Capítulo Trece: La RobaAlmas

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Abro los ojos lentamente, todo es borroso, demasiado borroso en realidad. Los refriego con mis puños con algo de desesperación, y en cuando pestañeo un poco, mi vista vuelve a ser normal.

Lo primero que veo es el techo blanco sobre mí, me muevo en poco, estoy acostado en el sofá del living, pero, ¿Cómo diablos llegué aquí?

Me levanto de forma tranquila al mismo tiempo que una extraña risa hace presencia, frunzo el ceño, sintiendo como el cuerpo se me pone rígido igual a una estatua.

Trago saliva y me auto insulto al notar que las risas provienen de la televisión encendida. Tomo el control que está sobre la mesa y apago el aparato, mi espalda duele un poco al igual que mi cuello, debería recostarme en mi cama.

Veo el reloj de pared al mismo tiempo que me pongo de pie, es raro, porque este parece haberse quedado sin pilas, la aguja no se mueve y continúa marcando las tres de la mañana en punto.

Me encojo de hombros, mañana le diré a papá que las cambie. Camino con lentitud hacia la cocina, mi estómago parece estar vacío, se siente como si no hubiera comido en varios días.

Abro la nevera, notando al instante un tazón de Spaghetti con salsa listo para ser recalentado en el microondas.

Lo dejo sobre la mesada situada en el centro de la sala y me sirvo un vaso de jugo de manzana, luego, camino hacia el microondas y meto el taper dentro del mismo.

Presiono tres veces el botón de un minuto y después el de empezar. El aparato se enciende al instante, pero el contador digital no disminuye, se queda estático mostrando los números 03:00.

Tomo un sorbo de jugo y doy un paso hacia atrás, esto no tiene sentido.

Es entonces que, en medio del silencio que me rodea, una risa se escucha detrás de mi nuca, siento un escalofrío que recorre completamente mi cuerpo, la tele no está encendida, mamá y papá están durmiendo y, soy hijo único.

Me doy la vuelta lentamente, escuchando otra vez esa extraña risa aguda de alguna especie de infante, mis ojos se abren completamente y de mis manos se resbala el vaso.

Este impacta contra el suelo a la par que el microondas avisa con tres fuertes pitidos que ha terminado.

El líquido marrón claro cae sobre mis pies descalzos y forma un charco que se esparce por todo el suelo de la cocina.

Frente a mí hay un niño pequeño, rubio con ojos marrón claro, él da unos pasos hacia adelante, y para cuando me doy cuenta quién es, su mano ya está tomando la mía.

El pequeño Justin, a quien no había visto desde ese último extraño sueño, me arrastra por los pasillos de la casa hasta llegar a las escaleras, miro hacia atrás: Mis pies están dejando marcas de jugo por todo el lugar.

Subimos las escaleras de forma tranquila y yo, intento decir algo.

Pero es inútil, no puedo pronunciar ni una sola palabra, ni siquiera puedo gritar.

Me resigno a seguir al pequeño, de todas formas, no tengo otra opción, el camino por el pasillo de la segunda planta se hace el triple de largo como lo recuerdo, y al pasar junto a la puerta del baño cerrada, siento un escalofrío, la observo un instante, notando pequeñas manchas en forma de gotas color rojas descender hasta el suelo.

Veo que una luz blanca proviene del otro lado, pero Justin no se detiene y me obliga a seguir. Vuelvo la mirada hacia él, estamos yendo a lo que parece ser mi habitación.

Finalmente nos detenemos frente a la puerta del cuarto, la misma está cerrada, acerco mi mano al picaporte, pero Justin me la aleja negando completamente serio.

Voces en mi cabeza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora