— ¿Por qué no fuiste?— pregunté.
Se encogió de hombros— ya me subí la vez pasada, me gusta estar más en tierra— dijo.
— Ya somos dos— nos sentamos en una de las bancas, sintiendo como el aire movía mis cabellos.
— ¿De qué hablaban Stevan y tú?— preguntó.
Me solté a reír— ya recordé que eres curioso— musité.
— Qué bueno que lo sabes, así que ahora dime— quiso sonreír.
— No, no te voy a decir, eso es entre tu hermano y yo— no sabía por qué, pero la fierecilla se sentía demasiado bien provocando celos en Santiago, o al menos, creyendo que lo hacía.
— Me voy a enterar, ya verás— amenazó y luego sonrió.
— Ya veremos— reí.
— ¿Quieres un helado?— preguntó.
— ¿Intentas sobornarme con un helado?
El rió— ¿puedo?
— Lo siento, no— negué con la cabeza divertida.
— Bueno, entonces te invito, ¿quieres?
Le miré, entrecerrando mis ojos en él— sin mañas— alzó las manos— está bien.
Nos paramos y nos dirigimos a la pequeña heladería que estaba enfrente— ¿de qué lo quieres?— me preguntó.
— Chocolate.
Me sonrió y luego se dirigió hacia el chico rizado detrás del mostrador— due gelati al cioccolato, per favore— musitó, con ese acento italiano ferozmente irresistible.
— Certo— dijo el chico y se dio la vuelta, tomando dos copas y depositando en ellas dos bolas grandes de helado de chocolate en cada una. Le colocó chispas de chocolate arriba y luego no los entregó, yo le agradecí con una sonrisa. Santiago le pagó al chico y este se dio la vuelta de nuevo para tomar el cambio— che bella coppia che fate— dijo él, cuando le devolvió el cambio a Santiago y luego me sonrió.
Santiago rió y guardó su cambio en el bolsillo trasero de su pantalón— grazie— musitó.
Me sentí tonta, definitivamente tenía que aprender italiano. Cuando salimos del establecimiento me mordí el labio inferior, indecisa de preguntarle a Santiago, que era lo que había dicho el chico— ¿está rico?— me preguntó él, con esa sonrisa burlona en su rostro.
— Eh, sí— dije.
— Ni siquiera lo has probado— observó y luego comenzó a reír.
Qué torpe— ah, sí, cierto— reí, sintiéndome de veras tonta— oye, ¿qué dijo el chico cuando te devolvió el cambio?— pregunté tratando de no verme curiosa.
ESTÁS LEYENDO
Manual de lo Prohibido
Подростковая литератураFalsa y pérfida eran sinónimos de mi nombre. De todos los papeles que pude protagonizar, era dueña del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría. Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y f...