Capítulo 1

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A menudo se dice que para contar de manera correcta una historia, se debe empezar desde el principio. Pero en tal afirmación, surge otro dilema, ¿dónde marcamos el inicio de una historia y el fin de otra?

Puedo comenzar desde el inicio del mundo, o el de la humanidad, o de mi nacimiento, al fin y al cabo esta es mi historia. Aunque de esto último poco y nada puedo decir, mis recuerdos infantiles no se distinguen de la niebla mañanera.

También relatar directamente mi hazaña más conocida, ocurrida en el pueblo de Hamelín, serían los mejores trazos para este lienzo que llamo «mi historia». Sin embargo, las noches estrelladas ya se han encargado de tal labor, y no es necesario seguir malgastando mi escasa tinta. Entonces, guiado por mi miseria, redactaré el comienzo arbitrario de mi historia e irónicamente el fin de la humanidad.

Mi especie deseaba la inmortalidad, y la consiguió. No totalmente. Solo la extendieron, como es habitual entre los escritores cuando desean plasmar una idea, e, igual que estos reescriben una y otra vez sus empresas, nuestros alquimistas, a base de prueba y error, lograron una falsa eternidad.

Cabe decir que los envidio. Con abundancia de papel y tinta podría haber escrito un mejor inicio, tachar y reescribir sin calcular mis palabras. Un legado más completo.

En fin...

Entre estos errores surgieron los vulgarmente llamados quimeras, los hijos de los alquimistas, quienes no tenían nada que envidiar de las criaturas que habitan y nos atormentan en nuestro imaginario.

Aunque puedo asegurar por mi experiencia que les gusta la música, mi música. Alivia su constante dolor, como el alcohol las penas de los hombres. Tal vez ese hecho explica el porqué sigo vivo, y la mayoría de humanos perecieron entre las fauces de las quimeras. Pero me gusta pensar que se debe a mi afilada astucia, y no por cuestiones de buena suerte.

Por otro lado, los humanos supervivientes, aún al borde de la extinción, emprendieron guerras entre ellos. Guiados por los elegidos, los falsos Inmortales. Luchábamos por las sobras de las quimeras.

Durante aquellos días, yo me encontraba al sur del planeta, no puedo ser más específico, pues aunque escribiera los nombres de las ciudades, poco aportaría a los lectores. Inevitablemente están destinados a ser omitidos, a traspasar la última puerta de la muerte: «el olvido». Un destino cruel.

¿Qué hacía en el sur? Esa es una respuesta sencilla, buscaba la inmortalidad, como mis antepasados. En el sur, los grandes gremios de los alquimistas se alzaron orgullosos una vez, entre las cortes de los reyezuelos, a quienes le prometieron lo que yo estaba buscando.

Solo un demente emprendería tal viaje.

Como sospecharán, el sur está infectado de quimeras, lo que se traduce en una muerte asegurada. O más bien en una muerte inminente, pues si algo hemos aprendido, es que la muerte es ineludible.

Pero yo era joven y una aventura peligrosa era apetecible. Con mi macuto y mi flauta, me abrí paso entre el infierno.

El flautistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora