Capítulo 5

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He aquí, la penosa verdad de mi historia. Los orígenes de los entes que atormentaron mi mundo, como titiriteros detrás de un escenario, y que he intentado ocultar durante este tiempo.

A fin y al cabo, yo asesiné a todos los maestros de la Dama Blanca, y sus correspondientes allegados. Por lo que me era más fácil aliviar mis pensamientos, al engañarme de la procedencia de la sangre que bañaba mis manos. Pues a pesar de sus modificaciones genéticas, seguían siendo humanos, y aquellas muertes siempre han sido una carga mayor para nuestra consciencia.

Y sí, eran personas, con tantas similitudes que me es imposible enumerarlas, y con la única gran diferencia de creerse dioses.

El porqué plantaban vida en otros planetas, es un misterio para mí. Tal vez el poder influenciar sobre las vidas de otras personas, acentuaba su creencia divina; o tal vez aquella acción ayudaba en la búsqueda y extracción de recursos, como sospecho que ocurrió en mi planeta. Aunque también nos usaron como ratas experimentales.

La triste realidad era que el comprender sus acciones estaba fuera de mi alcance. Pero cual fuera el caso, había llegado el momento de ajustar cuentas; un castigo divino. Es una forma poética de verlo.

Durante siglos, se habían acostumbrado a ser los agresores, pues como habrán leído anteriormente, poseían un gigantesco arsenal. Sin embargo, ahí radicaba su mayor debilidad, como una espada de doble filo. Jamás se habían defendido, y jamás habían esperado un ataque, como una ciudad sin murallas, lista para el saqueo.

El Destino era una enorme nave, incrustada en la nada misma, y la Dama Blanca, hizo su magia para poder infiltrarnos, sin causar sospecha. Los Ladaim, dormidos hasta ese entonces, despertaron, y causaron terror entre los dioses. Por mi parte, llegué al área de comunicaciones y empecé a tocar para mi hermoso público. Por primera vez logré adormecer a las personas, y controlar a las mentes más infantes. Ocasionando una matanza entre ellos; fue horrible y gratificante a la vez. Más tarde, solamente monstruoso.

Por último, la Dama Blanca se encargó que las arañas metálicas no me estorbaran. En cierto sentido su trabajo fue el más difícil. Pero era diestra en lo que hacía, y tal vez eso explicara el porqué uno de sus maestros se encariñó con ella. O eso fue lo que creí inicialmente.

Luego de varias horas, el Destino era nuestro. No completamente, pues también tuvimos que encargarnos personalmente de los que dormían en las máquinas virtuales, y en menor cantidad de los más sabios, que habían descubierto el poder de mi música, y actuado con prudencia.

Pero al final, todos sucumbieron ante nosotros. Nunca más (o es lo que espero), la humanidad volverá a mantener una diplomacia tan despiadada con sus colonias, las cuales eran muchas.

Mentiría si dijera que con este relato, no intento buscar redención, o mínimamente justificar mis acciones. Creo que tal disposición es inherente entre nosotros. De lo contrario no experimentaría esta sensación fría y turbulenta en cada pequeño momento de paz.  

El flautistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora