Capítulo 4

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En cierto pueblo sin nombre, y que en mi mente, fue lo más parecido a un hogar, existía cierta creencia sobre los sueños. Se decía que eran profecías de los dioses, mensajes encriptados del futuro. Pero el yo que viajaba por el espacio exterior, no soñaba con el porvenir, sino con el indulgente pasado.

Por un largo tiempo, soñé con un mundo sin bestias de carne y hueso, o de acero y fuego. Un mundo donde yo me deleitaba entre las cortes de las adineradas ciudades.

Y ahí estaba yo, tocando con mi laúd, con mi instrumento de cuerda, enamorando a cualquier doncella, y a más de un caballero le sonrojaba el rostro. Era la utopía que añoraba. Podría gastarme el resto mi tinta narrando mis aventuras por los caminos de aquel mundo. Relatando el cómo una vez maté a una feroz criatura, solamente con mi astucia; o la vez que secuestré a una princesa por amor; o cuando detuve la guerra entre dos países, usando mi magnífica música. Pero esa no es mi verdadera historia.

No obstante, tardé en darme cuenta. Hablando con la verdad, no fue mi mente quien salió de las aguas profundas, sino mis hábiles manos. Cada vez que tocaba el laúd, mis dedos recordaban que aquel no era el cuerpo de mi amada. Yo era el flautista de Hamelín, mi instrumento era la sencilla flauta dulce. Aquella flauta que encontré bajo los escombros de un laboratorio pertenecientes a los alquimistas. Mi único objeto de valor, y que algunos describirían como un instrumento cibernético, y la dama blanca, mi compañera de viaje, como un proyecto fallido.

Desde ese punto, recordé la amarga realidad. Yo estaba en un mundo virtual, igual que las quimeras de la nave, pero a diferencia de ellos, por voluntad propia. Al final desperté. Más tarde me avergonzaría de mi autocompasión y cobardía, que me llevaron a escabullirme bajo un mundo de fantasía.

—Creí que nunca más volverías a despertar —farfulló la dama blanca, cierto día—. No te culparía, yo también lo he considerado varias veces.

—¿Y por qué no lo haces?

—Porque debo detener este juego macabro.

Continuó en una voz sombría, explicando las acciones de sus maestros. Sobre cómo jugaban con las almas de las personas, en los distintos planetas que iban visitando. Plantando y destruyendo vida. A veces se involucraban directamente con los residentes, como fue nuestro caso, otras veces los destruían, sin más. La dama blanca había tenido suerte, y uno de sus maestros que le tenía aprecio, le susurró la verdad.

Decidí ayudar en tal funesta empresa, y no por una nobleza que albergaba en mi interior, yo deseaba venganza. Aquellos entes me habían quitado mi mundo, y los aplastaría como las ratas que eran. Durante esos meses perfeccioné mi música, al parecer ningún alquimistas había logrado hacerla funcionar, «complicado» fue la palabra que usó la dama blanca. No me sorprende, ellos no saben nada de la música.

Y ese fue el preludio antes de llegar al Destino.    

El flautistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora