013

1.1K 122 19
                                    

—Mamá, me gustan las chicas.

Sí, Camila recordaba muy bien el momento en que había dicho esas simples palabras, y también recordaba lo que le habían costado; había pasado toda la tarde temblando y dando vueltas por el salón, sentándose frente a su madre otra vez y, con catorce años, armándose de valentía para confesarle a su mamá que le gustaban las chicas.

También recordaba, con muchísimo dolor, la cara de su madre cuando lo dijo. Se había quedado helada, había apretado sus puños suavemente en la mesa y luego simplemente se había levantado para juntar las tazas vacías de la mesa y ponerlas a lavar.

Camila no podía explicar lo mucho que le había dolido ese gesto, un gesto tan fuerte para una chica de su edad; desde ese día, su madre había decidido ignorar por completo el hecho de que tenía una hija a la que le gustaban otras chicas o, más bien, que tenía una hija en sí.

Fue entonces cuando la vida de Camila se vino en picada; primero fue el rechazo de su querida madre, luego cuando la chica con la que se estaba viendo a escondidas, gritó frente a todos que era una enferma por gustarle las otras chicas "¿¡Qué sigue, enferma!? ¿¡Que te cortes el pelo y quieras que te tratemos en masculino!?", y sin bastarle eso, la expulsaron del colegio y su padre se enteró de absolutamente todo; la esperó con seriedad en su casa, apoyando a un lado la maleta, antes de levantarse y pronunciar claramente:

—No vamos a mantener a una anormal aquí. No eres nuestro hija.

Y a pesar de todo aquello, no les guardaba rencor en absoluto. Los quería aún -porque la familia es la familia, y tienes que quererla igual, ¿no es así?-, y lamentaba no haber escogido el momento correcto para decirles esa fuerte verdad sobre ella misma, que apenas acababa de descubrir.

Un tiempo después, cuando consiguió dónde vivir y trabajar para comer, mientras se mantenía estudiando, Camila conoció a Lauren; una chica con sonrisa dulce, con sus dientitos de conejito, con un rostro muy suave y un corazón de oro. Ahí mismo, cuando sentía que ya no le quedaba absolutamente nada por lo que luchar en la vida, consiguió abrazar una luz que la llevaría a un sinfín de sonrisas y aventuras.

Pero ahora le costaba centrarse en eso, mientras garabateaba en su cuaderno y pensaba en su mejor amiga, analizando cosas que nunca antes había analizado; sí, llevaba meses viéndose con Ariana, pero también llevaba todos esos meses pensando en Lauren de manera inconsciente. Besaba a Ariana y sentía que era la boca de su amiga, le tomaba la mano y se perdía pensando en cómo la pálida mano de su mejor amiga contrastaba con la suya.

Sacudió la cabeza, levantándose de su lugar y estirándose, paralizándose un momento cuando pudo oír el timbre de su hogar sonar; se dirigió allí con cuidado, aún en pijama, abriendo la puerta y encontrándose con una figura demasiado familiar y destructiva.

—¿Mamá? —Susurró, con la voz quebrándosele, justo en el momento en que su madre lo abrazó con fuerza, transmitiéndole la calidez materna que había perdido hacía muchos años atrás.

—Karla... —Respondió ella, en un hilo de voz tan helado y deshecho, tan desesperado y destrozado.

Y Camila se largó a llorar, cuando la escuchó tan lejos, decirle "mi hijita"; se aferró a ella, escondiendo su rostro en el cuello de su madre, sintiéndose muy pequeñita y buscando resguardo y ayuda de aquella manera.

La dejó pasar, invadir su espacio, su nuevo hogar, que nunca se había sentido tan cálido como en ese momento, la dejó recorrer con sus dedos cada rincón, descubrir la historia que la venía atormentando por años, conocer cada detalle de su -in-tranquila vida; pero sobretodo, la dejó tocar su corazón otra vez, la dejó apoderarse de su mente y sus recuerdos, y la dejó sacarle la más bella de las sonrisas.

El humo del té salía de ambas tazas, mientras unas masitas preparadas por la muchacha eran el acompañamiento ideal; aún no se atrevía a preguntarle a ella qué hacía allí, y ella tampoco se atrevía a contárselo.

—Siento que me perdí tanto de ti. —Comenta, al borde de soltar otro suave sollozo, aunque intenta no verse tan sensible -¿por qué no lo estaría, si rechazó a su única hija durante tantos años?-.

—Lo hiciste. —Suspira Camila, bebiendo en silencio de su té. No le gusta ser tan fría, su madre ya la ha visto llorar cuando la volvió a ver, pero había una espinita molestándola aún.

—Entenderé si me odias, cariñito. —Rompe el silencio de algunos segundos, bajando su cabeza.

Oh, a Camila nunca le había gustado ver a alguien bajar la cabeza así, le recordaba a cuando ella lo había hecho al momento de irse de su casa.

—Mamá, no te odio. Al contrario, es en parte gracias a todo lo que pasé, lo que me hace ser quien soy hoy. —La voz de Camila es firme, clara, está completamente segura de sus palabras, de las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida.

Su madre levanta la cabeza, los ojos le brillan y le sonríe a su bebé, porque eso es lo que ve cuando se encuentra con el rostro de Camila; esta le sonríe también, llevando la calma a ambos corazones que, sin darse cuenta, se habían extrañado.

Un silencio se forma, y no saben si describirlo como incómodo o cómodo, porque saben que hay algo importante de lo que hablar, pero a su vez el estar con ella a Camila le trae una paz y tranquilidad irremediable.

—Lamento haber ignorado que eras mi hija, bebé. Te extrañé tanto... —Su labio inferior tiembla en su sonrisa, y la chica puede sentir lo tensa que se pone su madre.

—¿A qué has venido, mamá? —Pregunta, queriendo ir al punto, queriendo desatar el nudo que estaba tensando a su madre.

—Tu padre está muy enfermo, y quiere verte antes de fallecer. —Suspira su madre, apretando sus manos con nerviosismo.

La sonrisa en la cara de Camila se borra, su corazón se paraliza -metafóricamente- por un instante, y no puede creer lo que escuchó.

—Vamos a verlo ahora mismo, mamá.

eso es homofobia; camren |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora