Día 2: Infancia

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Algunos dicen que los niños en Karmaland no tienen una buena Infancia.

Luzu tenía sólo siete años cuando fue llamado por los dioses para convertirse en uno de los próximos Nueve Guerreros de Karmaland.

Fue incómodo.

Sus padres le hicieron una cena muy linda y la gente los felicitaba hasta cuando salían por el pan. Para su suerte, casi al mismo tiempo se anunciaron otros niños elegidos y eso le ayudó a sentirse menos extraño. No tenía toda la atención puesta en él.

— ¿Estás preparado? —le preguntó en una ocasión a Vegetta mientras jugaban bajo un árbol. Luzu estaba sentado bajo la sombra, apuntando con su arco a los blancos improvisados que puso unos metros frente a él.

— Siempre lo estoy —el azabache le contestó posando de forma engreída con su espada.

Luzu rió. Se esperaba esa respuesta de Vegettita, pero le asustó darse cuenta de que él no estaba listo.

No calificaba su infancia como mala. Sólo fue... un poco diferente.

Los Nueve Futuros Guerreros de Karmaland no compartían clases con el resto de niños. Ellos recibían clases de Merlon y los guardias del pueblo, que se encargan de enseñarles todo lo posible sobre lucha, encantamientos, armas, disciplina y materias comunes.

Luzu imaginaba que los arduos entrenamientos eran sesiones de juego con sus compañeros, aunque sus maestros dijeron más de una vez que «sus entrenamientos no eran un juego». Esa frase hacía todo más divertido, porque le recordaba que debía ser responsable dentro de su propio entretenimiento para que no lo descubrieran.

Luzu jamás fue un niño escandaloso. No tenía muchas anécdotas para contar, pero si alguien le preguntara por una historia de su infancia, inmediatamente hablaría del día en que se fugó con Auron.

Tenían nueve y ocho años en ese entonces.

Estaba a las afueras del pueblo atrapando bichitos cuando Auron llegó buscando su apoyo moral. El más pequeño estaba enojado y Luzu se ofreció a escucharlo.

Sentados bajo la sombra, empezó a hablarle de lo estúpidos que eran los adultos y la poca libertad que les daban. Luzu intentó no reírse de sus movimientos exagerados; extendía los brazos y las piernas, y luego se le tiraba encima chillando. Pasaron toda la mañana ahí conversando hasta que saltó el tema de los Nueve Guerreros.

— No estoy muy seguro de querer esto  —fue lo último que dijo Auron y luego permanecieron en silencio un par de minutos.

Luzu miró el valle, consternado. Él tampoco quería esas responsabilidades, sólo deseaba jugar y divertirse. Tenía siete años cuando los mayores llegaron y dijeron «entrena y vuélvete fuerte, muchacho. La paz y la seguridad del pueblo dependerá de ti en el futuro. No falles». Pusieron esa carga invisible sobre sus jóvenes hombros.
Los trataban como niños mientras les daban preocupaciones y resposabilidades de adultos, no era justo. Todo se sentía como una bola de nieve rodando con fuerza hacia él para aplastarlo.

Como si el otro chico pudiera adivinar lo que pensaba, le tomó del antebrazo y se acercó lo suficiente para susurrarle:

— ¿Y sí nos escapamos? Así nadie podrá obligarnos a cuidar del pueblo después.

Los ojitos de ambos brillaron. Se sonrieron emocionados visualizando la aventura y unos minutos después cada uno estaba en su casa buscando una mochila para llenarla de provisiones.

Se vieron en el mismo lugar a medio día. Sin decirle nada a nadie, caminaron a través del valle con sus maletas improvisadas y armas en mano.

Caminaron lo que pareció ser un kilómetro y se detuvieron en un río a beber agua, jugar y buscar cosas interesantes.

 LuzuPlay Month ¡! 2O2ODonde viven las historias. Descúbrelo ahora