Día 5: Hanahaki

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Auron sabía, desde el fondo de su corazón, que siempre fue un cobarde.

Coqueto por naturaleza, pero era de los que sólo calentaban las cosas. No actuaba mucho cuando se trataba del chico al que quería.

Sus amigos le advirtieron en más de una ocasión y él no quiso escuchar. ¿Qué fue lo que hizo? Retroceder cada vez que sus sentimientos quedaban expuestos.

Ahora estaba enfermo. Estaba muriendo lentamente en su cama mientras recordaba todas esas ocasiones en las que pudo haber hecho algo.

— Vas a terminar mal —Rubius le recriminó en voz baja cuando estuvieron un momento a solas. En medio de una reunión en casa de Vegetta era difícil decir algo sin que el resto se enterara.

Cuando todos salieron al jardín, el chico con gorro de oso aprovechó el momento y se acercó al moreno, ambos quedaron donde el resto no pudiera escucharlos.

Mira quién habla —le respondió con ironía, actuando a la defensiva.

Yo estoy bien —El albino mostró su mano, un anillo de compromiso brillaba. Auron se sorprendió; hace unos días ese anillo no se encontraba ahí.

Hace un tiempo ambos se reunían a beber y llorar en la privacidad que podía ofrecerles la iglesia a las 3 de la madrugada. Se consolaban mutuamente, burlándose de los sentimientos que no se atrevían a liberar. Resignados a que la enfermedad –que ya estaba en primera fase– los mataría pronto. Se tiraban a contar los días que les quedaban, pues estaban seguros que jamás les corresponderían.

Ahora Rubius le llegaba con esa sorpresa. Auron no necesitó preguntar, estaba claro el significado de ese anillo: Vegetta y él se arreglaron de alguna manera y todo terminó bien. Ahora era libre de su enfermedad porque su amor fue correspondido.

Felicidades —dijo Auron con una alegría genuina.

Es tú turno, tienes que intentarlo —el cura lo miró, casi suplicando. Auron sabía que su amigo se estaba preocupado demasiado por él. Asintió con pereza varias veces y luego volvió a admirar a distancia como Luzu reía mientras le repartía vino a sus amigos.

Pronto, Rubius, no te preocupes. Todo a su tiempo.

Auron pegó un salto cuando Frederick le cayó encima; el animal se acurrucó en su pecho y cacareó. Auron hizo una mueca de dolor, el pollo ladeó la cabeza.

— Ahora no, hijo. Que estás muy gordo, me dejas sin aire —trató de sonreírle, lo tomó por los costados y volvió a dejarlo en el piso—. Vete a jugar con Luisito. Tú padre está ocupado... pensando.

El pollo dió vueltas por la habitación unos momentos, se detuvo como si pensara a dónde ir y luego salió de la habitación.

Auron suspiró, su pecho ardió cuando respiró profundo. Le dolía como sí alguien le hubiera tirado un yunke encima. Se sobó intentando saber de qué punto venía el dolor.

La primera vez que sintió esa presión...

Hace dos años Luzu y Auron habían ido a pescar al río que cruzaba cerca de su terreno. Pasaron toda la tarde ahí, bromeando y jugando. Las cañas quedaron en el pasto y ellos se sentaron en la orilla, con los pies en el agua y su mirada fija en el hermoso atardecer. Los colores fueron cambiando hasta que poco a poco todo oscureció.

Mira que lindo brillan las estrellas —Luzu se tiró de espaldas para observar mejor la escena. Auron se quedó en el mismo lugar.

Son lindas, sí. Y la luna igual, ¿has visto como está hoy? —el castaño lo observó con gracia, Auron siguió con su tontería teatral—. ¡Madre mía, la Luna llena! Toda radiante, como siempre. Gracias a usted hay luz en todo el valle. Las estrellas no le llegan ni a los talones.

 LuzuPlay Month ¡! 2O2ODonde viven las historias. Descúbrelo ahora