Salí de cierto bar a no sé qué hora. ¿Las dos? Vete a saber. Había perdido de vista a mi amigo Carlos y ya no me quedaba dinero, así que no tenía motivos para seguir en ese sitio. En realidad, no sé por qué tardé tanto en irme: estaba solo, la música no me gustaba y, además, el bar estaba a reventar. Supongo que no tenía ningún sitio mejor al que ir y aún era pronto para volver a casa.
Una vez fuera, les pedí educadamente un cigarro a una pareja de veintipocos años. Respondieron que no tenían y se dirigieron camino abajo. No había nadie más en la calle. Los jóvenes de hoy en día son unos flojos: hace cinco grados de nada y ya no salen de los bares ni aunque dentro apeste a sudor. Cada vez que me metía en un bar era como volver a la secundaria y entrar a la clase que acababa de tener Educación Física. La gente no se ducha para salir; o suda demasiado. En cualquier caso, da bastante asco. Pero bueno, al cabo de un rato te acostumbras al olor.
«Los jóvenes de hoy en día». Qué triste hablar como un viejo amargado teniendo treinta y tres años. Mi amigo Carlos siempre me dice que ya hemos vivido demasiado: «si Jesucristo murió con treinta y tres, ¿por qué nosotros deberíamos vivir más que él siendo dos simples despojos?». Es un buen tipo, aunque algo dramático. Aun así, no le falta razón. En parte. Los dos estamos en el paro y no tenemos mujer ni hijos. Somos dos fracasados más en esta sociedad que crea falsos triunfadores y ciudadanos frustrados, también conocidos como «fracasados». Eso somos nosotros. Lo admito. El primer paso es aceptarlo, ¿no es cierto? Aunque somos gente honrada y no delinquimos.
Lo siento, me he ido por las ramas. ¿Por dónde iba? Ah, sí, estaba pidiendo cigarros.
Un grupo de cuatro chavalas vinieron hacia mí, les pedí un cigarro, pero ninguna tenía, supuestamente. Me dirigí a otro bar con la esperanza de encontrarme a algún fumador. No tuve suerte. Lo único llamativo fueron los dos tipos sentados en el suelo del túnel. No me acerqué a ellos. Los conocía de vista porque compartimos cam..., amistades. Bueno, qué cojones: compartíamos camello. Ya no. A partir de ahora seré un hombre nuevo.
Perdón, sigo contando.
Pues eso, que cuando volvía al primer bar, salieron del... Muraka, creo, dos chavalitos de apenas dieciocho años; no tenían ni barba. Empezaron a fumar. Me acerqué a ellos y olí marihuana. Yo no quería esa mierda, simplemente un cigarro normal y corriente. Como no tenían otra cosa, me ofrecieron una calada y yo acepté, para no hacerles el feo. Charlé con ellos un rato. Uno no paraba de decir que se quería ligar a una tía buena o alguna estupidez así, y el otro le seguía el rollo de una forma muy lamentable. Le decía que ligaría fijo, que era muy guapo y otras cosas que ya he olvidado. Seguramente era homosexual y su amigo no lo sabía; puede que ni él mismo. Di una segunda calada y me despedí de ellos.
Al volver al bar de antes, le pedí un cigarro a una pareja con la que me crucé. Fueron muy bordes y, puede, solo puede, que les insultase. Luego me di cuenta de que eran los mismos de cinco o diez minutos antes. Un fallo lo tiene cualquiera, ¿no? Parafraseando al que fuese presidente de España: «somos errores y cometemos seres humanos».
Me apetecía un cigarro. Quería un cigarro. Solo uno. Un miserable cigarro. Joder, ¡lo necesitaba! Tampoco pedía tanto..., ¿o sí? Eso ahora ya no tiene importancia.
Se me estaba bajando el poco alcohol que había bebido: tres katxis de cerveza barata que ni siquiera estaba fría. Diría que es la experiencia más cercana a una lluvia dorada que he tenido en toda mi vida. Tal y como he dicho antes, no me quedaba ni un céntimo y no había ningún conocido al que pedirle un trago, así que seguí en mi búsqueda del cigarro.
Un hombre salió del bar. Como tenía cara de fumar, le pedí un cigarro. El falso me dijo que no tenía ninguno y se hizo el graciosillo. Sé que tenía cigarros: yo lo sabía y él sabía que yo lo sabía. Me mintió a la puta cara. Por lo tanto, no tuve otra opción más que cagarme en sus muertos y alejarme de ahí para no darle dos tortas. Supe controlarme y comportarme como el hombre pacífico que soy.
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Un sábado cualquiera (COMPLETO)
Historia CortaNo todo es diversión las noches de fiesta, también hay decisiones erróneas, ligues fallidos, exceso de alcohol y drogas, peleas, manoseos indeseados, machismo y tener que aguantar a imbéciles. Este libro se compone por diez textos de diferentes esti...