Recuerdos.

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Cómo olvidar esa última noche juntos, era imposible. Tenía en la mente y en la piel grabados cada minuto de esa noche, una de las más placenteras, pero a la vez, triste de su vida. Meses habían pasado y sí, el dolor seguía ahí. Ya nada había vuelto a ser lo de antes, ya no existía un "Victoria y César por siempre" y cada segundo de los meses y días siguientes, esa idea le rompía un poco más el corazón. El recuerdo no la dejaba, y menos en ocasiones como esa en las que se encontraba sola en su departamento, con la soledad y una botella de vino como su única compañía.

"No, mi amor, tú no me odias. Me amas, tanto como yo a ti, y así será toda la vida" le había dicho César, para luego besarla con todo el amor que ella sabía que le tenía, que se tenían y esa había sido su perdición, y a pesar que lo intentó, no pudo detenerse. Cerró los ojos y los recuerdos aparecieron como una película en su mente.

- César... Espera... - Habló con la poca voz que le salía en ese momento, intentando convencerse una vez que esto no era lo correcto.

- ¿Qué pasa mi amor? - preguntaba César mientras, con besos, bajaba a su cuello.

- Esto, César, esto no... no puede seguir – intentó detenerlo colocando sus manos como una barrera entre ellos .

- Victoria, déjame amarte, mi amor. Déjame demostrarte que eres lo que más amo en el mundo – tomándole el rostro entre sus manos y mirando fijamente esos ojos verdes que amaba con todo su corazón.

Victoria lo observó fijamente, y se dio cuenta que César le decía la verdad. Sabía que la amaba, sabía que ambos se amaban, y eso era lo único que importaba, como había dicho: si este era el final de esa historia, le darían un final digno.

- Bésame, César, bésame y hazme olvidar todo, por favor – respondió abrazándolo por el cuello y apartando cualquier duda de su cabeza.

- Victoria, mi Victoria, mi amor – susurró en su oído como si de un rezo se tratara.

César comenzó a besar a Victoria en la frente, los ojos, en toda la cara, mientras con sus manos recorría su cabello y mantenía su rostro sujetado delicadamente. Victoria no hacía más que sentir ese contacto tan sublime y por lo mismo, sin poder evitarlo, una inoportuna lágrima cayó directamente en la mano de César y él se detuvo para mirarla fijamente.

- Mírame, Victoria – le suplicó – mírame, estoy aquí contigo, mi amor, y no me voy a ir, te lo prometo.

Victoria abrió los ojos y el verlo ahí, parado frente a ella, hizo que más lágrimas cayeran de sus hermosos ojos verdes.

- Te amo, César, te amo tanto que duele – confesó totalmente abrumada por sus sentimientos. – por eso necesito amarte, mi amor, aunque esta sea la última vez, necesito grabar cada roce de tu piel sobre la mía para poder seguir viviendo.

Fue ahora ella quien tomó la iniciativa y besó a César de manera desesperada. El sonido de sus labios y dientes chocando entre sí, era sinónimo de lo mucho que estaban disfrutando el beso. Cuando se separaron para tomar aire, Victoria como pudo empujó a César a través de la habitación y cuando estuvieron lo suficientemente cerca de la cama, lo tumbó ahí. César sonrío y al ver los ojos de su mujer encendidos por el deseo supo que lo que le esperaba era sencillamente glorioso.

Victoria se acomodó sobre él y comenzó a regar besos por todo su cuello mientras trataba de quitarle la camiseta. César la ayudó levantando los brazos y aprovechó para sentarse en el borde de la cama, trayendo a Victoria consigo quien quedó a horcajadas sobre él. Después de que Victoria logró su cometido, fue el turno de César de desvestirla. Con mucha rapidez, le quitó la sudadera que traía y besó su cuello, su pecho y sus hombros, con toda la ternura que existía en él. Victoria acariciaba su cabello y poco a poco sentía como la excitación de César iba en aumento.

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