Capítulo 1: Si, es un cabrón.

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* Arriba William.

Si durante mis años de universidad alguien se hubiera acercado y me hubiera dicho que terminaría trabajando en Howland Company no me lo habría creído. No me malinterpretéis, es una gran empresa y es una puerta a un abanico de posibilidades laborales enorme. Trabajar allí durante más de un año era asegurarse un futuro esclarecedor en los negocios, pero el caso no era ese. No me habría creído ni en un millón de años que trabajaría allí por el simple hecho de que se trataba de la empresa familiar de una de las personas que más odiaba en el mundo: William Howland.

Mi trabajo no era apasionante, pero para una chica como yo, recién salida de la universidad y sin apenas experiencia en el sector, era más que suficiente. Todavía era una simple becaria que se encargaba de atender llamadas de mánagers de famosos súper importantes y delegarlas a mi superior, que para mi suerte y fortuna (nótese la enorme ironía) era William. A pesar de eso, con mi sueldo podía seguir pagándome el alquiler que compartía a medias con Riley, mi mejor amiga, y además podía enviar dinero a mi madre, que vivía en Newport, un pequeño pueblo con gran encanto situado en Rhode Island. Ella se empeñaba en que no necesitaba el dinero, y que con su sueldo de enfermera podía mantener tanto a mi hermano pequeño, Trevor, como a ella, pero yo sabía que en el fondo lo agradecía, así que yo lo seguía haciendo de todas formas.

— Henderson, necesito para esta misma tarde los informes que te mandé ayer. — Su cabeza asomó por la puerta del despacho lo necesario para pronunciar esa frase y volverse a meter dentro.

Puse los ojos en blanco.

El tono autoritario con el que siempre me hablaba me daba ganas de pegarle una patada bien fuerte en la espinilla, pero luego recordaba que era mi jefe, y que por gente como él era que yo podía perder mi empleo, así que hice de tripas corazón, me aguanté las ganas de lanzarle el asqueroso café que me había servido de la mugrienta máquina que había en la oficina, y preparé el dichoso informe para antes de las seis. Con un poco de suerte me iría a casa a las siete y podría cenar con Riley.

— Hoy no está de buen humor. — Me dijo Greta, una mujer de unos cincuenta años que llevaba en aquellas oficinas más tiempo del que cualquiera podría haber soportado, y que era muy maja, la verdad. Se sentaba justo enfrente mía, y de vez en cuando poníamos al jefe a caldo cuando él estaba en su despacho y se ponía a gritar con quien fuera al teléfono.

— Hoy tampoco ha follado. — Le susurré yo, poniendo una mano al lado de mi boca para evitar que él pudiera leerme los labios desde su despacho. La verdad es que dudaba que siquiera mirara en nuestra dirección, pero más valía prevenir que curar.

A Greta pareció horrorizarle mi comentario, como si escuchar la palabra "follar" le resultara grotesco y nada apropiado. Quizás lo era, pero yo no era conocida por tener un gran filtro a la hora de hablar, bueno, a la hora de hacer las cosas en general.

— Pero que dices. — Exclamó como si fuera una barbaridad que el chico no hubiera pillado cacho aquel día. — Si seguro que tiene una lista de mujeres esperándole a sus pies.

Me encogí de hombres.

— A mi me han dicho que la tiene pequeña. — Acompañé la última palabra con un gesto, juntando el pulgar y el índice, indicándole así el tamaño minúsculo de su pene.

Ella hizo un gesto al aire con su mano, como si no se lo creyera. Y quien iba a hacerlo. Bien sabía yo que pequeña no la tenía, y lo sabía de buena tinta. He de admitir que si, me acosté con él en la universidad, quizás una o dos veces... vale, está bien. Quizás tres. Cuatro. Vale a lo mejor ni siquiera llevaba la cuenta. Se podía decir que habíamos experimentado algo así como una "relación", aunque a estas alturas dudaba mucho de que él supiera siquiera lo que eso significaba. A mi parecer, una relación era sinónimo de confianza, respeto, monogamia... no se, lo básico. A lo mejor William no tenía tan claros esos conceptos, y a lo mejor por eso decidió que acostarse con Dolly el día que yo cumplía diecinueve años era el mejor regalo que podía hacerme. A ver, nunca hablamos de ir enserio, pero se sobreentendía. Dormíamos juntos, follábamos juntos, pasábamos el día juntos, ¡incluso le presenté a mi madre!... No, no quería pensar en eso porque me daban ganas de arrancarle los testículos con mis propias manos y luego dárselos a un perro para que terminara de devorarlos.

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