Cuando Leonor y su madre se mudaron a esa casa antigua en el centro de Madrid, la niña tuvo un mal presentimiento. El lugar era grande, pero oscuro, como la mansión encantada de aquel de horror que había escrito para la clase de Lengua. Los escalones crujían al subir y bajar, y en todo momento sentías como si alguien estuviera observándote desde los rincones. Le daban escalofríos.
No obstante, no se atrevió a poner ninguna objeción al ver a su mamá tan entusiasmada con el cambio. No era para menos, a ella le encantaba restaurar casas viejas. Era su trabajo y nada más ver la propiedad en la que ahora vivían, se había enamorado por completo.
Por la noche, Leonor dejó una lamparilla encendida para poder dormir mejor. La primera noche fue una pesadilla. Los ruidos del jardín y el crujir de la casa la atemorizaron tanto, que apenas y pudo pegar ojo. Tres días después se había acostumbrado a todos esos espeluznantes sonidos, aunque no dejaba de sentir que alguien la observaba.
Una noche, la niña se despertó a causa de un viento intenso que abrió su ventana de par en par. Afuera había una tormenta terrible. Su lámpara estaba apagada. Trató de encenderla, en vano. Un ruido la sobresaltó y asustada, salió corriendo hasta el dormitorio de su madre.
Durante el trayecto tocaba la pared con su mano extendida, para asegurarse de no chocar con nada. En ese instante, sus dedos hicieron contacto con un mechón de cabello y Leonor se paralizó. Un fuerte trueno iluminó la estancia y fue cuando lo vio: frente a ella, había un niño de su misma edad y casi de su misma estatura, pálido, observándola con ojos inexpresivos.
La chiquilla gritó y se alejó para buscar a su madre, quien salió de su habitación consternada.
—¿Lo viste? ¿Tú también lo viste? —le preguntó la mujer, aterrorizada.
Leonor asintió con la cabeza y las dos, todavía en pijama y sin hacer el equipaje, salieron inmediatamente de la casa, se metieron en el auto y la madre arrancó a toda velocidad.
No volvieron sino hasta la mañana siguiente, todavía temerosas de ver al fantasma.
Revisaron cada habitación. Al parecer no había nada fuera de lugar, todo estaba tal y como lo habían dejado. Lo único extraño yacía en el cuarto de Leonor. Ahí, sobre el espejo de su tocador, alguien había dejado un mechón de pelo y un escalofriante mensaje en el vidrio: FUERA.