Parte 2

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Partió, pues, el buen mercader; pero
cuando llegó a la ciudad supo que había un pleito andando en torno a sus mercaderías, y luego de muchos trabajos y penas se halló tan pobre como antes. Y así emprendió nuevamente el camino hacia su vivienda. No tenía que recorrer más de treinta millas para llegar a su casa, y ya se regocijaba con el gusto de ver otra vez a sus hijos; pero erró el camino al atravesar un gran bosque, y se perdió dentro de él, en medio de una tormenta de viento y nieve que comenzó a desatarse.

Nevaba fuertemente; el viento era
tan impetuoso que por dos veces lo
derribó del caballo; y cuando cerró la noche llegó a temer que moriría de
hambre o de frío; o que lo devorarían los lobos, a los que oía aullar muy cerca de sí. De repente, tendió la vista por entre dos largas hileras de árboles y vio una brillante luz a gran distancia.

Se encaminó hacia aquel sitio y al
acercarse observó que la luz salía de un gran palacio todo iluminado. Se
apresuró a refugiarse allí; pero su
sorpresa fue considerable cuando no
encontró a persona alguna en los patios. Su caballo, que lo seguía, entró en una vasta caballeriza que estaba abierta, y habiendo hallado heno y avena, el pobre animal, que se moría de hambre, se puso a comer ávidamente. Después de dejarlo
atado, el mercader pasó al castillo,
donde tampoco vio a nadie; y por fin
llegó a una gran sala en que había un
buen fuego y una mesa cargada de viandas con un solo cubierto. Quizás
pecaría de atrevido, pero se dirigió
hacia allí. La tentación fue muy grande, pues la lluvia y la nieve lo habían calado hasta los huesos; se arrimó al fuego para secarse, diciéndose a sí mismo: «El dueño de esta casa y sus sirvientes, que no tardarán en dejarse ver, sin duda me perdonarán la libertad que me he tomado».

Se quedó aún esperando un rato
largo, observaba hacia los otros recintos para tratar de ubicar a algún habitante en la mansión, pero cuando sonaron once campanadas sin que se apareciese nadie, no pudo ya resistir el hambre, y apoderándose de un pollo se lo comió con dos bocados a pesar de sus temblores. Bebió también algunas copas de vino, y ya con nueva audacia abandonó la sala y recorrió varios espaciosos aposentos, magníficamente amueblados. En uno de ellos encontró una cama dispuesta, y como era pasada la medianoche, y se sentía rendido de cansancio, entumecido y aturdido de la aventura pasada hasta encontrar este cobijo, decidió cerrar la puerta y acostarse a dormir.

Eran las diez de la mañana cuando
se levantó al día siguiente, y no fue
pequeña su sorpresa al encontrarse un traje como hecho a su medida en vez de sus viejas y gastadas ropas. «Sin duda», se dijo, «o no he despertado, o este palacio pertenece a un hada buena que se ha apiadado de mí». Miró por la ventana y no vio el menor rastro de nieve, sino de un jardín cuyas bellas flores encantaban la vista. Entró luego en la estancia donde cenara la víspera, y halló que sobre una mesita lo aguardaba
una taza de chocolate.

—Le doy las gracias, señora hada
—dijo en alta voz—, por haber tenido la bondad de albergarme en noche tan inhóspita y de pensar en mi desayuno.

El buen hombre, después de tomar el
chocolate, salió en busca de su caballo, y al pasar por un sector lleno de rosas blancas recordó la petición de Jimin el Bello y cortó una para llevársela. En el mismo momento se escuchó un gran estruendo y vio que se dirigía hacia él una bestia tan
horrenda, que le faltó poco para caer
desmayado.

The beautiful and the beast [Kookmin Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora