarles. Querían ayudar. No habían sido fabricados únicamente para soldar tubos. Dentro de todos ellos, un fuerte sentido de justicia y lealtad al imperio les pedía que se implicaran, que combatieran, que pusieran su pellejo en juego para salvar inocentes. Esa misma programación era la que hacía que les ardiera la cara de rabia al oír los recuentos de muertes en las noticias.

Dalain encabezó la marcha del grupo hacia el hangar de ingeniería en el que estaban alojados.

— ¿Echamos unas damas? — La pregunta de Pécs interrumpió sus pensamientos.

— Tengo que rellenar el informe.

— Qué aburrida te has vuelto desde que eres la jefa.

— Ya era aburrida antes. — Bromeó Valesia y luego escondió la cabeza dentro de su caparazón con una risita. — Pero no me despidas, ¿eh?

Valesia debía tener sesenta años más que la propia Dalain, pero la esperanza de vida de los splices tortuga era de al menos cuatrocientos años, así que apenas era una cría y solía comportarse como tal siempre que tenía ocasión, lo que solía ser a menudo.

— ¿Quién me iba a cubrir las espaldas entonces?

Dalain sonrió al responder. Tenía una familia, tenía a su familia. No necesitaba más. Nunca había necesitado nada ni a nadie más.

— ¿Vas a pedírselo otra vez al jefe de sección?

Mish esperó su respuesta observándola a través de las gafas redondas sin las que no podía ver con claridad incluso dentro del agua. Él, más que nadie, había insistido en que solicitara un lugar en las líneas de defensa. Y tenía sus razones. Era el más mayor del grupo, de hecho, el día de su jubilación forzosa no debía estar muy lejos, aunque él nunca había desvelado cuántos años llevaba formando parte de Aegis. Mish deseaba poner fin a su vida en el campo de batalla, con honor, no con una inyección letal inmisericorde cuando ya no fuera útil.

Dalain se sentía culpable de no poder concederle ni siquiera eso.

— Ya hemos acabado nuestro trabajo aquí, así que no veo por qué no.

La delfín mural sabía que nunca podría darles una respuesta positiva, no después de su pequeña aventura. Había vendido su silencio a cambio del agradecimiento de la Emperatriz, con su ascenso y su regreso a las filas del imperio, y ese mismo documento la había condenado a una vida de tareas rutinarias. Seraphi habría dado orden de mantenerla lo más lejos posible de cualquier situación que pudiera comprometer ese silencio. Con su regreso, había trasladado ese mismo castigo a sus compañeros.

Pero no podía decírselo, y tenía que ignorar el nudo en la garganta que sentía cuando le preguntaban.

— Cruzamos los dedos. — Pécs le puso una mano sobre el hombro y apoyó su frente sobre la de ella como muestra de camaradería. — Y luego, las damas.

— Luego las damas.

Dicho esto, Dalain se separó del resto y se retiró a su despacho improvisado en un cuarto de suministros.

Rellenar el papeleo de las reparaciones que habían realizado en la gran plataforma subacuática y redactar un mensaje para su jefe de sección por la petición de Mish apenas le llevó un par de minutos. Terminada su labor, se levantó de la silla y bloqueó la puerta electrónica con sus códigos de seguridad. Prefería asegurarse de que lo que hacía no saliera de aquella habitación.

Si algo bueno había sacado con su ascenso, era un acceso casi ilimitado a la red de información de Aegis. Un día tras otro se sentaba frente a la pantalla durante casi una hora, el tiempo máximo sin que nadie la echara de menos, y buscaba...

Buscaba a Caine.

Las Guerras Splicer. Parte II. (El Destino de Júpiter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora