Capítulo 6

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Cuánto desearía que la victoria sobre los falsos dioses sea el final de esta historia, el bien triunfado sobre el mal. Aunque es arrogante de mi parte creerme mejor que ellos. Y lo más importante, las verdaderas historias, raras veces toman aquel camino.

Me encontraba en el Destino, a un dedo de volverme un dios. Por primera vez en mi vida, podía cumplir mis sueños. Asimismo, el resto de humanos que habitaban las colonias, iban a regirse bajos sus propias reglas. Por un instante la humanidad respiró una sensación de bienestar. Solo por un instante.

El Destino aguardaba una sorpresa.

Aquella gigantesca nave que poseía los saberes del universo, un arsenal inmenso, y los secretos de la inmortalidad, había decidido destruir a sus creadores, y a sus respectivas semillas.

Y yo le facilite el trabajo. Fue lo que me dijo la Dama Blanca antes de querer matarme. No fue coincidencia que encontrara una flauta mágica, tampoco que la dama supiera desde un comienzo que yo la poseía, ni mucho menos su facilidad para infiltrarse en la nave. Incluso el escape de mi planeta natal fue un montaje para analizar mi habilidad con la flauta.

Los Inmortales como la Dama Blanca, con la piel plateada, distintas a la quimeras, eran tentáculos de la nave, y buscaban a un tercero que hiciera su trabajo sucio, al parecer la nave tenía limitaciones en su propio "cuerpo".

Por demás, no dudo de sus buenas intenciones. Era claro que la historia de los orígenes de los Ladaim no le pertenecía, pero no por eso era irreal. Hechos parecidos debieron haberse repetido. Y con historias como esas, es comprensible que deseara detener el juego de sus creadores.

Habíamos demostrado que no éramos dignos de vivir.

Sin embargo, los Ladaim me ayudaron a escapar. ¿Por qué? Pues hasta los animales más tontos entienden que la generosidad se paga con generosidad. Y yo había aliviado su dolor por mucho tiempo.

Apenas pude huir del Destino, y, para mi sorpresa, no me persiguió. Intuyo que la actitud de los Ladaim le hizo cambiar de opinión. Más tarde recibiría un mensaje: «Una última oportunidad a los de tu especie.»

Cuando llegué, a lo que sospecho fue el único planeta que no destruyó, empecé una nueva vida. Manteniendo un perfil bajo y aprendiendo sus costumbres. Pero lo más difícil era conseguir de forma honrada el pan de cada día. Hasta que apareció mi oportunidad.

En un pueblo llamado Hamelín necesitaban de mi don, mas no me recompensaron, y por consiguiente, ahogué a sus niños en un río. Lo sé, me convertí en uno de ellos, en un falso dios.

Pronto la justicia de este mundo dará con mi rastro, y con mi flauta rota, no lograré escapar. La horca es el final de mi camino. Ruego para que estas palabras lleguen a mi querido amigo Henry Grimm. Y espero que las publique, o al menos sus descendientes, en el momento idóneo.

No quiero ser recordado como el monstruo que al final me convertí.      

El flautistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora