Prólogo

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Natasha Stark siempre había sentido curiosidad por ese niñito de brillante cabello rubio y ojos increíblemente azules. Por donde él pasaba, siempre se robaba las miradas. Era adorable, tierno, y respetuoso. Sus alitas blancas con destellos plateados predecían a su temprana edad la belleza que obtendría en el futuro, era fácil percibir que la naturaleza había dotado a Steve de un precioso regalo.

En cambio, la pequeña Stark solo podía observar desde lejos, pues no había nada tan increíble en ella que mereciera ser visto. Sus alas, al igual que sus ojos y cabello, eran de un color castaño nada llamativo. Era un ejemplar bastante simple y sabía perfectamente que tener pareja en un futuro no sería posible. Solo los mejores, con plumas de brillantes y atractivos colores lograban llegar a la cima y atraer el amor de otro ser igual de magnífico.

Su madre María solía decirle todas las mañanas, mientras le ayudaba a cepillar su cabello, que un día encontraría al hombre perfecto que apreciaría su belleza. Pero Natasha solo podía sonreír en respuesta. Para ella, no existía nadie más perfecto que Steven y sabía que no tenía oportunidad alguna.

Así que el tiempo pasó, y Natasha solo era como una sombra en la vida del rubio. Lo vio crecer, hacer amigos, volverse el más popular entre la población estudiantil y rodearse de las chicas más hermosas de la academia.

Steven era hermoso. Siempre lo había sido. Y sus alas. Sus alas eran majestuosas, parecían absorber la misma luz y brillar por sí mismas.

Natasha soltó un suspiro y solo decidió volver a sus "garabatos". Era una genio, no tenía tiempo para sentimentalismos. No debía seguir distrayendose con el chico de sus sueños que ni siquiera sabía de su existencia. No importaba los años que habían pasado, Steve jamás la vería y ella ya estaba resignado a ello.

—¿Estás bien?

La pequeña Tasha sonrió levemente y alzó su mirada para encontrarse con su mejor amigo Rhodey. Las alas de la castaña se agitaron levemente evidenciando su buen humor al ver al moreno.

—Siempre—respondió ella.

Rhodey se sentó frente a Natasha y la miró con una sonrisa burlona.

—Tus suspiros dicen más que los monosílabos con los que respondes.

Natasha viró sus ojos y se encogió más en su sitio, retrayendo sus alas hasta casi ocultarlas tras su espalda. Era en esos momentos cuando se arrepentía de haberle contado su mayor secreto a Rhodes.

—En fin—dijo Rhodey, sabiendo que a su amiga la incomodaba hablar de sus sentimientos—. ¿Estás lista para las pruebas de castas?

Natasha soltó un suspiro, dejando de lado su libreta y su lápiz.

—No—dijo con voz pequeña—. Estoy bien así, no sé porqué insisten en clasificarnos en base a un perfil de comportamiento.

El moreno alzó una ceja con incredulidad.

—Sabes perfectamente porqué se hace—replicó él—. De esa manera es más fácil compartimentar las obligaciones de cada quién y evitar conflictos.

—Sí, pero ¿Y si no queremos hacer lo que nos dicen?—cuestionó ella con preocupación.

Rhodes entendió. Sabía la trágica historia de su amiga y su familia. Sabía que ser parte de cierta casta podía tener sus pros y sus contras. Pero así se regía la sociedad ahora y, lastimosamente, no podían hacer nada al respecto.

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