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Se levantó unas horas más tarde de lo habitual y por primera vez en mucho tiempo, su alarma fue lo que terminó por interrumpir su sueño. Aún no estaba en sus cinco sentidos así que no le sorprendió demasiado, en cambio se concentró más en buscar algo de ropa para ponerse después de tomar un baño.

Encontró ropa lo suficientemente holgada entre los cajones y en cuanto la puerta de su cuarto se abrió, haciendo ese característico sonido suyo, un rico aroma provocó que su estómago emitiera unos cuantos sonidos vergonzosos.

— ¿Pero que leches...? — cruzó la sala sin dejar de olisquear el delicioso aroma y al llegar a la cocina, una escena bastante inusual le hizo abrir los ojos en señal de sorpresa.

Había un alfa en su cocina haciendo tortitas con un delantal blanco, que parecía no servir de nada ya que el castaño estaba hecho un desastre y el delantal estaba intacto.

— Alex — una ancha sonrisa se formó en sus labios y al notar la mueca del menor, rápidamente se dio cuenta del desastre que había hecho — lo siento, como ya era algo tarde pensé que te gustaría comer algo...

— No te disculpes — interrumpió y se cruzó de brazos mientras observaba el plato que contenía todas las tortitas que había hecho. Ninguna comida le había parecido tan apetecible desde hace mucho y sin pedir permiso, tomo una de las más pequeñas y le dio una mordida, esperando que no le dieran náuseas.

— ¿Qué tal? Yo preparo las mejores tortitas del lugar — dijo orgulloso y colocó ambas manos en su cintura con una sonrisa de satisfacción.

— Que raro...— mencionó casi en un susurro al no sentir ninguna especie de malestar y sin pensárselo demasiado, terminó la tortita que tenía en la mano y tomó otra — están deliciosas.

— ¿Verdad? Te lo dije — a pesar de haber escuchado eso incontables veces, por alguna razón, escucharlo del pelinegro era mucho más especial— cada vez que quieras tortitas, avisame. Vendré con gusto a hacer sólo para ti.

— Gracias — dijo cabizbajo y continuó comiendo en silencio, escuchando atentamente lo que le contaba el azabache, quien parecía tener miles de historias que contar.

—☆—

— ¿Porque no te quedaste a desayunar? Había preparado algo para ambos — pregunto al ver como el mayor entraba en la casa lleno de polvo y algunas heridas.

— Willy me pidió que lo acompañara a la mina — dijo algo exhausto y se acercó al pelinegro, pasando sus brazos sobre sus hombros sin energía — lo siento, de verdad, no volvera a ocurrir...

Está bien — dio unas cuantas palmaditas en la espalda del alfa y soltó un largo suspiro — bien, ahora deja que te cure esas heridas. No quiero que manches mi piso.

— Gracias — le dio un tierno beso en la mejilla y se miraron fijamente durante un segundo — te amo.

— ¿Alex? — la voz del azabache lo saco de sus pensamientos y agitó la cabeza para borrar aquello de su mente — ¿estas bien?

Se sintió un tanto confundido por la cara de preocupación que tenía el mayor y pocos segundos después se dio cuenta de lo que pasaba. De nuevo se había dejado llevar por los sentimientos y sin darse cuenta había empezado a llorar en completo silencio.

— Joder...— se alejó del contrario y limpio sus lágrimas con sus manos, frotando sus ojos con brusquedad.

— ¿Qué pasa?¿Te sientes mal? — se acercó con cautela al menor, quien ya se había apartado varios metros de el y cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó su muñeca para que le mirara.

— No es nada — soltó su mano del agarre y respiro de manera profunda mientras cerraba sus ojos con fuerza — algo me entro al ojo, eso es todo.

— De acuerdo — mencionó algo dudoso y con delicadeza posó una de sus manos sobre la mejilla del menor para limpiarla con el pulgar — de todas formas, si algo te molesta sabes que puedes decírmelo.

— Ya — asintió con la cabeza y abrió levemente los ojos, dándose cuenta de lo cerca que estaban uno del otro — Fargan.

— ¿Que pasa? — pregunto con una expresión completamente inocente.

— Estas muy cerca tío — se alejó unos cuantos pasos y un leve tono carmesí cubrió las mejillas del mayor, a lo que prefirió no prestarle demasiada atención — te ayudo a limpiar.

— No no, yo lo hago — dijo bastante seguro y se dio media vuelta para empezar.

— Como quieras — hablo casi en un susurro y salió de ahí rumbo al baño, preguntándose el porque de aquellos fugaces recuerdos que aparecían cada vez más seguido y con un único propósito.

Recordarle que su cuerpo y alma le  pertenecían a alguien más.

𝘿𝙚𝙨𝙩𝙞𝙣𝙤 [𝙁𝙞𝙣𝙖𝙡𝙞𝙯𝙖𝙙𝙤]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora