Parte 4

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El día en que partieron el Bello Jimin y su padre, las dos perversas muchachas se frotaron los ojos con cebolla para tener lágrimas con que llorarlos; sus hermanos, en cambio, lloraron de veras, como también el mercader, y en toda la casa el único que no lloró fue el Bello, pues no quería aumentar el dolor de los
otros. Echó a andar el caballo hacia el palacio, y al caer la tarde apareció éste todo iluminado como la primera vez. El caballo se fue por sí solo a la
caballeriza, y el buen hombre y su hijo pasaron al gran salón, donde
encontraron una mesa magníficamente servida en la que había dos cubiertos. El mercader no tenía ánimo para probar bocado, pero Jimin, esforzándose por parecer tranquilo, se sentó a la mesa y le
sirvió, aunque pensaba para sí: «La
Bestia quiere que engorde antes de
comerme, puesto que me recibe de modo tan espléndido».

En cuanto terminaron de cenar se
escuchó un gran estruendo y el mercader, llorando, dijo a su pobre hijo que se acercaba la Bestia. No pudo Jimin el Bello evitar un estremecimiento cuando vio su
horrible figura, aunque procuró
disimular su miedo, y al interrogarlo el monstruo sobre si lo habían obligado o si venía por su propia voluntad, él le respondió que sí, temblando, que era decisión propia.

—Eres muy bueno —dijo la Bestia, Jungkook—, y te lo agradezco mucho. Tú, buen hombre, partirás por la mañana y no sueñes jamás con regresar aquí. Nunca.Adiós, Bello Jimin.

—Adiós, señor —respondió el
muchacho.

Y enseguida se retiró la Bestia.

—¡Ah, hijo mío —dijo el mercader,
abrazando a Jimin— yo estoy casi
muerto de espanto! Hazme caso y deja que me quede en tu sitio.

—No, padre mío —le respondió el Bello con firmeza—, tú partirás por la mañana.

Fueron después a acostarse,
creyendo que no dormirían en toda la noche; mas sus ojos se cerraron apenas pusieron la cabeza en la almohada.

Mientras dormía vio el Bello a una
dama que le dijo:

—Tu buen corazón me hace muy
feliz, Bello Jimin. No ha de quedar sin recompensa esta buena acción de
arriesgar tu vida por salvar la de tu
padre.

Le contó el sueño al buen hombre el Bello al despertarse; y aunque le sirvió un tanto de consuelo, no alcanzó a evitar que se lamentara con grandes sollozos almomento de separarse de su querido hijo.

En cuanto se hubo marchado se
dirigió el Bello a la gran sala y se echó a llorar; pero, como tenía sobrado
coraje, resolvió no apesadumbrarse
durante el poco tiempo que le quedase de vida, pues tenía el convencimiento de que el monstruo le devoraría aquella misma tarde. Mientras esperaba decidió recorrer el espléndido castillo, ya que a pesar de todo no podía evitar que su belleza la conmoviese. Su asombro fue aún mayor cuando halló escrito sobre
una puerta:

           Aposento de Jimin el Bello.

La abrió precipitadamente y quedó
deslumbrado por la magnificencia que allí reinaba; pero lo que más llamó su atención fue una bien provista biblioteca, un clavicordio y numerosos libros de música, lo que reunía todo lo que a él le hacía la vida placentera.

—No quiere que esté triste —se dijo
en voz baja, y añadió de inmediato—:
para un solo día no me habría reunido tantas cosas.

Este pensamiento reanimó su valor, y poco después, revisando la biblioteca, encontró un libro en que aparecía la
siguiente inscripción en letras de oro:

       Disponga, ordene, aquí es usted
           el rey y señor. Todas las
                cosas que aquí hay lo
                    obedecerán.

—¡Ay de mí —suspiró él—, nada
deseo sino ver a mi pobre padre y saber qué está haciendo ahora!

Había dicho estas palabras para sí
mismo: ¡cuál no sería su asombro al
volver los ojos a un gran espejo y ver
allí su casa, adonde llegaba entonces su padre con el semblante lleno de tristeza! Las dos hermanas mayores acudieron a recibirlo, y a pesar de los aspavientos que hacían para aparecer afligidas, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían por la pérdida de su hermano, por haberse desprendido del hermano que les hacía sombra con su belleza y bondad. Desapareció todo en
un momento, y Jimin no pudo dejar de decirse que la Bestia era muy
complaciente, y que nada tenía que
temer de su parte.

Al mediodía halló la mesa servida, y
mientras comía escuchó un exquisito
concierto, aunque no vio a persona
alguna. Esa tarde, cuando iba a sentarse a la mesa, oyó el estruendo que hacía la Bestia al acercarse, y no pudo evitar un estremecimiento. Ahora estaría a solas con él.

The beautiful and the beast [Kookmin Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora