Ahogada de placer

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Al llegar a casa, me extraño de encontrar todas las luces apagadas y el silencio deambulando en la oscuridad del piso. Nacho debería haber llegado ya de su trabajo y sin embargo, pareciera que no hubiera nadie en casa. De repente, me percato de que un tenue brillo se asoma por debajo del marco de la puerta que conduce a nuestra cámara, y llena de curiosidad me dirilo hacia allí.

Rozo la madera con mis nudillos, llamando suavemente y, con igual delicadeza, la puerta se entreabre y la anaranjada luz de nuestra lámpara de lava me deja vislumbrar la cama vestida con sábanas negras. Con la sonrisa asomándose a mis labios, entro lentamente en la habitación sin apartar los ojos de la hipnótica luz y oigo que él cierra la puerta tras de mi. Puedo notar su respiración en mi nuca y sus ojos clavados en mí, pero sé que no debo girarme, todavía no, pues no me lo ha ordenado. Su mano entra en mi campo de visión cuando me aparta el pelo hacia un lado y tamborilea durante unos segundos en mi hombro, indicándome que me quite la chaqueta. Dejo caer la bolsa y el abrigo en el suelo, con un golpe suave y sordo que me sobresalta más de lo debido, pues rompe el silencio que se había instalado entre nosotros. Nacho ríe ante mi sobresalto y, aún detrás mío, desliza las yemas de sus dedos por la cara interna de mi brazo, hasta llegar a la palma de la mano, su aliento caliente sobre mi nuca, sus labios dolorosamente cerca de mi cuello... Me hace cosquillas pero lucho por mantenerme quieta y, cuando sus dedos se entrelazan entre los míos, me doy cuenta de que, durante unos segundos, he dejado de respirar.

Rápidamente, estrella su cuerpo contra el mío, rodeándome la cintura con la otra mano para que no me desequilibre. Durante un glorioso momento, sus labios se posan sobre mi espalda y cuando me aprieta la mano sé que debo caminar. Nos dirigimos enganchados hacia la cama, con su erección apretada contra mi culo y todo mi cuerpo en tensión. Con brusquedad, me lanza sobre las sábanas, dejándome boca abajo, apenas tocando de puntas en el suelo y con el trasero expuesto. Durante medio minuto, treinta horribles segundos, se queda quieto sin hacer nada y de repente, cuando menos me lo espera, llega el primer azote. Es rápido y certero, en la nalga derecha, y el dolor agudo hace que me estremezca y que se me escape un gemido, mientras mis dedos se enroscan en el negro satén. El segundo, en el otro lado, se hace de rogar, pero cuando su mano toca mi cuerpo, es tan delicioso que se me olvida. Mis pezones duros se rozan contra el jersey, hace rato que estoy húmeda y mi corazón acelerado pide a gritos más.

De repente, él se aleja, y me parece que muero hasta que oigo el fru-fru del flogger contra el suelo. Me azota, una y otra vez durante un buen rato, las tiras de cuero clavándose en mi piel a través de la ropa, estrellándose contra mi culo separadas por micro-segundos, en un maravilloso arpegio de dolor. Entierro la cara entre las mantas, ahogando los gemidos de placer, mis dedos de los pies se retuercen contra el frío suelo, intentando mantener la incómoda posición, sin saber cómo mi cerebro logra mantener el equilibrio, sumido en el frenesí. Una vez tras otra el látigo silva en el aire, una y otra vez antes de estrellarse contra mi cuerpo. Nacho resopla al ritmo de los movimientos y unas gotas de su sudor caen encima de mi piel ardiendo. Yo ya no puedo más, estoy apunto de alcanzar el placer, sumida en un frenesí de placer, que arde desde la zona baja de mi espalda y recorre cuál lenguas de fuego, todo mi cuerpo. Un azote más y el orgasmo me golpea súbitamente, haciendo que me estremezca entera y que me resbale de la cama. Mi cuerpo se contrae, mis dedos se retuercen y mi boca deja escapar un único y largo gemido de placer, cuando por fin levanto la cara.

Los golpes se han detenido y él me mira con los ojos brillantes y el sudor resbalando por su desnudo cuerpo. Su pene está duro como una piedra y su sonrisa es la de un lobo hambriento. Apenas tiene que hacer un gesto para que le entienda, y me giro para quedarme de frente. Nacho se abalanza ávido sobre mi, y sus manos me estrujan los pechos, mientras su boca muerde mi clavícula, tan fuerte que sé que dejará marca. El culo me duele, cuando su peso me aplasta sobre la cama, pero eso sólo hace que me vuelva más loca y me pierda en su agarre. De repente, me tumba entera en la cama y serpentea hacia abajo, mordiendo y arañando sin piedad a su paso, yo me relajo y me entrego a sus besos, lista para que me devore hasta saciarse.

Sin embargo Nacho se detiene provocando que se me escape un gemido de frustración. Su mirada se clava en la mía, con el ceño fruncido en una mueca de desaprobación. Asiento en silencio, pendiente de no volver a contrariar a mi amo. Nacho suspira y me acaricia suavemente las medias nuevas, y las quita con cuidado, dejándolas dobladas a un lado. Cuando vuelve a mirarme, sus ojos brillan de nuevo con gula y me arranca los zapatos y las bragas sin miramientos. Mis dedos tiemblan mientras me levanto la falda y me abro de piernas ante él, exhibiendo mis labios hinchados y mi vulva mojada. Subo las caderas un poco, ofreciéndome descaradamente y suspiro, desesperada por que me toque o por tenerle dentro.

Se relame satisfecho, y busca en el escritorio. El condón se desliza con presteza por su miembro y agarra mis pies con una sola mano. La embestida es fuerte y rápida, como yo las quiero, y el aire se escapa de golpe de mi pecho. No me da ni un segundo de tregua y empieza a bombear con rudeza, apoderándose de mi interior. Con cada embestida me sacude entera, follándome sin piedad, taladrandome contra la cama. Una mano aferrada a mi pecho para mantener el equilibrio y la mirada perdida en mi enredado pelo. Entonces, se separa levemente y me abre de piernas, dejándose caer sobre mi cuerpo, aplastándome con su peso hasta que casi no puedo respirar. Des del nuevo ángulo llega más al fondo y siento que me quiero morir de placer, cada golpe de cadera me lleva más cerca de volver al cielo y, cómo puedo, deslizo una mano entre nuestros cuerpos hacia mi centro. A penas unos roces en el clítoris bastan para romper el dique y las olas del orgasmo empiezan a inundar de nuevo mi cuerpo. Nacho hace lo único que puede hacer en este momento, su mano se aprieta alrededor de mi cuello y, yo grito su nombre con un hilo de voz, mientras me dejo llevar por las contracciones del placer.

Cuando termina, su mano se desliza suavemente por mis clavículas, una caricia íntima y llena de amor. Le miró completamente exhausta y satisfecha, sin poder borrar la sonrisa de mi cara. Le hago como puedo, un hueco en la cama y él se tumba a mi lado tras quitarse con cuidado el preservativo. Yo observo el semen blanco y resoplo:

Es una pena que hoy no me hayas bañado... pero ha sido un polvo increíble. Te quiero mucho.

Nacho sonríe y me besa y, en lengua de signos, me responde que me quiere también. 

Sábanas enredadas -Relatos eróticos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora