Dolor y desesperación eran los dos sentimientos que consumían la casa de los 0'Connor.
Una semana, una semana había pasado desde que su amado Dylan, su hijo de tan solo 16 años de edad, había desaparecido sin dejar rastro, sin despedirse de sus padr...
“Sé que hemos sido amigos desde hace años, y que el miedo te consume con solo pensar que nuestra amistad podría terminar, pero déjame hacerte cambiar de opinión.”
Recordó Leah entre risas al encontrarse en aquel parque “nuestro parque” recordó nuevamente las palabras del chico, suspirando con tristeza ante ello y mirando su alrededor con añoranza, secando rápidamente las traviesas lagrimas que lograron escapar de sus ojos. Alrededor de unos 10 minutos más tarde sus amigos finalmente habían llegado, a lo que ella fingió molestia y les dijo:
“¡Son un trio de impuntuales!”
Los tres chicos comenzaron a reír nerviosos, observando como la chica de largos y claros cabellos comenzaba a correr para que sus amigos no la alcanzaran, a lo que ellos le siguieron el juego al instante y comenzaron a ir detrás de ella, riendo a carcajadas.
Más tarde los cuatro chicos se encontraban sentados en una mesa del café al cual solían asistir con frecuencia, tomando sus respectivas bebidas y hablando de que harían el fin de semana, a lo que Evan habló:
“Al parecer mi padre tiene un viaje de trabajo, así que lo más probable es que me quede estudiando para los exámenes que tenemos la próxima semana”
Evan Nóvak llegó a la vida de aquellos tres chicos unos dos meses luego de la desaparición de Dylan, siendo así la única luz del doloroso momento en el que se encontraban. El chico sabía perfectamente del desaparecido, pero por respeto a sus amigos nunca preguntó por detalles, nunca pidió más información, no pidió fotos, descripciones físicas, ni absolutamente nada más que lo necesario, Dylan O’Connor era el mejor amigo de Leah, Mark y Alice, desapareció hace dos años y no se sabía absolutamente nada de su paradero. Evan logró sanar ligeramente el corazón de aquel trio de amigos con su llegada y siempre les agradeció por aceptarlo a pesar del difícil momento por el que pasaban, donde lo más probable es que no quisieran saber de nadie, donde solamente querían saber del pecoso.
Es por eso que el chico de baja estatura, Evan, nunca cuestionó la repentina decisión de su padre al cambiarlo de escuela de un día para otro, debido a que gracias a ello logró encontrar a los que ahora eran sus mejores amigos.
A su padre le debía las amistades más bellas de toda su vida, pero aun así en el corazón del adolescente habían algunas espinas clavadas por su propio progenitor.
Desde el día en que su madre se fue de casa el hombre prácticamente se mantenía encerrado en su laboratorio las veinticuatro horas del día, sin dejarlo entrar en ningún momento, actuaba de manera extraña, puso seguridad y cámaras en su lugar de trabajo, dejó de permitirle llevar amigos a casa, hacia preguntas algo inusuales sobre su escuela, pero aquello le parecía que era la manera de su padre de acercarse a él, pero a pesar de absolutamente todo el joven aun lo quería, pues era su familia.
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21 de Agosto, 2019, 23:00 pm
Cuatro días habían pasado desde su última tortura, aquello a lo que el científico le llamaba una “fase” más para el supuesto gran proyecto final, refiriéndose indirectamente a él. Dylan no recordaba mucho de lo que había pasado, solamente aquellas fotos en las manos del hombre más cruel que había conocido. Su cuerpo dolía y algunos sectores ardían más que el infierno, aunque realmente este se quedaba pequeño ante lo que vivía el joven pecoso, ese sí que era el verdadero infierno.
Los minutos pasaban con lentitud, haciendo que los hematomas de su cuerpo le fueran incomodando cada vez más, provocando que varios quejidos escaparan de sus rotos labios, al chico realmente le extrañaba el hecho de que el científico no llegara a la hora, pero aquello no era ni de su mínima importancia y nunca lo seria, él odiaba a Nóvak, lo odiaba con cada parte de su cuerpo, simplemente despreciaba su existencia.
La prioridad del castaño en esos momentos era poder levantarse del piso de su celda, debido a que la noche anterior se cayó mientras dormía, pero su cuerpo dolía tanto que no podía mover ninguna de sus extremidades por lo que soltó un grito de ira, manteniéndose en la misma posición por alrededor de unos cuantos minutos, una idea pasó por su cabeza pero… ¿Funcionaría?
“No tengo nada que perder…”
Pensó el joven para luego cerrar sus ojos para poder concentrarse, nunca usaba las habilidades que el científico a través de distintos procesos le había entregado, solamente cuando éste mismo lo forzaba a utilizarlas. Luego de unos minutos su mano derecha estaba totalmente helada, a lo que con delicadeza acercó ésta hacia cada uno de sus hematomas y al ser un frio potente aquellas manchitas que adornaban la piel del pecoso desaparecieron segundos después de entrar en contacto con su palma, lo que sorprendió totalmente al chico.
“Finalmente haces algo inteligente, Dylan”
Dijo Nóvak al ver al chico, había entrado al laboratorio minutos atrás pero decidió no interrumpir al menor, quería ver si realmente la temperatura que el chico podía producir era tan potente como para acabar con las heridas que la última “fase” había provocado, las cuales con ayuda de un frio común hubieran desaparecido luego de unos días repitiendo el procedimiento.
“Ajá..Como digas, Nóvak”
Respondió el castaño al levantarse del suelo luego de hacer que su mano volviera a una temperatura normal, acercándose hacia las rejas de su celda y mirando al hombre con desprecio, pero sin hacer ningún movimiento agresivo debido a que su cuerpo aún se encontraba bastante cansado.
“¿Qué planeas imbécil? Llegas tarde a nuestro fabuloso encuentro”
Volvió a hablar el chico, pero esta vez de manera bastante irónica, dirigiéndole una intensa mirada a su captor, mientras que sin notarlo sus ojos se tornaban de un rojo intenso.
“Al parecer no eres tan estúpido como pensaba”
Dijo entre carcajadas el mayor de la habitación, dirigiéndose a su escritorio para ir en busca de una silla, tomando esta para así sentarse frente a celda del chico.
“Hay una junta de científicos fuera de la cuidad, me han invitado así que estaré de viaje aproximadamente una semana, tómalo como unas vacaciones”
Dijo entre risas el científico, volteando al instante y dirigiéndose a pasos lentos hacia su escritorio, sentándose para revisar su ordenador. Mientras que Dylan bufó totalmente molesto al mismo tiempo en que su mandíbula se tensaba con fuerza, realmente la simple presencia de Anthony Nóvak le irritaba.
Las horas pasaron con lentitud al igual que como había sido para Dylan en los últimos dos años de su vida, desde aquel día en el que amaneció en el frio suelo de aquel laboratorio todos los días eran lentos y desgarradores para el más joven de los O'Connor, todos sin excepción alguna, las horas seguían pasando y pasando por lo que el pecoso ya se encontraba acurrucado entre las cálidas sabanas de la cama de su celda, a la cual ya se había acostumbrado, hasta que escucho unos pequeños pasitos acercándose hacia él, a lo que una sincera sonrisa apareció en sus labios, esa de las cuales ningún humano había visto en los últimos dos años.
“¿Por qué tardaste Zedd? Nóvak se fue hace como 10 minutos”
Dijo entre risas el chico al ver como el mono capuchino pasaba a través de los barrotes de la celda haciendo dulces ruidos, saltando rápidamente al regazo del joven y entregándole el resto de un Muffin, el cual el científico no terminó antes de salir del laboratorio, por lo que el pecoso comprendió al instante, Zedd había estado intentando alcanzar aquel dulce para él, por eso había tardado. Al notar esto el castaño comenzó a comer rápidamente lo que su amigo le había entregado porque si bien ya había cenado no fue suficiente, aunque casi nunca lo era ya que solía alimentarse de las sobras de lo que Anthony y su hijo comían a diario, aunque en ocasiones si se alimentaba de manera digna.
“Zedd” como había nombrado el chico a aquel monito era el “animal de laboratorio de Nóvak” y aunque la mayoría utilizaba ratas el recién nombrado las odiaba con todo su ser ya que las encontraba inútiles, por lo que decidió utilizar al mono, diciéndole a la tienda de donde lo había comprado que sería su mascota, algo MUY lejos de la realidad como podrán ver.
Este animalito solía acompañar al joven todos los días a toda hora, excepto cuando Anthony se encontraba en el lugar debido a que en reiteradas ocasiones el mono capuchino salió lastimado al intentar defender al castaño de las manos del hombre, por lo que acordaron juntarse cada vez que el captor de ambos estuviese fuera del laboratorio.
Gracias a las distintas alteraciones que el científico realizó en el cerebro del mono, este tenía actualmente el coeficiente intelectual de un niño prodigio, además de que podía perfectamente comunicarse con el pecoso a través de lenguaje de señas, ambos se acompañaban mutuamente y se consolaban cuando era necesario, ya que Zedd comprendía la situación en la que se encontraban, ambos estaban encerrados en el sótano de un hombre completamente desquiciado que se había tomado la libertad de arrebatarles la suya.
22 de Agosto, 2019, 3:30 am
Luego de la bella tarde que había compartido con sus amigos Leah nuevamente se encontraba con el teléfono en mano, escribiendo al mismo tiempo en que delicadas lágrimas caían por sus mejillas.
“Sé que no recibirás esto, pero aun así decidí dejar este mensaje, de esta manera me sentiré menos sola..”
Luego de enviar aquel mensaje al número de Dylan, el cual ya no recibía ningún mensaje debido a que el científico lo había lanzado al lago que se encontraba cerca de su casa, lo había destruido por completo para que no pudieran localizarlo, pero claro está que aquello Leah no lo sabía.
La chica de rizados cabellos hasta el pecho, ojos marrones y delicadas facciones dirigió su mirada hacia el pequeño cuadro que tenía en su mesita de noche, una foto de Dylan y ella en los últimos días que habían pasado juntos, ambos con una sonrisa sobre sus labios, mientras que el muchacho pasaba su brazo alrededor de los hombros de la chica, la que aun recordaba las mariposas que sentía cada vez que veía al castaño como si lo hubiera visto el día anterior pero lamentablemente eso no era así, la última vez que lo había visto era hace dos años y dos meses.
Minutos más tarde la chica se dedicó a admirar la luna con una nostálgica sonrisa, sabía que el menor de los O'Connor amaba la noche, las estrellas y especialmente la luna, por lo que sin dejar de sonreír murmuró:
“No tienes ni idea cuanto te extrañan todos por aquí Dylan..Los profesores extrañan al mejor de la clase ¿sabes? Extrañan al chico dulce que se anotaba en todas las ayudantías, al mejor del equipo de Basketball, de hecho tienen tu camiseta en un cuadro, a todos les anima pensar que vas a volver y con esa esperanza son capaces de jugar, con Mark y Alice extrañamos a nuestro mejor amigo, al que nos hacía reír cada día con sus tonterías, tus padres extrañan a su hijo, no hay día que no hablen de ti..Yo extraño al chico que me robó el corazón.. Hay tantas cosas que me gustaría contarte, como por ejemplo presentarte a Evan, él y tú se llevarían excelente y le pondrías algún apodo divertido por lo bajito que es…”
Dijo lo último entre risas, secando las lágrimas que recorrían sus mejillas, hablándole nuevamente a la Luna con el cuadro aun entre sus brazos:
“No descansaremos hasta encontrarte Dylan..Te lo prometo”
Susurró la chica antes de caer dormida sobre las cómodas almohadas de su cama, mientras que sus lágrimas se secaban por sí solas sobre sus delicadas y suaves mejillas.
Mientras Leah lloraba como todas las noches por la desaparición del muchacho lo mismo ocurría en la casa de los padres del menor e igualmente en la casa de Alice y de Mark.
Mark nunca fue un chico muy sentimental, era raro verlo llorar y de hecho su apariencia lo demostraba, Mark es un chico alto, moreno, con un cabello oscuro como la noche, una mirada profunda y unos hombros anchos, se veía rudo, siempre lo fue, a excepción de cuando estaba con sus amigos, con ellos era un chico risueño y divertido, él y el pecoso eran inseparables desde que se conocieron en el parque cerca de las casas de ambos a los cinco años.
Es por eso que desde la desaparición de Dylan, Mark comenzó a mostrarse más sensible, llorando de vez en cuando al notar el asiento vacío a su lado, ya que le había prohibido a todos los de su salón sentarse allí hasta que Dylan volviera. Además de eso Mark solía estar en la calle hasta altas horas de la noche, el chico no fumaba, no bebía alcohol como muchos pueden pensar, el caminaba para pasar sus penas, pensaba en los bellos recuerdos que tenía con su mejor amigo, pensaba que haría cuando lo encuentren. El nunca volvió a tomar luego de que su mejor amigo le diera una larga charla de por qué esa no era la solución para sobrepasar los problemas de la vida, todo esto cuando ambos tenían 14 los padres de Mark se divorciaron, cosa que dejó muy herido al chico, por lo que luego de beber todas las cervezas de su padre se dirigió como pudo a la casa de su mejor amigo, que vivía a 3 cuadras de su casa.
En esos momentos ya eran aproximadamente las 4:14 de la madrugada, Mark caminaba por las calles mientras pensaba una vez más en su mejor amigo, habían pasado tantas cosas en su vida que quería contarle y por eso y mucho mas se prometió encontrarlo, si la policía no los ayudaba ellos iban a hacerlo por su cuenta, algo en su corazón le decía que pronto el destino volvería a poner a Dylan en sus caminos.
Mientras tanto Alice se encontraba tocando su ukelele, tocando canciones que ella y Dylan solían cantar a diario en los recesos de la escuela, cuando más de uno volteaba a verlos y aplaudirlos, y sin notarlo ya había comenzado a llorar, como cada noche en la que recordaba a su mejor amigo. Alice era una chica de baja estatura, cabello castaño hasta la cintura y unos bellos ojos avellanos. La chica era dulce y tierna a la vista, pero tenía una personalidad fuerte, nunca dejaba que le pasaran por encima, ya que de niña solían por su estatura, y fue allí donde un pequeño Mark y un pequeño Dylan de 8 años llegaron a defenderla, Mark con su personalidad y aspecto rudo les dejo en claro a todos en el instituto que no podían molestar a Alice, siendo así como la chica se unió a los dos chicos, y dos años después se les unió Leah, cuando ya todos tenían 10 excepto Alice, que era la menor del grupo, Leah fue la típica niña nueva a la que todos ignoran, pero eso no duró mucho ya que este pequeño grupo de niños se acercaron a hablarle, llevándose excelente al instante y forzando una amistad hermosa, llena de risas, de apoyo, de abrazos, pijamadas, etc.
Alice siempre recordaba lo dulce que Dylan era con ella, lo sobreprotector que llegaba a ser, como si fuera su hermano mayor, recordaba las pijamadas donde el mayor le contaba sus sentimientos por su amiga de pelos rizados, lo cual hacia que Alice chillara de emoción de solo pensar que sus dos amigos serian felices juntos. Alice recordaba cada noche la melodiosa voz de su casi hermano, recordaba lo protegida que se sentía entre sus brazos, simplemente recordaba con melancolía lo que era ser la “hermanita” del menor de los O'Connor, como solía llamarle Dylan y el resto del instituto. Y nuevamente entre sollozos la castaña se durmió con lágrimas sobre sus mejillas.
Mientras el grupo de amigos sufrían el no saber el paradero del pecoso, los que más sufrían eran los padres del chico, como por ejemplo en estos momentos el señor Harold, un hombre de estatura promedio, cabellos oscuros, con ojos avellanos que eran rodeados por sus lentes, trataba de calmar los desesperados sollozos de su esposa, Cassandra, una mujer de cabellos cortos y castaños al igual que su hijo, una mirada dulce que en estos momentos se encontraba surcada en lágrimas, labios finos de los cuales salían dolorosos sollozos, una mujer completamente hermosa y radiante que había sido herida cuando un hombre sin piedad alguna le arrebató a su hijo, el cual extrañaba con cada parte de su cuerpo y alma.
Y mientras los padres sufrían al igual que los amigos, el chico al cual los recién nombrados extrañaban se encontraba hablando con su amigo, Zedd, sobre como su espalda dolía como el infierno.
“No sé qué mierda me hizo Nóvak esta vez pero mi espalda duele Zedd, es como si me estuviera creciendo algo, es horrible”
A lo que el mono capuchino respondió con lenguaje de señas.
“¿Quieres qué te haga un masaje?”
A lo que el castaño respondió entre risas, haciéndole señas al monito para que se acostara junto a él en las suaves sabanas de la cama que se encontraba en su jaula.
“No es necesario Zedd, pero gracias igualmente, ¿Sabes? Mi madre hace unos masajes increíbles, cuando salgamos de acá le diré que te haga uno, ¿Si?”
Dijo el chico con notable nostalgia en su tono de voz, realmente extrañaba tener una vida normal, donde no fuera el maldito prototipo de un desquiciado científico. El monito se dirigió a la cama del chico al notar que éste había comenzado a sollozar, abrazándolo al instante, no era necesario decir una palabra, ya que con los dos años que llevaban juntos ya sabía que el simplemente abrazarlo lograba calmarlo.
Dylan lloraba desesperadamente, hace un tiempo atrás se había prometido no llorar más por la situación en la que se encontraba ya que eso no resolvería nada, pero aun así en momentos era inevitable al recordar a su familia y a sus amigos, simplemente al recordar como era su vida antes de aquel encierro en el que vivía actualmente.
Se sentía sucio, su cuerpo se sentía ajeno, desconocido. Cuando sus habilidades salían a la luz temía de sí mismo, quería volver a su vida pero sabía que nada sería igual, ya que él no era la misma persona que era hace dos años atrás.
Con todos esos pensamientos el menor se quedó profundamente dormido entre los pequeños bracitos del mono capuchino, quien no dejaba de acariciar los cabellos castaños del pecoso.
Y así es como una noche más, dos padres, tres amigos y un chico de tan solo 18 años de edad encerrado en un laboratorio, duermen finalmente a altas horas de la madrugada entre dolorosos sollozos, y siendo todo aquel dolor provocado por un hombre, Anthony Nóvak, quien descansaba tranquilamente sin sentir ni una pizca de culpa.
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