Capítulo 5- Desencadenados

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~¡Qué Diablos!~

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~¡Qué Diablos!~

−¡Ni lo creas!−concluyo decisivamente.−Sigue soñando, Evan Becker.

Evan se detiene frente a mí con sus ojos sobre los míos como un águila. Su expresión se mantenía constante y lo único que hace es respirar hasta dar un gran resoplido y decretar:−Eso ya lo veremos, princesa.−seguido, sube su mano hacia la cornisa de la puerta y baja el llavero para abrir la cerradura. Acto seguido, el camino esta nuevamente abierto. Le doy un último fulminante vistazo al imbécil a mi lado, para luego girarme en mis talones y seguir mi camino.

Otra vez, cruzo por el portal hacia el pasillo de cien metros, el cual me dirigía a la cueva del ogro. Abro sus fauces para dejar a la vista una gran conmoción de marionetas del alcohol y el obsesivo beat de la música. El suelo crujía a su voluntad bajo mis pies, la vibración corrompía los latidos de mi corazón, haciéndolo, tal vez, saltarse una que otra palpitación. Los reyes de la ebriedad conmemoran la celebración con una lluvia de cerveza al beat del ritmo caer. Los sigilosos, cuidadosamente, infringen las habitaciones prohibidas para permitirse disfrutar de la noche de una forma más íntima. Mientras tanto, el resto de los mortales, danzaban y saltaban como si fueran producto de un mal encantamiento.

Evan había desaparecido, de forma milagrosa, de mi radar nuevamente, lo que ahora me mantenía en mayor cautela al no querer, en ninguna circunstancia, seguir soportando su engreída lengua. Me abro espacio entre el mar de chicos, batallando contra la posibilidad de ser aplastada por uno que otro mastodonte. Doy unas cuántas vueltas entre la multitud y cruzo una abertura en la pared que me dirige a la cocina. Era un espacio realmente amplio, con los sartenes colgando en orden de uso en las paredes; el mostrador se encontraba hecho un desastre con restos de bebidas alcohólicas que habían sido derramadas o con todos los utensilios que yacían sobre ella regados por el suelo. No podía evitar notar la típica pareja que se estaba devorando a besos en la penúltima esquina de la habitación junto al refrigerador, y, a pesar de haber tanta gente en un solo lugar, ninguna de ellas se parecía a Rubí ni a Winter.

Sostengo mi celular en mi mano y oprimo las teclas para llamar a Winter.

−¿Qué pasó?−contesta Winter.

−Estoy en la cocina y no las veo, ¿Dónde están metidas?−inquiero, al mismo tiempo que continúo indagando mi entorno.

−Estamos en el segundo piso.−dirige, mientras una risas se escuchan en el interior.−Una chica pelirroja nos secuestró para jugar la "Ruleta Rusa".

−¿Ruleta Rusa? ¿Qué es eso?−pregunto. De todos los juegos de fiestas de los que he participado durante toda mi vida, nunca había escuchado uno como tal; sonaba como un juego extremo.

−Ven y lo verás por ti misma.−suelta Winter para luego cerrar la llamada.

De nuevo, trato de cruzar la conmoción que explotaba técnicamente de todas partes y me dirijo al piso de arriba. En el segundo, había filas de puertas que llevaban a, quizás, dimensiones desconocidas, al ser una casa de tan gran magnitud. Los pasillos eran amplios y bastamente decorados con lujos, sin embargo, estos fácilmente no excedían de ser productos de la avaricia. Todo estaba en un perfecto balance entre lo lujoso y lógico.

Nexterday| Looking for our tomorrow (español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora