Capítulo 3

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En muchos sentidos la primera noche en el espacio fue una contradicción. Sentía el frío del terror, y el calor de la valentía; la paz itinerante luego de una victoria, y la inquietud de un futuro incierto; la satisfacción de haber descubierto algo nuevo, y la aplastante frustración al no entender mi alrededor. Pero lentamente, el pasar del tiempo fue tranquilizando mis emociones, como un río que va perdiendo parte de su caudal.

Podría tal vez describir la nave o plasmar los diálogos que transcurrieron a lo largo del viaje, con información que ustedes ya manejan, como la informática, los androides, la energía... Mas deben recordar que soy un artista, y sobre todo lo demás, buscó la verdadera belleza. Y el espacio es una de las pocas cosas que se le pueden acercar.

De esta manera, aunque fui bombardeado con toneladas de información, mi mente se concentraba casi por completo en el exterior. En la inmensa tiniebla que absorbía todo a su alrededor, en las estrellas que batallaban por millones años contra la oscuridad, en lo que se definiría como una guerra perdida, pues, inevitablemente, llegaban a su fin. También encontré belleza en las rocas; desde los asteroides hasta las enormes masas que llamamos planetas.

No se confundan, no buscaba comprenderla, ya hace mucho me había rendido en tal labor, simplemente la contemplaba...

Y así fue como vivió el flautista de Hamelin su viaje más allá del firmamento, embobado, como una de las tantas ratas que hipnotizaba; el espacio fue su flautista. Irónico, ¿no?, igual que aquellas ratas fui navegando a mi perdición.

Asimismo mi personalidad reservada y mi nula curiosidad, obtuvieron resultados inesperados. El silencio es incómodo, y a menudo las personas intentan socavarla, cómo fue el caso de la femenina.

Cierto día me espetó la verdad, precisamente, el día que pusimos a dormir a los Ladaim, luego de reparar una máquina que cumplía la función de crear realidades virtuales. Esta era una de las tantas tácticas que tenían los alquimistas para controlar y aliviar a las quimeras.

—Son humanos, las quimeras... alguna vez fueron mi pueblo, y los Ladaim mi familia.

Fue entonces que recordé que hubo un tiempo en donde «Ladaim» fue un apellido. Sobre lo demás, no puedo decir que aquella información me sorprendió, pero lo que continuó luego de aquellas palabras, me aturdió.

—Vinieron un día, con conocimientos y la promesa de una vida eterna, pero eran simples engaños; ilusionaron a mi padre, y destruyeron sus tierras.

—¿Quienes?

—Los que alguna vez fueron mis maestros.

—¿Eres una alquimista?

—Soy muchas cosas.

No volví a hablar con ella, no en el mismo tono cordial. Entenderán que yo tenía un pasado, y junto a él, seres queridos. No es fácil perdonar, y como sabrán por el cuento, soy un poco irascible.

Pasaron meses, hasta que llegamos al Destino. Claro que para ustedes le sonará simple, pero no fue así, el espacio es peligrosamente extenso, lleno de agujeros negros y nebulosas radioactivas. Con todo, innecesario para esta historia.

El flautistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora