La normalidad no es para nuestra familia I

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25 años

-Joaquín, la corbata.

-Sólo es un detalle.

-La corbata, Joaquín -mascullé entre dientes, bajito para que nadie oyera más que él. Se la terminó por acomodar de todas formas y me fulminó con la mirada. En esos momentos, ni su más amenazadora cara podría asustarme, los nervios eran más grandes.

-¿La pareja Cordovero? -oímos de pronto, al final del pasillo. Una muejr de cabello gris y totalmente recogido, hasta el punto de estirarle la cara, nos indicó que pasáramos al despacho de la directora.

Joaco se colocó de pie primero, y extendió su mano para que hiciera lo mismo. La diferencia, es que mis rodillas temblaban de una manera que nunca antes había visto, y las nauseas que sentía me impedían mover un solo músculo.

-Alex, es hora -susurró Joaco, con la mirada brillante y emocionada. Sostuve su mano, lo hice por él y por mí, por ambos y por nuestro futuro. En cuanto la toqué, el comenzó a acariciar mis dedos con los suyos. Hace tiempo que no hacía eso, y su roce me tranquilizó lo suficiente para caminar hasta el final del pasillo.

Entramos, y la misma mujer nos esperaba detrás del escritorio. Ella decidiría todo, era nuestra última esperanza.

-¿Joaquín y Alexa Cordovero? -asentimos-. Tomen asiento, por favor.

Nos sentamos, y de inmediato, la mujer clavó su dura e impenetrable mirada en nosotros.

-Joaquín... profesor en una escuela pública... Alexa... mesera -me mordí el labio, dicho así, nuestra vida parecía carecer de muchas cosas, cuando en realidad, era que no nos faltaba nada gracias a mis padres, aunque claro, faltaba la guinda del pastel y está mujer era quién nos díría si podríamos comer o no-. ¿Se sienten preparados para ser padres?

Joaco tragó saliva y con la voz ronca, pero segura, dijo:

-Desde hace más de un año -la directora nos miró con suspicacia y sonrió de medio lado. Era extraño para un rostro como el suyo. Comenzó a revisar unos papeles, leyó otras cosas, y finalmente cerró la carpeta en la cual se encontraba todo el informe que nos hicieron durante un año para verificar si seríamos buenos padres o no.

-Bueno, todo luce en orden, los papeles están al día y han hecho todos los trámites... ¿Quieren ver a su hija ahora?

Solté un grito ahogado de la emoción, Joaco tuvo que sostenerme para no caer desmayada de la silla.

-¿A-a-ahora? -murmuré, casi sin creerlo.

-¿A eso han vendio, no? Vamos, les presentaré a Dixie Cordovero-me prometí no llorar, y no lo hice. Pero no pude ocultar toda la emoción que sentía de saber que en unos minutos vería a mi hija.

Mi hija.

Cruzamos todo el hogar de protección de menores. Habíamos acordado con Joaco, adoptar a quién más lo necesitase. En sí, todos los niños de los orfanatos se merecían lo mejor, pero el hogar de protección de menores apareció de la nada, como si supiera de nuestros planes.

Nunca vimos a la niña, aunque específicamos que queríamos a una. No nos importaban sus rasgos, su etnia, de dónde procedía, porque todo eso no importaba, ya que lo único que queríamos, era darle amor.

Entramos a un cuarto de techo alto, mohoso y amarillo. Era deprimente, a diferencia del resto del hogar, que desbordaba colores.

-¿Qué hay aquí? -me atreví a preguntar.

-Aquí duermen los más pequeños -me respondió la directora. Me sentí mal de inmediato, y quise llevarme a casa a todos los niños que dormían en sus cunas-. Pero es temporal, es que están pintando sus habitaciones y el olor a pintura fresca es muy fuerte para ellos -eso me tranquilizó. Pero sólo un poco.

Nos indicó que la siguiéramos y se detuvo a mitad de la sala, frente a una cuna. Debía tener sólo unos meses, era pequeña, rosada y lo más pequeño y enternecedor que haya visto en mi vida. Y era mía.

-Llegó hace tres meses, tiene cinco. La abandonaron en un carro de supermercado, luego supimos que su padre era alchólico, y que su madre estaba muerta por sobredosis.

Eso no me importó, porque ella era ahora mi hija, y le daría mi vida si fuera necesario para que fuera feliz.

-Es hermosa -murmuró Joaco, aún sosteniendo mi mano, y apretándola con fuerza.

La directora la tomó en brazos y me la ofreció, con mucho cuidado. Dixie seguía dormida, era como una pequeña y frágil muñequita de esas que tenía de niña.

Cuando la tuve conmigo, contra mi pecho, supe que ya era feliz. Joaco me abrazó por la espalda y acarició la mejilla de Dixie, con extrema dulzura.

-Vamos a rellenar unos cuantos papeles más, y ya se podrán ir con la pequeña -asentimos sin prestarle mucha atención, inmersos en las pestañas de Dix y en sus pequeñas manos.

Firmamos algo por aquí, algo por allá, ni siquiera lo leímos del todo, queríamos irnos ya.

Cuando al fin nos despedimos, la niña despertó. No supe que hacer, ella seguía en mis brazos y temía soltarla y que cayera al suelo. Pero sólo abrió un poco sus ojos y miró a su alrededor... y me sorprendí de ver que tenía los ojos tan azules como Joa.

-Tiene los ojos de su padre, ¿no te parece, Rubio? -él me miro extrañado, hasta que se dio cuenta del detalle. Sonrió como nunca y me besó en los labios. Ahora me sentía completamente segura de que al fin, éramos una familia.

Marry Me- Seven KayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora