Carlos estaba cargando el lavavajillas después de la cena, mientras Andrea acostaba a los críos. Había sido un día intenso y lleno de emociones en el campo y estaba seguro que los niños caerían rendidos en cuanto tocaran la cama.
Esperando un poco de tranquilidad esta noche, Carlos estaba acabando de ordenar la cocina cuando escuchó detrás suyo a Andrea:
—¿Te apetece algo dulce de postre?Se giró para encontrarse a su marido prácticamente desnudo, tan solo con un pequeño tanga comestible, hecho de caramelos. No pudo reprimir una carcajada, pero tras la sorpresa inicial avanzó decidido hacia Andrea y le plantó un buen morreo, de esos que te dejan sin aliento y con el corazón acelerado, arrollándolo prácticamente contra la pared. Notó a Andrea estremecerse entre sus brazos, primero por el contacto de su piel desnuda contra la fría superficie y después por el baile de las lenguas de ambos. Se separaron sonrojados y encendidos, aún con los brazos de uno rodeando el cuerpo del otro y Andrea clavó su mirada en él, con esos penetrantes ojos de color almendra. —Vamos al dormitorio —susurró Carlos, a penas a unos centímetros de los labios de su amante— me apetece mucho ese postre.
A penas llegaron a la habitación, las manos de Andrea ya estaban desnudando a Carlos. —No es justo que tu estés vestido y yo no.—No no lo es, menos mal que le estás poniendo remedio —Carlos se dejó hacer, perdiendo una pieza de ropa tras otra, dejando al descubierto una piel blanca que su pareja pronto cubría con besos y carícias. Cayeron suavemente en la cama, y volvieron a fundirse en otro largo beso, explorando la boca del otro como si fuera la primera vez que se encontraban. De repente Carlos cambió de posición y con agilidad tumbó al italiano boca arriba, colocándose encima de él, aún con los labios pegados y sosteniendo su cara entre las manos, con los dedos perdidos entre la espesa barba. Se separó unos segundos para volver a contemplar a su esposo y empezó entonces a besarle el cuello, alternando la humedad de su lengua con cálidos soplos que hicieron que su marido se volviera a estremecer. Bajó hacia la clavícula y siguió deslizándose por el cuerpo de su amante, resiguiendo ese camino que se sabía ya de memoria: los hombros, el torso, el vientre, las ingles... Se detuvo al llegar a la famosa prenda y decidió deleitarse en chupar los caramelos, lamiéndolos con esmerada dedicación uno a uno mientras Andrea se removía impaciente bajo él. Disfrutando de la tortura, Carlos se puso cómodo y saboreó la mezcla de sabores, mientras acariciaba tiernamente la parte interna de los muslos de su marido.—Eres cruel —susurró el italiano con los ojos entrecerrados, disfrutando y odiando a la vez las caricias de su pareja— ¿voy a tener que suplicarte para que me la comas?—No me quejaría... pero tienes razón, me estoy llenando con los adornos cuando el postre de verdad me está esperando.Carlos pegó un decidido tirón al delicado tanga, que se deshizo sin dificultad, y liberó la erección de Andrea. Contempló durante unos instantes el miembro de su pareja, duro y robusto, listo para la acción y con una gotita brillante asomándose en la punta del glande que se apresuró a lamer. Las caderas del otro se sacudieron involuntariamente ante el primer contacto de esos labios, y Andrea se arqueó ofreciéndose a él. Con una sonrisa de oreja a oreja, Carlos se abalanzó hacia el pene de su compañero, introduciéndolo de lleno en su boca, hasta la base. Jugó con su lengua, bailando alrededor del tronco, recorriendo cada cm del corto pero grueso falo, recubriéndolo con su saliva. Lentamente empezó a sacarlo de su boca, haciendo presión con los labios, succionando el pene, mientras la lengua seguía jugueteando y los gemidos de Andrea se hacían más fuertes. Una vez fuera depositó un par de besos suaves en el glande y empezó a masturbarle con firmeza, recorriendo todo el tronco de arriba a abajo, de abajo a arriba, una y otra vez. Los labios entraron en juego de nuevo, rodeando el glande y succionando, saboreándolo con placer y delicia, como si fuera su manjar favorito.
Andrea gemía y resoplaba pesadamente, los ojos cerrados, los labios entreabiertos, unas finas perlas de sudor cubrían su cuerpo. Una mano buscó la de Carlos, entrelazando los dedos de ambos en una íntima caricia. La otra se reposó en la cabeza de su marido, enterrando los dedos en su pelo, acaricíandole y animándolo a seguir, notándose cerca del orgasmo en manos de su experto amante. La boca devorándole, la mano exprimiéndole, y la mirada lasciva clavándose en sus ojos, contemplando como se venía, esperando que eyaculara dentro de él.
El clímax llega con fuerza catapultándolo a una dimensión de placer y deleite, los sentidos desbordados, el corazón desbocado y el semen expulsándose rítmicamente en la boca de su compañero. Todo termina y Andrea yace exhausto en la cama, tratando de recuperar el aliento. Carlos se relame con gusto y ronronea satisfecho y vuelve a emprender el camino de besos, esta vez en sentido contrario para llegar a sus labios.
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Sábanas enredadas -Relatos eróticos-
RomantizmConjunto de relatos breves eróticos. Parejas de diversa sexualidad y demografía.