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Kyle Broflovski se había enamorado perdidamente de Bárbara Stevens a los dieciséis; a los veintitrés, habían tomado la decisión de casarse —obviamente, siguiendo las costumbres judías— y más tarde ese año, Bárbara dió a luz al primer hijo del jove...

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Kyle Broflovski se había enamorado perdidamente de Bárbara Stevens a los dieciséis; a los veintitrés, habían tomado la decisión de casarse —obviamente, siguiendo las costumbres judías— y más tarde ese año, Bárbara dió a luz al primer hijo del joven matrimonio: Asher, que significaba "afortunado".

Para Kyle, las personas más importantes en su vida eran su esposa y su hijo. Su esposa, que le daba la felicidad que nunca creyó posible en sus años de juventud. Su pequeño Asher, que había heredado los ojos verdes de su padre y el ondulado cabello de oro de su madre. Con los años, habían aparecido pequeñas pecas en el puente de su fina nariz y algunas en sus mejillas; que se acentuaban con el Sol. Era la luz de su vida; no podía creer que ese día cumpliera diez años. El tiempo se había escapado de sus manos con tanta velocidad, que a Kyle le daba náuseas el simple hecho de pensarlo.

Pero allí estaba; Asher cumplía diez años de radiante felicidad. Su sonrisa, a la cuál le faltaban algunos dientes, hacía que el corazón de Kyle se llenara de ternura. Su hijo había crecido para ser un precioso príncipe, que algún día llevaría a cabo las más épicas hazañas.
Kyle recordaba con una sonrisa cómo era su vida a los diez años; sin preocupaciones, solo saltando de travesura en travesura.

A su lado se encontraba su esposa, Bebe. Esta secaba algunas lágrimas de emoción de sus sonrosadas mejillas.

— Aún no puedo creer que haya crecido tan rápido. —Dijo la rubia, mirando la escena con ternura. Asher jugaba con sus amigos y reía con la inocencia propia de su edad.—

— Parece que fue ayer cuando dijo su primera palabra.

Asher era la mayor señal del amor del matrimonio. Para Kyle, aquel pequeño significaba toda su esperanza en tener una vida ideal, feliz y plena. Era un padre orgulloso, sin ninguna duda.

— ¡Papá! —Asher corrió hacía Kyle para darle un abrazo. El pelirrojo lo alzó en sus brazos.— Este año quiero pasar más tiempo contigo.

Kyle le dedicó una amplía sonrisa, y besó con delicadeza la frente de su hijo. Ese año había tenido mucho trabajo, y no había podido pasar todo el tiempo que habría querido con su familia.

— Este año será diferente, ya verás.

La fiesta de cumpleaños acabó, y todos los padres y sus hijos marcharon a sus respectivos hogares. Asher era un chico cariñoso; se tomó el tiempo para despedirse de todos y cada uno de ellos, con un gran sonrisa en su rostro.

Kyle y Bebe acompañaron a Asher a su habitación. Todas las noches se aseguraban de atenderle los dos.

— ¿Podéis apagar la luz? —Preguntó Asher desde la cama, mientras sus padres estaban saliendo de la habitación—

— Mi niño, siempre pides que la dejemos encendida. —Respondió Bebe con una sonrisa. Asher le tenía miedo a la oscuridad.—

— ¡Ya soy grande! —Reprochó el rubio. Bebe apagó la luz—

Ya de vuelta en el salón, el matrimonio recogió el desastre que se había formado a causa de la fiesta. Tener a tantos niños en un espacio cerrado no era la mejor idea.
Una vez terminaron de limpiar todo el caos, se sentaron exhaustos en el sofá:

— El año que viene vamos a celebrar su cumpleaños en McDonald's o algo así. —Bebe estaba cansada, y se notaba a leguas en el tono de su voz.— Estoy muy cansada, me voy a la cama.
¿Vienes?

El timbre de la puerta sonó. Los dos se miraron extrañados. ¿Quién podía ser, a esas horas?

— Ve subiendo, ahora voy.

Bárbara se encogió de hombros y subió las escaleras, en dirección a la habitación matrimonial.
Kyle esperó a que su esposa subiera las escaleras para atender a la puerta:

— ¿Kyle Broflovski?

A Kyle pareció extraño; era un hombre con una capucha negra, difícilmente podía verle la cara. Y por su fuera poco, llevaba una enorme caja de cartón.

— Sí, soy yo.

— Esto es para ti. —El hombre dejó la caja en el suelo y salió corriendo—

Kyle tenía muchas dudas sobre lo que acababa de pasar. La curiosidad le invadió con ímpetu; decidió abrir la caja, necesitaba saber lo que se escondía en ese paquete.
Cartas. Cientos de cartas, en sobres coloridos. ¿Qué mierda..? Había un sobre que le llamó la especial atención: había un mensaje escrito en mayúsculas.

"LEE ESTA PRIMERO, IMBÉCIL"

Kyle suspiró. No sabía quién había escrito aquellas cartas, pero fuera quien fuera, no tenía un buen carácter. Abrió la carta:

"Seguramente te estarás preguntando qué es esto. Bueno, pues si tus ojos están fallando por lo viejo que estás, te lo explico: son cartas con lo que no me atreví a decirte.

Y sé lo que estás pensando. No busques el remitente: no lo vas a encontrar."

Kyle no había estado tan confundido nunca.

Remitente;; kymanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora