8. Caine Wise

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— Es mi última palabra, capitán Wise. Bliss y usted se quedarán al servicio del señor Utipp.

El comandante Apini, que hasta entonces observaba el movimiento de las patrullas splicers a través de la ventana, de espaldas a él, se dio media vuelta para intercambiar una mirada con la que reforzar su dominancia. Aunque quería resistirse, llevaba la obediencia grabada en sus genes.

— Sí, señor.

— Eso es todo. Puedes retirarte.

Al salir del despacho, Caine decidió no volver inmediatamente a los barracones donde la mayoría de los miembros de su manda descansaban después de una larga jornada de duro entrenamiento. En su lugar, recorrió los pasillos del complejo, cuyo plano ya se había aprendido de memoria, hasta un pequeño jardín trasero que Bliss solía frecuentar.

La splice búho real había vivido ya más que cualquier otro de su misma genética y su salud había empeorado desde que se habían visto envueltos en aquella guerra. Los Skyjackers sabían que su momento no estaba lejos y por eso hasta Cleo, la nerviosa demonio de Tasmania, se mostraba tranquila a su lado e incluso le preparaba el té que le gustaba todas las mañanas.

Cuando llegó, la encontró agachada junto a la bomba de agua, cacharreando con el sistema de riego.

— Pásame el sellador, si eres tan amable.

No le sorprendió que lo hubiera oído desde mucho antes de que llegara, pues los búhos podían captar las vibraciones en el aire a grandes distancias gracias a las plumas que rodeaban sus conductos auditivos.

Cogió el sellador de la caja de herramientas y se lo acercó.

— Gracias, querido.

La vegetación había mejorado desde que ella se hacía cargo del lugar, aunque nadie reparara en ello.

Bliss se puso en pie con mucho esfuerzo y un poco de ayuda de un bastón plegable.

—El comandante ha ordenado que nos quedemos aquí. Los acompañará un grupo elegido por lord Utipp. Partirán mañana.

— ¿Entiendes por qué?

Caine se tomó unos segundos para responder, sólo para asegurarse de que entendía dónde quería ir a parar con aquella pregunta.

— Sí.

— ¿Y crees que funciona?

— No lo sé.

Hacía ya más de un mes que habían empezado los entrenamientos. Vakt les había pedido a los Skyjackers que compartieran sus conocimientos de guerrilla básica con sus subordinados y, con el beneplácito del comandante, así lo habían hecho. Instruyendo y combatiendo, aunque fuera sólo como práctica, comenzaba a sentirse entero otra vez...

Si no fuera por sus sueños, podría decir que no pensaba en ella.

Caine creía que los splices como él no soñaban. Los sueños requerían imaginación, creatividad, intuición, visualización... Esas capacidades se parecían a las necesarias para poder reaccionar en el campo de batalla, así que no le sorprendió la primera vez que soñó, aunque técnicamente no fue un sueño, sólo un recuerdo.

Y cuanto menos la recordaba de día, más claramente la veía de noche.

— No puedo decir que comprenda lo que sientes. Los búhos somos solitarios salvo en época de cortejo y esos impulsos los eliminan de nuestra programación genética antes de que puedan causar problemas.

El splice lobo gruñó al escuchar la palabra "programación". Él siempre había sido un splice defectuoso. Sus habilidades no eran tan buenas de base como las de otros miembros de su camada y había conseguido llegar hasta donde estaba doblando esfuerzos. La "programación" de la que hablaba Bliss ya le había fallado antes, pero se resistía a creer que aquello fuera una tara más.

— Pero sí sé que sólo hay dos cosas que puedes hacer. Puedes esperar hasta que la sangre vuelva a inundar tu cabeza... o puedes encontrarla.

Él resopló como única respuesta.

— Esta no es nuestra guerra. No lo olvides. Ni la de nuestro comandante. Él tiene su objetivo, tiene a su hija. — La splice búho se sentó en el banco de piedra y se atusó las plumas de la cabeza con mucho cuidado. — Eres un buen chico, Caine. No me gustaría que te perdieras.

El capitán Wise había tenido suficiente. Se despidió abruptamente de su compañera y puso rumbo al patio exterior.

No se sentía cómodo en ese tipo de conversaciones, a las que ni siquiera encontraba un sentido. Nada iba a cambiar hablando. Una misión, un arma en las manos y las alas de su espalda; eso sí que tenía sentido.

En la improvisada plaza de armas, Q, la mamba negra, reprendía a gritos a unos reclutas humanos porque ninguno se ofrecía para que pudiera demostrarles una maniobra de incapacitación. No podía culparlos de temerla, pues la splice de esbelto y resbaladizo cuerpo completamente negro era imponente, especialmente cuando jugaba en su propio campo. En las distancias cortas, pocos había que pudieran hacerle frente incluso sin usar el mortífero veneno que constituía su arma secreta. Al poco de entrar a servir en el grupo de Stinger, la había visto matar a un mercenario aumentado de un único mordisco letal en menos de cinco segundos.

— Yo haré de objetivo.

— Gracias, capitán. — A Q casi se le escapa un siseo de emoción. — A ver si estas gallinitas aprenden algo.

Se colocaron el uno frente al otro y ella explicó brevemente los pasos a seguir para realizar el movimiento correctamente. Antes de ejecutarlo ambos inclinaron la cabeza en señal de respeto tal como Stinger les había enseñado. Los ojos grises claros de la hembra brillaron con intensidad cuando se lanzó sobre él, enredándose ágilmente alrededor de su cuerpo, y lo inmovilizó contra el suelo.

Caine esperó unos segundos antes de dar tres palmadas sobre la tierra para indicarle que parase.

Q deshizo el agarre y le tendió una mano para levantarse.

— ¿Les demuestra ahora la defensa adecuada?

El lobo esbozó una mueca parecida a una sonrisa y asintió.

Su corazón bombeaba sangre. La adrenalina corría por sus venas. Sus fibras musculares se tensaban.

Eso sí tenía sentido.

Las Guerras Splicer. Parte II. (El Destino de Júpiter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora