Parte 3

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—¡Ah, ingrato! —le dijo la Bestia con
voz terrible—. Yo te salvé la vida al
recibirte y darte cobijo en mi palacio, y ahora, para mi pesadumbre, tú me
arrebatas mis rosas, ¡a las que amo
sobre todo cuanto hay en el mundo! Será preciso que mueras, a fin de reparar esta falta.

El mercader se arrojó a sus pies,
juntó las manos y rogó a la Bestia:

—Monseñor, perdóname, pues no
creía ofenderte al tomar una rosa; es
para uno de mis hijos, que me la había pedido.

—Yo no me llamo Monseñor —
respondió el monstruo— sino Jungkook, pero ese no debes decirlo, solo soy la Bestia. No me gustan los halagos, y sí que los hombres digan lo que sienten; no esperes conmoverme con tus lisonjas. Mas tú me has dicho que tienes hijos; estoy dispuesto a perdonarte con la condición de que uno de ellos venga a morir en lugar tuyo. No me repliques: parte de
inmediato; y si tus hijos rehúsan morir por ti, júrame que regresarás dentro de tres meses.

No pensaba el buen hombre
sacrificar uno de sus hijos a tan horrendo monstruo, pero se dijo: «Al menos me queda el consuelo de darles un último abrazo». Juró, pues, que regresaría, y la Bestia le dijo que podía partir cuando quisiera.

—Pero no quiero que te marches con
las manos vacías —añadió—. Vuelve a la estancia donde pasaste la noche: allí encontrarás un gran cofre en el que pondrás cuanto te plazca, y yo lo haré conducir a tu casa.

Dicho esto se retiró Jungkook  la Bestia, y el hombre se dijo: «Si es preciso que muera, tendré al menos el consuelo de que mis hijas no pasen hambre». Volvió, pues, a la estancia donde había dormido, y halló una gran cantidad de monedas de
oro con las que llenó el cofre de que le hablara la Bestia, lo cerró, fue a las
caballerizas en busca de su caballo y
abandonó aquel palacio con una gran tristeza, pareja a la alegría con que
entrara en él la noche antes en busca de albergue. Su caballo tomó por sí mismo una de las veredas que había en el bosque, y en unas pocas horas se halló de regreso en su pequeña granja.

Se juntaron sus hijas, y el Bello Jimin, en torno suyo y, lejos de alegrarse con sus caricias, el pobre mercader se echó a llorar angustiado mirándolas. Traía en la mano el ramo de rosas que había cortado para el Bello, y al entregárselo le dijo:

—Jimin, toma estas rosas, que bien
caro costaron a tu desventurado padre.

Y enseguida contó a su familia la funesta aventura que acababa de sucederle. Al oírlo, sus dos hijas mayores dieron grandes alaridos y llenaron de injurias al Bello Jimin, que no había derramado una
lágrima.

—Mira a lo que conduce el orgullo
de esta pequeña criatura —gritaban—.¿Por qué no pidió adornos como
nosotras? ¡Ah, no, el jovencito tenía que ser distinto! Él va a causar la muerte de nuestro padre, y sin embargo ni siquiera llora.

—Mi llanto sería inútil —respondió
el Bello—. ¿Por qué voy a llorar a
nuestro padre si no es necesario que
muera? Puesto que el monstruo tiene a bien aceptar a uno de sus hijos, yo me entregaré a su furia y me consideraré muy dichoso, pues habré tenido la oportunidad de salvar a mi padre y demostraros a vosotros y a él mi ternura.

—No, hermano —dijeron sus tres
hermanos—, tampoco es necesario que tú mueras; nosotros buscaremos a ese monstruo y lo mataremos o pereceremos bajo sus golpes.

—No hay que soñar, hijos míos —
dijo el mercader—. El poderío de esa
Bestia es tal que no tengo ninguna
esperanza de matarla. Me conmueve el buen corazón de Jimin, pero jamás lo expondré a la muerte. Soy viejo, me queda poco tiempo de vida; sólo
perderé unos cuantos años, de los que únicamente por vosotros siento
desprenderme, mis hijos queridos.

—Te aseguro, padre mío —le dijo el Bello Jimin—, que no irás sin mí a ese palacio; tú no puedes impedirme que te siga. En parte fui responsable de tu desventura. Como soy joven, no le tengo gran apego a la vida, y prefiero que ese monstruo me devore a morirme de la pena y el remordimiento que me daría tu
pérdida.

Por más que razonaron con él no
hubo forma de convencerlo, y sus
hermanas estaban encantadas, porque las virtudes del joven les había inspirado siempre unos celos irresistibles. Al mercader lo abrumaba tanto el dolor de perder a su hijo, que olvidó el cofre repleto de oro; pero al retirarse a su habitación para dormir su sorpresa fue enorme al encontrarlo junto a la cama.

Decidió no decir una palabra a sus hijos de aquellas nuevas y grandes riquezas, ya que habrían querido retornar a la ciudad y él estaba resuelto a morir en el campo; pero reveló el secreto a Jimin el Bello,
quien a su vez le confió que en su
ausencia habían venido de visita algunos caballeros, y que dos de ellos amaban a sus hermanas. Le rogó que les permitiera casarse, pues era tan bueno que las seguía queriendo y las perdonaba de todo corazón, a pesar del mal que le habían hecho.

The beautiful and the beast [Kookmin Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora