El Hostal

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James se acercó a Elisabeth, seguro de sí mismo, pero paró antes de rozar sus labios para dejar que fuese ella quien sellase el beso. A la muchacha le sorprendió tanta consideración en un joven tan promiscuo, pero tenía que reconocer que le gustó, la hacía sentir más cómoda.

Empezaron despacio, disfrutando del tacto de sus bocas juntándose y separándose, hasta que sintieron la necesidad de acelerar. Para cuando quisieron darse cuenta, sus manos recorrían ya el cuerpo del otro, explorando cada rincón. James la agarró por los muslos y ella saltó, para ponerse a horcajadas sobre el joven, que la apoyó contra la pared del callejón.

Había dos clases de hombres en cuanto a sexo se refería, o eso había pensado siempre Elisabeth: los que apenas tocaban a las mujeres por miedo a romperlas, como si fuesen de porcelana o Dios fuese a bajar a castigarlos por ser demasiado lujuriosos; y los que las trataban como un pañuelo en el que desfogarse. Pero James no era así en absoluto, era un caso aparte: la acariciaba con firmeza, pero sin causarle daño alguno, solo placer. Estaba claro por qué era tan exitoso entre las muchachas. O tal vez fuese gracias a la práctica. Como fuese, tenía que parar, antes de perder la cabeza.

- Aquí no- logró decir entre jadeos.- No puedo dejar que nadie me vea... la... la familia... Conozco un hostal cerca de aquí.

- ¿No vives cerca de aquí?- preguntó James, con cuidado.

- Sí. ¿Vienes al hostal o no?

- Claro. Iremos a pachas, ¿verdad?

Elisabeth estalló en carcajadas.

- ¿Con lo que cobro crees que lo voy a gastar en un divertimento tan... breve?

- ¡No será breve!- hirió su orgullo masculino- Puedo satisfacerte toda la noche si así lo deseas, de muchas maneras diferentes.

- ¿Me satisfacerás... como yo quiera?- se insinuó, mordiéndose el labio.

- Sí- respondió demasiado rápido para su propio bien.

- Pues entonces...- se acercó a su oído para susurrarle, haciendo que un escalofrío le pusiese la piel de gallina.-... paga la cuenta.

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A James el hostal le pareció demasiado caro para lo sucio y oscuro que era, en parte porque no sabía que Elisabeth había añadido un pequeño extra al precio para asegurar la discreción del encargado. Sin embargo la muchacha lo tenía fascinado, y no quería perder la oportunidad de conocerla más a fondo.

La cama ocupaba la mayor parte de la habitación, y no por ser excesivamente grande. Tampoco necesitaban más. Continuaron desde donde lo habían dejado, tan absortos que casi se olvidaron hasta de cerrar la puerta. Las manos de James estaban siempre calientes, y a pesar de estar cubiertas de callos, no eran para nada desagradables, sobre todo cuando sus dedos acariciaba los pezones de Elisabeth, que gemía encantada mientras él alternaba con su lengua.

Llegado un punto Elisabeth no pudo más y rodó para colocarse encima. Jugueteó con el labio inferior del muchacho, beso su cuello, lo lamió, lo mordió, y luego pasó al lóbulo de su oreja. Sin prisa, con dedicación, prestando atención a los jadeos de su compañero para aprender cómo hacerlo suplicar.

Pero no suplicó. Al contrario, tomó su mano y la coloco sobre sus pantalones, haciéndole entender con la mirada lo que quería. Ella sonrió. Coló su mano y empezó a tocarlo, firme, despacio primero, más rápido después. James pareció enloquecer. La hizo tumbarse otra vez, y se besaron frenéticamente, como si fusen dos animales salvajes peleándose por ser el líder. Él acabó por capturarle las manos sobre su cabeza, como ya había hecho en el callejón, y ella en venganza empezó a acariciarle con la pierna. James no podía más, iba a explotar. Abrió las piernas de Elisabeth y se bajó los pantalones.

- Eh, eh, espera, ¿qué crees que estás haciendo?- se incorporó ella.

- Pues eh...- no comprendía muy bien la pregunta. ¿A caso era su primera vez, no sabía que...?

- Mira amigo, si piensas que vas a meter "eso" "ahí" estás muy equivocado.

- Oye, si es por eso de llegar "pura" al matrimonio... ¿sabes que no te van a "probar", verdad? Quiero decir, no entiendo muy bien ese complejo de niña rica que tenéis algunas mujeres humildes, en vuestro caso bastará fingir que os duele y ya está. Y probablemente ni siquiera sea difícil, por desgracia.

- ¿Eso les dices a todas?- preguntó, nada impresionada.

- Bueno, es lo que pienso- se defendió él.

- Mira tienes dos opciones, artista- fue al grano-. O lo hacemos a mi manera, o no lo hacemos.

Elisabeth sabía perfectamente que en realidad había una tercera opción en la que ella no salía bien parada, pero desde luego no se la iba a recordar.

- ¿Y qué propones?

Ella volvió a colocarse encima y comenzó a besarle el torso, al principio sin dirección alguna, pero bajando más y más al final. Sonriendo pícara respondió:

- Usar la imaginación.

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Se oye un golpe sordo en el demacrado hostal. La madera de la puerta gime, pero no puede competir con los sonidos que se escapan de los carnosos labios de la joven. El muchacho que tiene entre sus piernas respira con dificultad mientras ella le marca el ritmo, enredando los dedos en sus rebeldes mechones oscuros.

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                                                                          FIN DE LA PRIMERA PARTE

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