Que nadie te diga que no - Capítulo II

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Belén termina su jornada laboral. Desea volver a su casa lo más rápido posible. Mañana en Tigre habrá prueba de jugadoras, en el Predio Nito San Andrés. Ella quiere preparar su ropa y buscar el apto médico que debe andar por algún recoveco de la casa.

Le pregunta a Carla – su madre – en dónde está aquella ficha médica que trajo hace dos semanas. Pero Carla, una mujer de pocas palabras (y muchas menos pulgas), le responde que "se fijara ella". Es que, estaba ocupada lavándole las zapatillas a mano "al" Ernesto, el padre y jefe de hogar. 

Pasan las horas  y los nervios crecen. Será la primera vez que Belén Blanco vaya a probarse en un club. 

Se acerca el momento. Suenan las cinco alarmas en el celular   – tantas para levantarse sí o sí – y junto a ella se despierta esa mañana aquel deseo de gambetear  y correr  junto a una amiga que no falla y que siempre es confidente en los escenarios verdes: la pelota. 

Belén pasa por el único kiosco que está abierto y carga la sube para luego tomarse el colectivo de la línea sesenta.

Son las 09.00 am. Botines verde flúor, la toalla que le regaló Maitena para su cumple y una botella de agua casi congelada. En un bolso que Belén cuidará como el oro más puro. Es que, Ernesto, con mucho sacrificio sacó en seis cuotas aquel bolso en el local deportivo del barrio, aun cuando su hija no trabajaba. Ernesto es apenas un changarín, tiene más deudas que años, pero a su familia nunca les faltó un plato de comida. La honradez es la carta de presentación y él la de su familia. Engendró valores y cosechó honores. Espera que sus hijas hagan lo que les apasione. No les exige. De hecho, la etapa  que él como doña Carla querían que cumpliesen, y ya lo hicieron. Básicamente, lo que espera buena parte de la población argentina que llega con lo justo a fin de mes: que sus hijos logren terminar el secundario. Claro que, para Carla y Ernesto que sus hijas continuaran una carrera universitaria hubiera sido glorioso. Pero las necesidades son otras, y las pasiones también. 

La palabra sacrificio en muchas historias golpea fuerte el corazón. ¿Quién sabe más que uno mismo el sacrificio que los padres hacen/hicieron por sus hijos toda la vida, todos los días?

Así como los grandes hombres del fútbol tienen sus anécdotas, acá también las hay. 

Ernesto es carnicero. Él en su juventud quería otra cosa. Por ejemplo ser mecánico.  Algo que no se le dió. A lo largo de cuarenta y tantos años, pasó por varios frigoríficos. Se movía de una localidad a la otra, para que el objetivo de tener un plato de comida, esté intacto al finalizar cada jornada y que la panza (por el hambre) no emita sonidos raros.

El padre de Belén, en los primeros 10 años trabajando en una misma empresa, como empleado de la carne tuvo vacaciones pagas, obra social y aguinaldo. Después del 2007 todo cambió. Pudo seguir desempeñándose como carnicero día y noche, pero ya de manera informal. En negro, como muchos argentinos. Para acumular mayores ganancias, en un país en donde el laburante debe pagar todo. Ernesto dormía entre las figuras de las vacas y conocía el invierno todo el año, por el frío de las cámaras. En 2009, Belén y su familia vivieron meses a arroz hervido. Nunca faltó la comida, aquella vez era la dieta del arroz  en todas sus formas. En esa época, el paro del campo se encargó de que el trabajo disminuyera y el hambre era lo único que crecía y estaba presente en la panza de los Blanco. 

Ovarios y Pelotas: más que fútbol femeninoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora