Tras el escritorio de roble, había una señora con el pelo cobrizo, enrulado hasta los hombros. Los ojos remarcados con lápiz negro y los labios pintados de un rosa pálido. Las arrugas en su piel se hicieron más notorias cuando esbozó una sonrisa.
— Pasa, corazón— dijo amable— ¿Dónde está el señor Flores? — preguntó al notar que venía sola.
— Lo mismo me pregunto. Salió casi corriendo hacía el pasillo continuo— me encogí de hombros y ella rió.
— Bueno, muéstrame el trabajo que hicieron— me hizo un gesto con la mano para que me acercara y me sentara en una de las sillas frente a su escritorio.
Caminé hasta ella y me senté, entregando el sobre de fotografías. Ella las sacó del sobre y comenzó a mirarlas. ¿A dónde habrá ido Bernardo? ¿Qué era tan importante como para dejarme sola en esto? A menos de que fuera algo de lo que no quería que me enterara. Sacudí levemente la cabeza. Me estaba volviendo una paranoica. Pero Bernardo me daría una explicación. Posé mi vista en la placa de metal dorado que estaba frente a mí y la leí pasivamente. Katharine González, Editora de la “Notes". Mantuve mi vista sobre la placa, mientras que la señora González revisaba las fotografías y asentía en gesto de conformidad.
— Son muy buenas fotografías— dijo y luego me sonrió, mostrándome de nuevo todas esas arruguitas— hacen un muy buen trabajo— abrió su cajón derecho y sacó de allí un recibo. Garabateó en él con un bolígrafo y luego me lo pasó— dile a Carol que te selle esto y que te diga dónde cobrarlo.
Miré el papel, era el pago por nuestro trabajo. Las cejas se me elevaron al ver la cantidad.
— Fue un placer trabajar con ustedes— se levantó y yo hice lo mismo, luego me tendió la mano.
— Igualmente– le sonreí. Salí de aquella oficina y al salir vi a Bernardo, que apenas venía llegando.
— ¿Ya pasaste?— me preguntó.
Asentí con la cabeza una sola vez y luego me giré hacía Carol— ¿podrías… ?
— Oh, claro— tomó el papel y lo selló y luego de firmarlo también me lo devolvió— lo cobras al fondo del otro pasillo— me regaló una sonrisa con sus potentes labios rojos.
— Gracias.
Bernardo se acercó y tomó el papel— ¡vaya! ¿Todo eso para nosotros?— dijo, mirando la cantidad que nos pagarían.
— La mitad para cada quien— reí, mientras caminábamos hacía el pasillo opuesto— por cierto, ¿a dónde fuiste?
— ¿Eh?— conocía esa expresión de desentendimiento que ponía cada vez que no quería decir algo. Entonces la incertidumbre me recorrió el cuerpo.
— ¿A dónde fuiste Bernardo?— lo miré, parando mi caminar.
— Ah… saludar— se encogió de hombros.
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Manual de lo Prohibido
Подростковая литератураFalsa y pérfida eran sinónimos de mi nombre. De todos los papeles que pude protagonizar, era dueña del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría. Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y f...