La noche más fría de la historia

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La vida no siempre será justa. El trato es el siguiente: mientras muchos se quedan, otros se van. Mientras algunos nacen, otros…mueren.


La pequeña lloraba desconsoladamente. La pobrecita, desnuda, sucia, recién nacida, esperaba ser acogida en brazos cálidos que nunca llegarían. El sonido del viento golpeaba contra las ventanas precarias, improvisadas con madera húmeda y rancia.
El silencio por aquellas horas no existiría, no habría trato.

Tormentas heladas, lágrimas recién nacidas. ¿Qué podría ser peor? Sí, que horas más tarde, dos rufianes se aprovecharan de la situación.

– ¡Ven! ¡Está vacía! – Gritó uno de ellos, el más flaco de los dos. En las manos, sólo traía una bolsa pequeña de tela, seguramente con algunas provisiones.
– ¡Menuda suerte cargamos hoy! – gritó el segundo.

Los miraba con los ojos muy abiertos, como platos. El llanto ya había cesado. Supongo que me reconfortaba calmándome a mí misma, ya que nadie a esas alturas iba a hacer algo por mí. Tenía hambre, frío y no podía decirlo. Lo que me entretuvo un buen rato más, fue ver cómo esos dos individuos reaccionaban ante el cuerpo de mi madre y cómo, sin pensar en la desgracia ajena, se alegraban por la suerte que ellos tenían de encontrar ese lugar. Pero a mí ni siquiera me vieron.

– ¡Maldita sea! ¡Dusan! ¿Crees que viva sola?
– No lo sé, no veo a nadie más.

Uno de ellos, el de barba, recorrió unos metros más buscando algo. Mi madre se encargó de cubrirme con unas telas antes de morir.

Pero estaba cerca, muy cerca.

El segundo hombre, caminó hasta la cocina, buscando algo de comida, que evidentemente no había. “¿Crees que haya algo para comer?” dijo despreocupado, como si no hubiera una mujer muerta y a pocos metros, una recién nacida escondida.

– No lo sé.- Refunfuñó el de barba, que se acercaba, estaba ahí, solo debía de mirar mejor y me encontraría. Vamos…encuéntrame.

Afortunadamente, la curiosidad esta vez no mató al gato pero sí, encontró al bebé. Sus ojos me miraron y yo lo seguí con los míos. Me chupaba los dedos, la mano, todo lo que pudiera. Es que tenía hambre, y el sabor de mi propia sangre, me reconfortaba. ¡Qué asco! ¿Así piensan los bebés?


– Dusan, ven aquí.- Dijo con cautela. El tono de voz que utilizaba, ahora era más suave, hasta temeroso. Ni que hubieran visto un fantasma. Ni siquiera con el cadáver se espantaron tanto.
– ¿Qué…rayos?

Y lo que sigue no lo puedo seguir contando. Podría hacer un resumen de ello. Los hombres se quedaron con la casa y…conmigo. Menos mal. ¿No?
Al principio, Dusan se reusaba a tenerme. Se quejaba que un bebé traería problemas y retrasos. Que ellos debían de estar activos, de acá para allá, y toda la cosa. Pero Gatz, siempre fue especial. Desde que nos vimos, hubo una conexión. No sé si era la edad, quizás él más adulto, ya veía la vida de otra manera, y la llegada de un bebé, le enterneció.

Admito que yo también me lo gané.
Siempre fui una niña muy buena, tan buena, que aprendí a hacer música con el Lur e incluso aprendí  a ser la mejor a la hora de robar. Me escabullía con gran talento, corría muy rápido, y era muy creativa con mis respuestas pícaras a la hora de ser descubierta. Fui bien entrenada, siempre dispuesta y agradecida por la oportunidad de vivir. Pero sí, también muchas veces me preguntaba, ¿Qué sucedió con mi madre? Nadie, ni ellos pudieron darme una respuesta. Hasta hoy me conformé con tener dos “tíos” como ellos me enseñaron a llamarle. Pero los interrogantes no se marchaban, ya con diecisiete años prácticamente era todo mi objetivo de vida. Saber quién soy, quién pude haber sido, y quiénes o qué, me dejaron huérfana.

- Thaiss. – Ese es Gatz. Llama a la puerta.
- ¿Sí? – Respondí rápidamente. Guardé a Urbe bajo las sábanas de mi cama.
- ¿Vas a cenar?
- Claro, ya voy.

La convivencia con mis tíos no siempre era fácil. Gatz había decidido quedarse en casa a criarme, darme de comer, enseñarme modales y técnicas de robo, incluso música. Mientras Dusan, siempre quejándose, era quien traía conejos para rostizar, algunos que otros vegetales y algo de dinero. Se necesitaba ser muy ignorante para no darse cuenta que la mitad de aquel dinero lo gastaba antes de llegar, en algún vino o cerveza del camino. Pero bueno ¿Se lo merecía, no? Era él quien se ocupaba de los malos tratos y del “trabajo”.

– Escucha, ya estás mayor para salir tu también por algo de comida.- Ese era Dusan, ya había pasado los cuarenta y cinco años y estaba más gruñon de lo normal. Gatz no dijo nada. Solamente miró el vaso que tenía frente a él.
– Yo puedo hacerlo. – Respondí rápidamente- Nunca dije que no pudiera, es solo que…
– Es muy peligroso.- Gatz, siempre me cuidaba, aunque a veces por demás.
– ¿Por qué? Es adulta, puede ir al pueblo y buscar vegetales, hasta puede conseguir trabajo. Es una joven bella, quizá hasta…
– No lo digas.
– ¿Qué? ¿Un buen marido?
– ¡Que no lo digas! Gatz golpeó la mesa al momento en que se ponía de pie. - ¿Qué no ves que aún es muy joven? Allá afuera son todos perversos, pueden hacer con ella lo que les dé la gana, y ya sabes a qué me refiero. No es seguro que salga sola.
– Pero Gatz. – Esa fui yo.- Creo que puedo intentarlo. Si corro algún riesgo, puedo decírtelo, y tomaremos medidas. Recuerda que me enseñaste a blandir la espada. Además, hoy día podría encontrar trabajo en alguna taberna, ofreciendo música a cambio de algunos peniques.

Gatz sentía algo especial por mí y yo por él. A pesar de que me pedía llamarle tío, la sensación se parecía más a la de un padre protector. Aquella noche, no cenamos en paz. Él decidió salir fuera, mientras Dusan prefirió sentarse, beber y cenar, sin problemas. Por mi parte, aún con el ceño fruncido ante la preocupación, también salí.
Él estaba recostado junto a una gran piedra en el campo, a unos metros de la casa. Estaba cruzado de brazos, mirando hacia el cielo, que nos regalaba millones de estrellas. Decidí quedarme a su lado y alzar mi cabeza para apreciar mejor el espectáculo.
Al cabo de unos instantes, comprendí la soledad. A pesar de haberme quedado sola con minutos de vida, nunca aprendí a temerle. Creo que Gatz se esforzó mucho porque no sintiera aquella sensación, por saber que él siempre estaría allí, que no me costaría la vida mientras estuviera bien acompañada. Pero también comprendí que Gatz siempre le ha temido a la soledad, a la desolación, a la incertidumbre, y que es esa la razón por la que no quiere verme crecer. 

– Perdona, por la situación que tuviste que vivir allá. – Le dije, y busqué mirarle a los ojos, pero aún estaba muy lejos.- Sé que tienes miedo. Sé que…desde que estás aquí has encontrado la vida que querías, lo sé. Pero en algún momento debo tener una vida, salir, hacer lo que…yo desee. Es decir. – Se me atropellaban las palabras, no quería lastimarle. Pero ¿Cómo hacerle entender que debía salir de aquellas cuatro paredes de barro y madera? – Gatz, eres como mi padre. ¿Lo sabes, no?
– Sí, es justamente por eso que quiero protegerte.
– Lo sé. Y te agradezco por eso.- Esta vez, tomé una de sus manos para acariciarla entre las mías.  – Pero necesitamos ayuda, necesito inmiscuirme en la sociedad, para poder ayudarte a ti también. Somos una familia, ¿No?
– Aun no moriré. Ni siquiera estoy viejo. Puedo hacer las cosas por mi cuenta.
– No lo harás. Y estoy segura de que aún puedes.
– ¿Entonces?
– Solamente quiero que me des una oportunidad, de salir. De descubrir el mundo, qué me gusta, qué otros talentos puedo tener, de distraerme. Últimamente…-Cerré mis ojos. Quizá, aquella confesión fuera la llave de la cuestión.- últimamente pienso mucho en aquella noche, qué sucedió, qué le pasó a mi madre. ¿Quién soy?
Evidentemente el rostro de Gatz se puso pálido, pero fingí no notarlo, o restarle importancia. Preferí seguir.– Estar aquí dentro, me hace pensar mucho en el pasado y no me permite avanzar o descubrir más sobre mí, sobre ésta chica que tú viste crecer y a la que le enseñaste a vivir. No conozco nada por fuera de nosotros tres. ¿Lo entiendes, no?

Y Gatz finalmente asintió. Era fácil convencerlo, quizás porque me quería demasiado, o porque había alguna verdad que yo no debía saber. Pero no me importaba.
– Está bien. Lo intentaremos una vez. Iré contigo al pueblo y te enseñaré los lugares, los puestos, los nombres de los comerciantes. ¿Tabernas? Bueno, solamente algunas en donde tenga confianza. Créeme que la gente no es buena, nosotros tampoco lo somos, pero nos las arreglamos.

Y no respondí nada más. Solamente sonreí y le abracé. Él acarició mi cabello, luego mi espalda. Estaba feliz de que ellos me hayan encontrado y a salvo, aún con vida. Espero que haya sido ese el objetivo de mi madre, que me encuentren, que me salven, que tenga una gran vida.


Bélizar: La sinfonía del tiempo robado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora