Falsa y pérfida eran sinónimos de mi nombre.
De todos los papeles que pude protagonizar, era dueña del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría.
Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y f...
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Santiago y Macarena se separaron y sus bocas volvieron a ser dos. Algo dentro tironeó mi corazón.
— Perdón— dijo Mau, ya que yo me había quedado sin voz.
— Oh, no te preocupes, Mau— se levantó Macarena del sofá y se acercó— ¿ya te vas?— preguntó, medio consternada.
— Sí— dijo él. Me empujó discretamente por la cintura, mientras que yo me esforzaba por borrar mi rostro afligido. Medio reaccioné. Seguí a Mau hasta la puerta y él notó mi reacción— nos vemos luego, chicos— dijo Mau y dijo adiós con la mano a Santiago y a Macarena.
Entonces se acercó a mí y me plantó un beso tierno cerca, muy cerca de los labios, rozando sólo la orilla y antes de que se despega demasiado de mi rostro me guiñó el ojo. Me quedé parada allí, analizando lo que Mau acababa de hacer, o mejor dicho, el porqué lo había hecho y luego cerré la puerta tras ver la sonrisa de Mau.
— Adiós— musité por fin.
Me giré y los ojos inquisidores de Macarena me acusaron mientras que los de Santiago me miraban como si estuviesen furiosos. Pero eso era imposible, ¿no? No puede enojarse tanto por una estúpida rosa. Porque... esa era la razón, ¿no? Se limitó a intimidarme y cuando lo notó dejó de hacerlo y bajó la mirada.
— ¿De qué tanto hablaron tú y Mau?— preguntó Macarena, la curiosidad que siempre había existido en ella ahora me resultaba extrañamente fastidiosa.
— De nada importante, ya sabes— me encogí de hombros— su tía, la cena— dije, divagando un poco— ¿Sabes? Voy a ver si tenemos correspondencia— inventé, para poder escapar un rato de aquel incómodo momento.
— Pero…
No dejé que Macarena terminase e interrumpí el sonido de su aguda voz cuando la puerta me colocó del otro lado, suspiré y bajé con lentitud las escaleras, necesitaba un poco de aire fresco.
Llegué hasta el último piso y revisé en el cajón marcado con el 312 para ver si teníamos correspondencia, no había nada más que unos cuantos folletos de publicidad sobre cuentas de banco, a lo poco que pude entender. Arrugué los papeles y los hice una bolita mal hecha, luego salí del edificio y me senté en las escaleras de la entrada en donde deposité las bolitas de papel a un lado, me llevé ambas manos a mis ante brazos, ésta noche había decidido teñirse de un azul oscuro y gélido aire. Suspiré, haciendo que el vapor saliera de mi nariz y chocará con el frío. La puerta se abrió a mis espaldas y antes de que pudiera articular algún pensamiento, su voz me distrajo.
— Necesitamos hablar— me dijo Santiago haciéndome pegar un brinco, su tono era un poco áspero y cuando me giré a mirarlo, se esforzaba en ocultar un rostro medio colérico, pero la máscara no resistía muy bien. De pronto me asusté. ¿Tan mal se había tomado que yo le haya dado la rosa a Macarena? Le miré con ojos angustiados.
