Me voy a casa (Parte 2/2)

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Tras acabar de leer y contestar todos los mensajes y ver todas las historias que ha subido la gente a las redes sociales, Uxue tiene la impresión de que aún debe recorrer largos kilómetros antes de poder llegar a su destino. Otros días no se le hace el camino tan largo. ¿Será que no va borracha? ¿O porque tiene prisa por llegar?

Mientras piensa en cuál puede ser el motivo, escucha pisadas no muy lejos de ella. Intenta no preocuparse. Es una calle y la gente anda por las calles: tan simple como eso. Aun así, acelera el ritmo sutilmente y comienza a escuchar las pisadas cada vez más lejos. Ella sigue su camino y gira en el cruce a la derecha.

Al cabo de un rato, vuelve a escuchar pisadas. ¿Serán las mismas de antes? Saca el móvil, pone la cámara frontal e intenta ver quién está detrás con disimulo: es un hombre. No le ha dado tiempo de ver nada más. Está a unos veinte metros de ella. Escucha las pisadas cada vez más cerca. En vez de seguir por esa calle recta, que es la más corta a su casa, decide tomar un desvío hacia la izquierda y rodear el edificio que tiene enfrente.

Uxue comienza a asustarse al comprobar que el hombre también se ha metido por esa calle. ¿Demasiada casualidad? ¿Qué hace? ¿Sacar el móvil? Pero igual se lo roba... Tampoco puede llamar a la policía, porque él no le ha hecho nada, y si finge llamar a alguien, no podrá escuchar si las pisadas del hombre se acercan o no.

Avanza unos pasos más, y toma la derecha en el cruce. El hombre también. Ya está. Es imposible que sea tanta casualidad. Uxue se gira y mira fijamente al hombre. Él, sorprendido, se para y la observa sin decir nada. Es un hombre de unos veinticinco años, blanco, con la barba arreglada y unas más que visibles entradas en su pelo castaño. Comienza a mirar a su alrededor, como si se estuviese asegurando de que no hay nadie en las ventanas del edificio de la izquierda y que todas las luces están apagadas.

Uxue señala con el dedo al fondo de la calle, tras la espalda del hombre, y hace un saludo con la mano. El hombre gira el cuello para comprobar quién está ahí y ella, que ha salido con zapatillas en vez de zapatos con tacones, aprovecha el despiste para echar a correr calle arriba. El hombre, al ver el engaño, no tarda en salir tras ella.

Uxue corre con todas su fuerzas y gira de nuevo a la derecha, para acabar de rodear el edificio y volver a la calle en la que estaba antes. A pesar de que está en buena forma, el hombre no para de acortar la distancia. Ella empieza a gritar al verle a pocos metros.

—¡Socorro!

—¡Cállate! —dice él.

—¡Vete! ¡Ayuda! ¡Policía!

—¡Que no grites!

—¡¡¡Socorro!!!

Uxue, sin parar de pedir auxilio, empieza a llorar al darse cuenta de que le va a alcanzar enseguida. Aun así, no quiere rendirse y sigue corriendo. El hombre le tira del pelo con brusquedad y hace que Uxue se caiga de espaldas. Le pone la rodilla izquierda sobre su tripa y le tapa boca con su mano izquierda.

—Deja de gritar, ¿vale? —dice tras recuperar el aliento. Uxue le muerde la mano—. ¡Ay!

—¡¡Socorro!! —ella grita lo más alto que puede en cuanto tiene la boca libre.

—¡Serás zorra! —Le da un fuerte tortazo con la otra mano, que deja a Uxue sin habla—. Así mejor. No quiero hacerte daño, ¿vale? —Le quita el bolso y se lo pone encima de su boca—. Muérdelo. ¡Venga! —Cierra su puño derecho y la amenaza—. Muérdelo si no quieres que te dé una paliza —le dice al oído.

Uxue obedece, presa del pánico, y él, satisfecho, la levanta, sin dejar de sujetar con su mano izquierda el bolso que muerde ella, que empieza a mojarse con sus lágrimas. La lleva a una entrada de garaje que está a pocos metros de ahí.

—Pon las manos contra esa pared. —La empuja, al ver que no le hace caso, y se le cae el bolso—. ¡Recógelo! ¡Venga! ¿A qué esperas? —Finalmente, ella desiste y hace lo que le dice—. ¡Muérdelo de nuevo y apóyalo contra la pared! Así. —Le indica cómo hacerlo—. ¡Y apoya tus manos! —Una vez satisfecho y con las dos manos libres, empieza tocar el trasero de Uxue—. Madre mía, cómo me pones... ¿No te da morbo? —le susurra en la oreja—. Que un extraño te folle en mitad de la calle... Admítelo. En el fondo estás cachonda. —Empieza a tocarle su vagina por encima del pantalón—. Ya verás cómo dentro de poco estás húmeda... —Desabrocha el botón del pantalón y se lo baja hasta las rodillas—. ¡Menudo culo! —Lo aprieta con ambas manos y le da algún que otro cachete; Uxue suelta un grito ahogado de dolor—. ¿Gimiendo ya? ¿Ves cómo eres una putita? —Le da otro cachete—. Si se puede ver en todos los vídeos. —Se refiere a la pornografía—. Al principio os resistís y al final todas gemís como las putas que sois. ¿Verdad que sí? ¿Eh? —Le da otra más—. ¿Verdad que sí? —Da una más fuerte, que le deja la marca de su mano—. ¡Asiente! —Ella obedece—. Lo sabía... —Los dedos de su mano derecha empiezan a jugar con su tanga—. ¿Por dónde empezamos? ¿Por la puerta trasera? —Mete la punta de su dedo índice en su orificio anal—. ¿O delantera?

Saca el dedo y vuelve a estrujar su culo con su mano derecha y con la otra mano comienza a manosear su vagina por encima del tanga. Cuando se lo aparta para meterle los dedos dentro, a Uxue se le cae el bolso.

—¡Serás estúpida! ¡Te he dicho que lo aprietes contra la pared!

Él se agacha a recogerlo y, cuando se lo va a poner de nuevo en la boca, Uxue usa el espray de pimienta que tiene en su mano derecha. Él comienza a chillar de dolor.

—¡¿Por qué has hecho eso?! Dios, ¡¡cómo escuece!! ¡Te mataré! —grita con los ojos rojos, sin poder ver nada—. ¡Te juro que te mataré, zorra!

Uxue, sin perder ni un instante, le empuja con todas sus fuerzas haciendo que este pierda el equilibrio y, como el suelo está algo inclinado, cae rodando hacia la puerta del garaje. Ella echa a correr, subiéndose los pantalones tan rápido como puede.

En cuanto logra alejarse un poco, se los sube del todo y se los abrocha, sin parar de correr. Mira para atrás constantemente, para comprobar que él no la sigue.

Al cabo de varios minutos, llega a su portal. Sin embargo, no tiene las llaves porque se ha ido sin coger el bolso del suelo. Comienza a temblar al darse cuenta de que él puede descubrir dónde vive, dado que tiene el DNI ahí. En su mano derecha aún tiene el espray, que no ha dejado de sujetar con fuerza durante todo el camino. Se maldice por no haber prevenido y no haberlo sacado en cuanto ha visto que él la seguía y por haber llevado un bolso con cremallera, que le ha obligado a abrirlo lentamente para que él no se diera cuenta. Se atormenta, a pesar de que no es su culpa.

Uxue, que no sabe cuándo ha parado de llorar exactamente, toca el timbre de su vecina de enfrente con nerviosismo, sin dejar de mirar hacia todas las direcciones. Vuelve a llamar. Es una señora mayor, así que estará durmiendo. Llama de nuevo. No responde nadie. Mira a su alrededor. No puede estar ahí todo el día. Toca el timbre de los vecinos de arriba: son una pareja de cuarenta años con un hijo pequeño; deberían estar en casa. Insiste una vez más, y esta vez lo aprieta durante más tiempo.

—¿Quién coño llama a estas horas? —grita una mujer—. ¡Voy a llamar la policía!

—Uxue... —Le cuesta hablar.

—¿Quién?

—Soy Uxue...

—¡Te has equivocado de timbre! ¿Estás borracha?

—¡Ábreme! —Le parece ver a alguien a lo lejos—. ¡Ábreme la puerta, por favor!

—¿Qué?

—¿Quién es? —pregunta una anciana.

—¡¡¡Rápido!!! ¡Abridme la puerta! ¡Por favor! —Una de las dos le hace caso.

—¡¿Qué te pasa?! —dice la mujer, alarmada.

—¿Qué ocurre?

Uxue se mete dentro rápidamente, sin responderles,cierra la puerta y corre escaleras arriba. Al llegar al primer piso, se dejacaer al suelo, donde se acurruca, sin dejar de temblar, y empieza a llorar denuevo.

Un sábado cualquiera (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora