Capítulo 26

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El dolor de cabeza se había esfumado por completo, pero el dolor en mi corazón seguía estancado y se movía como la hoja de un cuchillo afilado

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El dolor de cabeza se había esfumado por completo, pero el dolor en mi corazón seguía estancado y se movía como la hoja de un cuchillo afilado. Mis maletas estaban hechas sobre la cama, la habitación había quedado tal y cual la había encontrado cuando llegué. Iban a ser las seis de la tarde, pero el tiempo ya no importaba, a mí se me había acabado la estancia allí y cada movimiento de la manecilla del reloj me lo recordaba.

Tomé mi morral y fui con Rob, al menos ella tendría que saber que me iba. Caminé con paso apesadumbrado, era como si los pies me pesaban toneladas; las manos se me congelaban, sin siquiera haber tanto frío. Llegué hasta el laboratorio de los pero esta vez, no había fotografías que imprimir, sino, una triste noticia que dar. Crucé la calle, tratando de respirar, no sabía qué tan difícil podría ser decirle adiós a las personas que aprecias y más, si sabes que para volver a verlas pasará mucho tiempo, si es que sucede.

El rechinido de la puerta de entrada se escuchó cuando la abrí y la delicada figura de Rob se posó en mis ojos. Me dieron ganas de llorar en cuanto la vi sonreír— iAle, hola! — me saludó, con esa alegría tan angelical en ella. Quise sonreír pero una traicionera lágrima fue lo único que salió. Me dolía bastante decirle adiós a una persona fantástica— oh, Ale, ¿qué sucede?— llegó hasta mí en un rápido andar y me abrazó.

— Vengo a despedirme— musité.

— i¿Qué?! ¿A dónde vas?

— Vuelvo a México— confesé.

— i¿Que?!— la expresión se le contrajo de desconcierto.

— Tengo que irme, Rob. Ya no tengo nada más qué hacer aquí.

— Pero... ¿por qué?

Respiré hondo, allí iba otra vez la historia, la dolorosa y triste historia del por qué me iba— anoche me embriagué y besé a Santiago— dije, no quería darle mucho detalle asunto.

— i¿Hiciste qué?!—  desmesuradamente y llevó sus manos a su boca para contener el grito y sus ojos se abrieron sorpresa.

— No me hagas recordarlo, soy la peor amiga del planeta— sollocé.

— Vaya— murmuró— no puedo creerlo— se quedó en silencio— Y… ¿cómo estuvo?

— ¿Qué cosa?— inquirí, confundida.

— El beso.

— ¡Roberta!— farfullé, escandalizada.

— Lo siento, pero es que… En serio no puedo creerlo. Quiero decir, me sorprende que haya sucedido algo así, Santiago tiene novia, ¿no? y tú... bueno tú jamás hubieras querido herir a tu mejor amiga, ¿verdad?

— Es lo único que me duele, Rob. Que la traicione.

— Sí pero... ¿segura que es eso lo único?

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